Mario Fiore - mfiore@cimeco.com - Corresponsalía Buenos Aires
Gane quien ganare el domingo 22 la segunda vuelta electoral, el 10 de diciembre se iniciará un nuevo ciclo político en la Argentina. Cristina Fernández de Kirchner no supo o no quiso construir un sucesor para la dinastía que edificó junto a su difunto esposo, Néstor Kirchner. Daniel Scioli no es, por múltiples razones, un heredero del kirchnerismo duro, por su personalidad, por su historia política y por su forma de concebir el poder.
Mauricio Macri, quien tiene grandes chances de destronar al oficialismo, es incluso lo opuesto al kirchnerismo; es su perfecto antagonista. De este modo, cuando la Presidenta en menos de un mes deje el Gobierno en otras manos, pasará a ser: la líder de una facción interna del oficialismo, si gana Scioli, o la principal referente de la oposición, si triunfa Macri.
Las señales que Cristina Fernández está dando en las últimas semanas permiten conjeturar que no será en ninguno de los dos casos una dirigente amable para con sus eventuales rivales dentro del PJ o para con los líderes de la actual oposición. Acumuló poder por años, está copando con personas de su estricta confianza todas las estructuras (viejas o recientemente creadas) del Estado y aspira a mantener alguna influencia en el Poder Judicial, donde son varios los jueces que están esperando avanzar con causas sensibles a sus intereses.
Entre estos expedientes se destacan la causa Hotesur, que golpea de lleno en los negocios de la familia Kirchner, y el polémico Tratado de Entendimiento con Irán por la causa AMIA (en este último expediente, la Casa Rosada logró, a través de sus alfiles judiciales, descabezar la sala de la Cámara de Casación Penal que debía resolver sobre la inconstitucionalidad del mismo).
La Presidenta no confía en Scioli, eso siempre estuvo claro. Esta desconfianza fue durante doce años el signo más distintivo de la tirante relación del gobernador bonaerense con el matrimonio presidencial. Pero hasta antes de la primera vuelta de octubre, Cristina Fernández veía a Scioli como un dirigente con votos, una suerte de imbatible de las urnas y por eso lo respetaba. Ahora sólo percibe en él a un político debilitado y no ha dudado en ratificar su falta de confianza política y sus escasas expectativas de éxito con varias movidas que marchan a contrapelo de sus diatribas mediáticas.
Una de ellas fue el envío de dos nuevos pliegos para integrar la Corte Suprema. Otra fue la designación con fórceps de dos ex funcionarios, amigos de su hijo Máximo, en la Auditoría General de la Nación (AGN) por ocho años. Si realmente la Presidenta creyera en el candidato de su partido, si realmente confiara en él, le habría permitido nominar a él a quienes serán funcionarios durante las próximas administraciones.
La llegada de los dos dirigentes de La Cámpora a la AGN develó la semana pasada que lo que hoy en el Parlamento funciona como un bloque monolítico de legisladores-soldados podría disolverse aún si Scioli gana los comicios. Para lograr la designación del ex secretario de Justicia, Julián Álvarez, y del ex titular del Banco Nación, Juan Ignacio Forlón, en el organismo de contralor, Cristina Fernández obligó a la presidenta del bloque de diputados K, Juliana Di Tullio, a ocultar hasta último momento la jugada a los más de 118 legisladores oficialistas.
La imposibilidad de blanquear que los resistidos muchachos de La Cámpora se quedarían con cargos altísimos por ocho años, llevó a Di Tullio a violar el reglamento de la Cámara baja ya que no pidió por escrito la introducción de la designación de los nuevos auditores en el orden del día de la sesión de la semana pasada. Informó oralmente primero al bloque y luego durante el plenario al resto de los legisladores.
En el bloque, Di Tullio recibió una lluvia de críticas. Quienes salieron al cruce fueron los diputados del interior, que responden a gobernadores como Juan Manuel Urtubey, Maurice Closs o José Luis Gioja, los principales soportes de Scioli en la guerra -ya no tan silenciosa- con el cristinismo. Todos acusaron a Di Tullio de ser funcional a una maniobra desleal de la Presidenta para debilitar más al candidato de todo el oficialismo. A este coro de reprochadores se sumaron incluso dirigentes considerados ultra-K, como Carlos Kunkel y “Cuto” Moreno.
