Cuando Martino se vistió por primera vez de entrenador, en 1998, no sobraba nada a su alrededor: Almirante Brown de Arrecifes, que entonces jugaba en el Nacional B, no conocía las luces del fútbol grande. Algo parecido vivió en Platense e Instituto de Córdoba, las siguientes materias que rindió como DT principiante.
Esas experiencias lo afirmaron sobre una sensación que vuelve a su cabeza cuando traza un análisis de los equipos que lo movilizan: “Siempre admiré cómo administran los recursos los que tienen poco, más allá de las formas. Del mismo modo que me indignan los que tienen mucho y son avaros, me gustan los que con muy poco intentan, buscan. Ahora estoy triste porque Rayo Vallecano se fue al descenso”, explica.
En el ámbito doméstico, sus apariciones en las canchas quedan reducidas a excepciones. Por televisión, eso sí, sigue todo lo que pasa. En el ida y vuelta con La Nación, tarda en develar qué equipo le llena la mirada: “Me gusta Lanús, claramente. Veo que Almirón hace lo mismo que en Independiente, pero ahora tal vez pueda estar más cómodo, más tranquilo. Quizás en el ocultamiento que le da un club con menos repercusión encontró una dosis de tranquilidad que antes no podía tener. Es siempre fiel a la propuesta, juega siempre igual”, elogia.
En su escala, a Lanús lo coloca en un lugar sin comparación. “El torneo tiene tres componentes claros. Uno es Lanús, que está en una lista única; en otro están los que tienen poco e hicieron campañas excepcionales, como Godoy Cruz y Atlético Tucumán; y después están los que más recursos y planteles tienen, que en la pelea por ser campeón hoy solo están representados por San Lorenzo”.
La visión general que tiene del campeonato no lo entusiasma demasiado. Menos ahora, incluso, que el año pasado: “Lo que vi en este torneo me atrapó menos que el anterior. En este no se vieron muchos buenos partidos. Hubo sí muchos goles, pero solo hasta el momento en que llegó la etapa de definiciones, a partir de la fecha de los clásicos. En esos tramos aparece el temor, y esa sensación te quita soltura, te hace olvidar de las armas con las que llegaste hasta ahí. Ahí está lo bueno de Lanús, por ejemplo: siempre siguió su libreto”, desgrana su análisis.
En el momento en que los dirigentes del fútbol argentino discuten por porciones de poder, Martino respeta su propio mandato: no meterse. Está curado de espanto: la experiencia fallida que vivió al intentar involucrarse en la reorganización de las selecciones juveniles lo marcó. “La situación de la AFA no es una novedad. No es que no se ponen de acuerdo hoy, tampoco lo hicieron ayer ni hace seis meses. Envuelto no me siento, sí rodeado porque trabajo acá. Pero yo me enfoco solamente en mi trabajo”, marca distancias.
Por eso, la palabra Superliga no lo seduce especialmente. Sí, en cambio, le gusta más hablar de organización y calendarios. “No sé si la Superliga es algo que funciona a la perfección, pero sí, en Europa funciona a la perfección. Cualquier decisión que se tome y se ejecute de forma organizada es difícil que no salga bien. Lo central no es una forma u otra, sino la organización”, diferencia. Lo que falta, cree, es un entendimiento que abarque toda Sudamérica.
“Vivimos diciendo que en Europa hacen las cosas bien. Bueno, entonces juguemos la Libertadores todo un año y que los equipos que participen no puedan jugar también la Sudamericana, respetemos que la Copa Argentina se juegue a lo largo de toda la temporada”.
Si en Europa son más de 50 federaciones y se ponen de acuerdo, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros acá?
La ampliación de su punto de vista repara en una charla que el propio Martino tuvo con Juan Ángel Napout (ex presidente de la Conmebol, hoy preso por el escándalo FIFAgate).
“Yo se lo dije hace un año acá, en una reunión: si en Europa son más de 50 federaciones y se ponen de acuerdo, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros acá? Hagamos un sistema de clasificación ordenado, que respete las jerarquías de cada país como hacen allá, donde hay campeones de ligas menores que para llegar a la Champions, por ejemplo, deben pasar una clasificación. ¿Quién no va a querer algo bien organizado?”. La pregunta queda flotando: la noche de Ezeiza devuelve un silencio irónico.
Chofer de su propio cuerpo técnico
Es lunes a la madrugada. Un remise frena en una calle del barrio Jorge Cura, en Rosario. De él bajan tres compañeros de ruta medio dormidos: Jorge Pautasso, Adrián Coria y Raúl Marcovich. Se suben al auto del dueño de casa y el viaje arranca. Habrá una parada rápida, que será la única: en el Boulevard Oroño subirá Damián Silvera, el último integrante del quinteto del cuerpo técnico de la Selección argentina. Cuando se bajen del auto estarán en el predio de Ezeiza.
“No sé nada de autos ni me gusta manejar, pero como ya estoy arriba del auto, arranco yo y sigo yo. Tampoco da para andar cambiando, son 300 kilómetros”, cuenta Martino, el conductor designado.
El miércoles a la tarde, después de hacer el camino de vuelta, el chofer dejará a cada cual en su casa. La rutina se repite, inamovible, en los períodos sin competencias.
En el arranque de la charla con LA NACION, Tata propone una ronda de mates: “Si pedimos café, hasta que llega acá está helado”. “Acá” es una nueva oficina del predio que él pidió construir y ahora ocupa para las reuniones de su grupo y recibir visitas: “Vienen muchos entrenadores”, cuenta.
En esos tres días, la vida de los cinco rosarinos transcurre allí casi íntegramente. Alguna salida a cenar es la excepción. Y la regla fija los lleva a enfrentarse en un fútbol-tenis furioso al final de cada jornada. El fútbol-fútbol, para Martino, es un asunto del pasado: las rodillas ya no le permiten ni prenderse en los picados. “En el fútbol-tenis puedo patear así, ¿ves?”, explica, y levanta la pierna derecha de costado.
La temática deportiva no se agota en esa pelota. Al entrenador lo obsesiona también la naranja, y de su televisor suelen brotar por las noches los partidos de la NBA. Y ahora, en tiempo de definiciones, su corazón está con los Cleveland Cavaliers de LeBron James; desafía en las apuesta internas a los que no dudan que el anillo se lo llevarán los Warriors de Stephen Curry. “Pero no encuentro quien se me anime”, compadrea, a ver si alguno de los aludidos levanta la mano.
Fuente: La Nación