La excelencia debe ser premiada

Frente al igualitarismo que propone nivelar para abajo, una sociedad moderna debe reconocer y premiar a los mejores, no con ínfulas elitistas sino para estimular a la sociedad entera a que mire hacia arriba, hacia su superación continua.

La excelencia debe ser premiada

En el debate interminable sobre la coparticipación federal de impuestos, el presidente Mauricio Macri sostuvo que es necesario contar con algún índice que valore la mejor asignación de los recursos a las provincias. Vale decir, que existan premios o reconocimientos para quien haga mejor las cosas para así estimular el esfuerzo por sobre la mecánica de valorar todo por igual, con lo cual el que siempre resulta premiado es el que menos hace, el que menos se preocupa.

Este concepto es subestimado por algunas concepciones ideológicas y/o políticas que lo critican al considerar que si unos son premiados otros son castigados. De ese modo cualquier estímulo frente a las tareas mejor hechas es considerado una discriminación que rompe el igualitarismo que se pretende.

Sin embargo, en toda sociedad desarrollada, o mejor dicho, para que una sociedad pase a ser desarrollada, se necesita que los que generan los avances, los adelantados, los más esforzados, los más capaces sean puestos como ejemplos sociales, como un espejo donde el resto de la sociedad pueda mirarse, no para envidiarlos sino para intentar seguirlos e incluso superarlos.

La cultura de la última década vio con malos ojos las evaluaciones educativas porque se suponía que si se divulgaban los mejores establecimientos escolares y los mejores alumnos y profesores, en cuanto a rendimiento en la adquisición y transmisión de conocimientos, indefectiblemente quedarían al desnudo los que no pudieron alcanzar tales logros y entonces eso sería claramente una discriminación negativa, un castigo al evidenciar ante la opinión pública a los que no alcanzaron los mejores grados en la evaluación.

Sin embargo, este tipo de encuestas no tienen como objetivo una carrera competitiva, individualista y egoísta en la educación, sino, por el contrario, que toda la sociedad pueda conocer a las escuelas y a sus miembros más meritorios para que el resto analice y descubra las razones de esa calificación y trate de utilizarlos para sí. Se busca el efecto complementación o imitación, no la producción de castigo.

Tiempo atrás, cuando en Mendoza se realizaron censos educativos se pudo verificar que en una gran cantidad de casos las escuelas que salían primeras en las evaluaciones eran de zonas urbano marginales, por lo que se descubrió empíricamente que el compromiso de la comunidad educativa por la escuela es generalmente un factor más importante de mejoramiento que la diferencia de recursos entre unos y otros colegios.

Estimular la excelencia, nivelar para arriba, premiar el esfuerzo son acciones que deben apoyarse y propiciarse en todos los niveles y en todas las actividades del accionar público para que, de ese modo, todos puedan sentirse contagiados de las ganas de superarse, desde una concepción en la que importe mucho más el intento que el objetivo. Porque si todos adoptan ese modo cultural de hacer las cosas, poco importará en qué escala de la tabla se ubica cada uno, lo cual sólo será un referente para aprender de los mejores y así seguir avanzando.

No se trata de elitismo sino de alta calidad para todos, tanto en la adquisición de conocimientos como en la redistribución de recursos, tanto para entrar a la administración pública como para capacitarse durante toda la vida a fin de estar siempre actualizados con las novedades en un mundo que cambia todos los días.

Ese es el verdadero igualitarismo de nuestros días, el que apuesta a que todos puedan llegar a ser los mejores, no el que propone nivelar para abajo antes de que alguien sobresalga por sobre los demás. Estamos ante uno de los grandes debates culturales de nuestro época, particularmente en la Argentina. Y no será neutro que se imponga una u otra concepción.

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