La explosión de una bomba atómica, un riesgo real

La explosión de una bomba atómica, un riesgo real

A pesar de la reducción de los arsenales y el final de la Guerra Fría hace 25 años, la humanidad continúa jugando a la “ruleta nuclear” y el riesgo de explosión de una bomba atómica se mantiene bien presente, según los especialistas.

La amenaza del estallido intencionado de una guerra nuclear entre grandes potencias se redujo considerablemente a lo largo de los años, aunque nueve países posean ahora la bomba, entre ellos Israel, que nunca confirmó ni desmintió contar con ella.

Las reservas mundiales de armas atómicas se redujeron un 25% desde los años 1980, pero unas 16.300 ojivas continúan operacionales, entre ellas 1.800 para uso inmediato, se recordó hace unos días en una conferencia internacional sobre el impacto de armas nucleares en Viena.

La historia del material nuclear militar está caracterizada por catástrofes evitadas a última hora, recuerda el investigador estadounidense Eric Schlosser, autor de una obra de referencia sobre el asunto. “Tuvimos la suerte de salir de la Guerra Fría sin explosiones (involuntarias). Pero el problema con la suerte es que no dura para siempre”, dijo en esa conferencia que reunió a 160 países, entre ellos Estados Unidos, Reino Unido, India y Paquistán.

En 1958, una bomba atómica cayó en el jardín de una familia de Carolina del Sur, en Estados Unidas, después de que un comandante de un B-47 estadounidense accionara por descuido la rampa de lanzamiento. Afortunadamente, la bomba no contenía carga nuclear.

Mucho más grave. En 1961, un B-52 lanzó accidentalmente una bomba H cargada sobre Carolina del Sur. “Se estuvo a un sólo interruptor de provocar una explosión cientos de veces más potente que la de Hiroshima”, recuerda Schlosser.

En 1968, otro B-52, que transportaba cuatro bombas H, se estrelló cerca de Thule, en Groenlandia. Aunque los sistemas de seguridad impidieron la reacción nuclear, la explosión de las cargas convencionales dispersó grandes cantidades de plutonio. Un elemento de la bomba nunca se encontró.

Finalmente, en un famoso episodio, en 1980 se evitó por poco una guerra nuclear.

Estados Unidos estuvo a punto de bombardear a la Unión Soviética debido a que un fallo informático desató una falsa alerta de lanzamiento de 2.000 misiles soviéticos contra Estados Unidos.

Las fallos de funcionamiento son posibles actualmente, si bien, como en el pasado, los incidentes se filtran difícilmente a causa del secreto de defensa, recuerdan los expertos.

En junio de 2013, París -que no quiso asistir a esta conferencia- ordenó una “investigación en profundidad” después de que la prensa revelara importantes lagunas en materia de seguridad en la base nuclear de Île-Longue, el corazón de la disuasión nuclear francesa.

El desarrollo tecnológico incluso aumentó los riesgos de una mala voluntad, estima Camille François, investigadora de Harvard, al recordar que “las instalaciones nucleares son por naturaleza extremadamente vulnerables a los ciberataques”.

Actualmente, “no nos enfrentamos a niños, sino a Estados que invierten en la guerra cibernética”, recuerda François.

El progreso de la informática también acortó considerablemente los plazos de activación, señala el antiguo oficial de seguridad nuclear estadounidense Bruce Blair.

En Rusia, por ejemplo, gracias a la automatización de los procesos, “el alto mando en Moscú necesita únicamente algunos segundos para disparar un misil desde la Siberia profunda”, apunta este investigador de Princeton.

Los submarinos continúan también a la merced de un error. Así, en febrero de 2009, dos SLNE francés y británico chocaron en el Atlántico Norte.

A pesar de sus efectos potencialmente espantosos, la tecnología nuclear “nunca ha estado tan controlada”, considera Schlosser. “Jugamos a la ruleta nuclear esperando tener suerte eternamente. Es un sinsentido”, objeta por su parte Blair.

El experto nuclear estadounidense Mark Fitzpatrick, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, invita a “no exagerar la urgencia de este asunto”.

No obstante, “no podemos minimizar los riesgos de un error, ni sus devastadoras consecuencias”, señala Fitzpatrick, para quien “el mundo ha tenido mucha suerte de librarse (de ello) hasta el momento”.

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