Valle de Los Patos y la famosa arenga de San Martín

La segunda nota de la serie del equipo de Los Andes que hizo el camino de la columna comandada por el general San Martín hace 200 años nos ubica en el lugar donde el Libertador lanzó su proclama: “Seamos libres, que lo demás no importa nada”. El Valle de

Valle de Los Patos y la famosa arenga de San Martín

Con el paso tranquilo de los caballos se observa todo tipo de paisajes que las cámaras se encargan de guardar para siempre. Se ven rocas comidas por el viento, lo que queda de glaciares prehistóricos, el torrentoso río Las Leñas y el calmo nacimiento de los arroyos.

El paso de los guanacos y las cabras invisibles dejan trazos en las laderas de las montañas. Parecen venas encargadas de inyectarle vida a los cerros.

En el Valle de Los Patos, una inmensidad que llena la mente de sentidos, se puede ver al mismo tiempo dos de los picos más altos de la Cordillera de Los Andes. Por un lado el Aconcagua (6962 msnm) en su cara norte, y el pico más alto del Mercedario, en su cara sur (6.720 msnm)

A 4.300 metros de altura, en el punto más alto del cordón del Espinacito, los penitentes decoran el ascenso y la vista. A lo lejos y al sur oeste se logra vislumbrar el Valle de Los Patos y el codo que nos enviará, días más tarde, al Valle Hermoso.

Se ven las cumbres nevadas, las rocas quebradas por el continuo proceso de congelación y deshielo o las cascadas de agua fresca, pura y nueva.

“Llegar hasta acá te demuestra que cuando pensás que no podés seguir, siempre podés dar más”, nos intenta convencer Pablo, quien demuestra una vez más que la experiencia es la voz de la razón.

Y es en este último punto alcanzado cuando las palabras de San Martín, su arenga inmortal, su proclama de libertad, vuelve a resonar en los oídos de todos. Nuestro guía las repite con la misma fidelidad que las de aquel entonces, con temblor en la voz, con gestos poderosos en sus manos.

Es un momento que nos llega a los jinetes, que despierta el latente estado patriótico, que a veces solo se manifiesta durante un partido de fútbol pero que afortunadamente también se encuentra en el discurso fervoroso que ya tiene dos siglos de antigüedad.

Durante el recorrido también aparecen refugios de Alta Montaña, como el de Gendarmería Nacional Ingeniero Sardinas o las Trincheras de Soler, inaccesibles para los vehículos de cuatro ruedas.

En el Valle Hermoso, donde el grupo descansó tres días, la vista alcanza a distinguir los bordes de un amplio prado, que tiene como centinela al Aconcagua. Hay dos ríos con agua de deshielo y un arroyo con agua templada que permite bañarnos, un privilegio del que no siempre disponemos.

"Es maravilloso ver la vía láctea", menciona con voz segura Gustavo Salguero con la frente bien alta, los ojos contemplando el infinito universo testigo de la hazaña que pudimos vivir y repetir.

“Acá las personas explotan”, arranca con una reflexión Carlos Núñez en un fogón hecho de luna llena y crepitante fuego naranja. Es que todos intentamos apropiarnos de lo visto con los verbos y adjetivos que tenemos a mano.

Alimentar el espíritu

La alimentación del ejército de los Andes fue uno de los problemas que tuvo que enfrentar San Martín en su paso por la cordillera. Hace 200 años, este obstáculo se salvó gracias al charqui, que era la carne secada al sol con ají picante.

En nuestro viaje las comodidades fueron otras. Así disfrutamos de un asado al tercer día de viaje, gracias a la técnica de los baqueanos para conservar la carne varios días, arroz con mariscos, picada, hamburguesas, locro o guiso de lentejas. En cuanto a la bebida, vino, espumosos y cerveza alegraron el espíritu cansado tras arduos días de cabalgata.

Cada día, además, la fruta fue un importante apoyo para reponer energías, sumado a los caramelos, barras de cereal y frutos secos que aportaron los nutrientes necesarios para soportar el calor, el viento y las bajas temperaturas.

