La crisis argentina es esencialmente una crisis de la cabeza, de la inteligencia.
Para mostrar el punto me propongo analizar el fenómeno de los manifiestos “en apoyo a la renegociación de la deuda”, que ha recibido el Gobierno nacional de parte de diversos colectivos e instituciones.
Primero fueron “personalidades destacadas” de diversos campos. Juristas, sindicalistas, funcionarios, dirigentes políticos: celebrities variopintas arriesgándolo todo en la firma de un documento lleno de lugares comunes del globalismo crítico.
Después fue el turno de los economistas nacionales: un gremio muy prestigioso por sus incontrovertibles logros.
Los economistas criollos persuadieron a sus amigos economistas del mundo. Esos que están excitadísimos con la pandemia, la recesión mundial y la crisis del capitalismo.
Apareció el colectivo feminista para agregar su decisiva contribución en las negociaciones. La mitad de la humanidad comprometida con la defensa de la causa nacional: ¿quién pondría en duda su representatividad?
Después llegó el momento de las “personalidades de la cultura”, en un desborde clásico de sobrestimación narcisista de los artistas.
Finalmente la Universidad de Buenos Aires, concentración máxima de la inteligencia nacional: los que más saben, los que más piensan y mejor nos piensan. Me pregunto qué opinarán muchos de sus docentes, alumnos, egresados y empleados de este pronunciamiento institucional.
Cada uno con su parrafito bien compuesto, elocuente, lleno de hermosos pensamientos humanistas, bellos deseos y nobles intenciones: y el infaltable toque épico de estar defendiendo la más justa de las causas.
Todos conmovedores.
Un manifiesto sirve para que un grupo de individuos o instituciones fije una posición sobre algún tema controvertido del debate público. El objeto es que ese pronunciamiento influya en la opinión pública, inclinando la posición de los diversos actores sociales en el sentido deseado.
Es usualmente un ejercicio de poder simbólico o blando: lo que antes se conocía como autoridad moral o intelectual.
En la negociación que se viene ¿qué influencia pueden tener manifiestos de esta índole?
Entre los acreedores, ninguna. Son gente que quiere cobrar lo que contrataron, o casi. Los sectores que se manifiestan son absolutamente irrelevantes para sus pretensiones. No hay apelación válida posible al corazón cuando se trata con el bolsillo, al menos en este contexto.
En el Gobierno tampoco. Son apoyos morales que no le suman un ápice de fuerza en la mesa de negociación. Nada. No son sectores claves de la economía cuya opinión o posicionamiento sea relevante. Invocar a los artistas, a los académicos o incluso a los economistas críticos en esa puja es sencillamente ridículo.
Es razonable que quienes se ponen de acuerdo en hacer algo lo hagan por algún motivo. ¿Entonces para qué sirve?¿Qué pretenden los manifiestos? Aquí, algunas hipótesis.
1. Mostrar alineamiento con el Gobierno, con el objeto de acumular capital simbólico para usarlo en alguna negociación: “mirá que yo te apoyé con la deuda”.
2. Apuntalar el prestigio de un Gobierno que no ha hecho otra cosa que traicionar cada una de las promesas de las que se sirvió para ganar las elecciones: hay tan poco para militar que sus simpatizantes militan cualquier confrontación.
3. Atenuar el malestar creciente en la interna de los colectivos o instituciones respectivos, sobre todo a los más radicalizados: pensaron que si la negociación no era satisfactoria para los intereses nacionales, patearían la mesa. Eso no va a pasar. No se puede militar el default.
4. Conscientes del funesto revés para los intereses del país que supondría no llegar a un acuerdo, respaldan una opinión favorable a las negociaciones. Pero si esa preocupación fuera tal, en lugar de alinearse con el Gobierno deberían alentar la mutua convergencia de posiciones. Eso parece muy lejano de la militancia de las rúbricas.
Todas las conjeturas que se me ocurren son insuficientes, poco convincentes: intentos por explicar el servilismo colectivo o corporativo.
Si ustedes tienen alguna otra, les pido que me la hagan saber.
Por mi parte no veo otra cosa que una manifestación de la estupidez vanidosa y voluntarista de nuestras élites: su completa disociación entre medios y fines, su enorme déficit en materia de crítica y análisis.
Si estos son los más lúcidos, estamos perdidos.