En la oposición esperaron la jugada de Di Tullio con los colmillos afilados. Exigieron que el Frente para la Victoria (FpV) reuniera tres cuartos de los presentes, como establece el reglamento, para lograr introducir en la sesión algo que no figuraba en papel alguno. Di Tullio, mirando con fiereza al titular de la Cámara, Julián Domínguez, lo obligó a desoír los pedidos y los muchachos de La Cámpora terminaron jurando bajo una catarata de insultos.
En los pasillos del Congreso los oficialistas no ocultan su preocupación. Entienden que, en caso de ser electo presidente, Scioli mantendrá una relación tortuosa con su antecesora. Pero también creen que los bloques de ambas Cámaras tendrán más razones para continuar funcionando con cohesión que motivos para disolverse, ya que deberán sostener al gobierno sciolista.
La fractura de las bancadas kirchneristas es, en cambio, la aspiración de Macri si le toca hacerse cargo del Poder Ejecutivo. Radicales y macristas consideran que ésta será la única manera de poder hacer funcionar al Congreso, donde el actual oficialismo tendrá la primera minoría en Diputados y la mayoría absoluta en el Senado.
Por estas horas, las espadas legislativas opositoras realizan todo tipo de ensayos para discernir de qué manera se podría conseguir dividir a los gobernadores peronistas, hoy sciolistas, de lo que creen será una oposición furibunda de Cristina Fernández y sus soldados. Prima, hasta el momento, la idea de proponer grandes planes de desarrollo como primeras leyes, que sean lo suficientemente atractivos y convenientes para las provincias como para que los mandatarios del PJ exijan, a sus diputados y senadores, apoyar los primeros meses del nuevo gobierno.
Las tensiones del actual oficialismo entusiasman a los popes del frente electoral Cambiemos. Adivinan en este accionar la retirada desorganizada de un kirchnerismo que supo humillar a la oposición a fuerza de superioridad numérica y manejo discrecional de los recursos públicos.
Sin embargo, los dos principales socios de la alianza opositora se miran con la misma desconfianza con la que el sciolismo y el cristinismo se tratan. Los radicales, guiados por Ernesto Sanz, sepultaron su tradición socialdemócrata para aliarse con un partido liberal y conservador con el objetivo urgente de desplazar al kirchnerismo del poder.
Para ello, pusieron su aparato electoral al servicio de Macri y ahora esperan que el jefe de Gobierno porteño les abra las puertas para compartir decisiones, si finalmente éste gana el balotaje. Pero por ahora no han tenido buenas señales de parte del líder del PRO. Las respuestas han sido sólo evasivas.
La tensión entre ambas fuerzas está por ahora disimulada porque el objetivo prioritario es ganar el 22. Luego se abrirá una negociación que no podrá extenderse más de diez días porque el nuevo gobierno asume el 10 de diciembre y antes deben consensuarse los roles que tendrá cada uno de los socios.
Además, el 3 asumirán los nuevos diputados y deberá votarse quién será el presidente de la Cámara baja. Macri quiere al bonaerense Emilio Monzó, su más eficiente constructor político. En ese caso, los radicales se quedarían con la presidencia del interbloque de Cambiemos, que sería para el radical Mario Negri.
Los senadores asumirán un día antes de que jure el próximo presidente, pero esta Cámara, donde el peronismo tiene una apabullante mayoría, recién elegirá sus autoridades a fines de febrero. Es decir que habrá un poco más de tiempo para negociar con el kirchnerismo a fin de disuadirlo de que no exija la presidencia provisional.
Existe un mal precedente al respecto, que fue convalidado por Cristina Fernández cuando era senadora. En 2001, el PJ le arrebató a la Alianza este segundo cargo en la línea de sucesión presidencial. Al poco tiempo, Fernando de la Rúa renunció, debilitado políticamente, en medio de una crisis económica y social sin precedentes.