El momento de comer no es sólo para alimentarse. Es tiempo para reflexionar sobre la travesía del día, descargar tensiones y hacer chistes sobre aspectos particulares de las vivencias personales.

Sobre este último punto, no es de extrañar que aparezcan historias relacionadas con una mula que mató un tábano con una de sus orejas o de carabineros chilenos que acusan injustamente a los baqueanos de llevar armas blancas en sus cinturones.

El límite internacional

Tantas veces vi -y no hay mendocino que no lo haya hecho alguna vez- el cuadro de San Martín montado a caballo (aunque el color del equino se me olvida con intención). El fondo nevado, la fila de militares a su espalda en difícil ascenso, el dedo que señalaba un Santiago de Chile español, la tierra de la montaña.

Tantas veces imaginé esa situación. El relinchar de caballos, el ruido de las herraduras chocando contra las piedras milenarias de la cordillera, el viento frío, los ponchos, los sombreros de campaña que curiosamente jamás fueron -en las imágenes- arrebatados por el vacío de las alturas.

Tras hacer tres días y medio a caballo, llegamos al hito internacional -una pirámide de metal lo indica-, donde se encuentra el límite político y geográfico entre Argentina y Chile. La llegada es celebración, risas, sueños cumplidos, palabras de agradecimiento. Una picada de jamón crudo y dos botellas de champagne.

Es una gran explanada de tierra donde hay dos bustos. Uno del General San Martín y otro de Bernardo O'Higgins, el prócer chileno que volvía a su tierra natal. La bandera argentina flamea con furia por el viento de la montaña y los jinetes respiran con tranquilidad tras haber cumplido el objetivo.

“Verdaderamente es una proeza”, “Es asombroso”, “Algo único”, son las voces en las alturas sanjuaninas que se emparejan con el silencio, que también es parte de esa necesaria contemplación que todos los jinetes necesitan para dimensionar lo alcanzado.

A 3.610 metros, según nuestro GPS, se alza el punto de encuentro entre dos naciones que obtuvieron la libertad gracias al impulso y la genialidad de un correntino.

En ese sitio, tan nuestro, tan de la historia del país, del sur sudamericano, del mundo, se puede alcanzar a ver con ojos de cóndor cómo se alza, entre cielos y nieves eternas, el trono del libertador.

¿Por qué no hicimos el cruce completo?

Realizar el Cruce de Los Andes por el paso de Valle Hermoso tiene un costo aproximado de 2 mil dólares por persona. Dura diez días y se hace enteramente a lomos de caballo. Sin embargo, para llegar al primer pueblo chileno desde ese punto hay que sortear varios obstáculos.

El primero es que allí no hay Servicio Agrícola Ganadero (SAG) por lo tanto el gobierno chileno debe enviar personal hasta el límite para realizar los debidos controles. Esto tiene un costo mínimo de U$S3.000 por grupo (y hasta 5 mil), aunque este precio varía dependiendo de la cantidad de gente a la que deba controlarse y el día de la semana en que se realice.

El segundo problema, y en relación al primero, es que el pueblo más cercano está a tres días de viaje por lo tanto el personal del SAG también debe usar caballos o mulas para llegar a la frontera.

En tercer lugar, no pueden cruzar los animales “argentinos” y debe contratarse un servicio que salga desde el lado chileno, lo que representa otro inconveniente.  Además, el personal del SAG asiste a la zona con un carabinero, por motivos de seguridad.

Lo llamativo del tercer punto es que fabricantes de queso chileno entran y salen de Argentina de manera ilegal, sin controles, durante toda la temporada estival para que sus cabras puedan pastar en territorio nacional por la abundancia y calidad de sus pasturas.

Resta decir que todas las personas son rociadas con un líquido desinfectante para evitar el contagio de enfermedades en la flora y fauna chilena.

Lo llamativo es que, por el paso Portillo-Piuquenes, por el Valle de UCO, los animales tampoco pueden cruzar, pero no hay que abonar esa cantidad de dólares por el control del SAG.

"Es otra jurisdicción del SAG, pero también es cierto que el pueblo más cercano está a 4 horas de viaje", comentaron fuentes cercanas a Los Andes. 

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