La Epopeya de San Martín: por el mismo camino, sueño cumplido

Oriundos de diferentes puntos del país, 18 personas compartieron junto a Los Andes el cruce de la cordillera. Lo hicieron por deseos personales, por un desafío o por la ilusión de sentirse parte de la historia argentina.

La Epopeya de San Martín: por el mismo camino, sueño cumplido

Cada uno por sus razones particulares, entre las que debe incluirse el trabajo, los sueños o simplemente el desafío de superación personal, 18 personas provenientes de diferentes ámbitos y puntos del país junto a los arrieros y al guía que fueron parte de la expedición, realizaron el cruce de los Andes a caballo, como lo hizo el General San Martín con su ejército hace 200 años.

Aprovechando el día de descanso durante esta aventura de 10 días, iniciada en Las Hornillas, en San Juan, las entrevistas se realizaron en el campamento del Valle Hermoso, a la sombra ya que las temperaturas por momentos son muy elevadas.

José Ruiz Manquelef (55) proveniente de Río Negro y más precisamente de la ciudad de Bariloche, admitió que esta fue una oportunidad de llevar a la práctica un deseo que empezó en su adolescencia.

“Se presentó la oportunidad porque mi mujer, Laura, me pidió que la acompañara, para poder hacer realidad un deseo. Yo, como conocedor del campo creía que la expedición iba a ser muy difícil, sobre todo para los que no están acostumbrados a andar a caballo”, remarcó.

Ahondando en su explicación contó que en realidad, esta experiencia lo retrotrajo a la época en que estaba realizando el servicio militar, durante 1978, cuando Argentina y Chile estuvieron a punto de iniciar un conflicto armado, que a la postre no sucedió por la mediación del Cardenal Samoré, enviado desde el Vaticano en representación del Papa Juan Pablo II.

"Fue muy fuerte cuando estuvimos en el Paso de la Honda (NDR: en el cordón del Espinacito a 4300 metros de altura sobre el nivel del mar, por donde pasó el ejército del Libertador). Allí se dijeron palabras que me llegaron y me hicieron quebrar. Yo me estuve preparando para defender la patria y escuchar el discurso de arenga de San Martín durante el cruce me llegó. Me acordé de la oportunidad que tuve para defender la patria. Esas ganas aun no se han ido", admitió.

Por su parte, Laura Sandoval (49), la ideóloga de este viaje en la pareja dijo que es una actividad que siempre quiso realizar desde que era chica pero que por diferentes circunstancias de la vida no pudo hacer.

“Esto para mi es un desafío. Yo tengo esclerosis múltiple y no sabía si lo iba a poder hacer, pero igual lo quería hacer a toda costa. Y creo que además es importante salir de tu lugar, para conocer realmente lo que fue esto y darle la importancia que se debe”, confesó agregando que poder hacer la cabalgata sólo durante 5 meses al año, por las nevadas, es un condimento extra.

Laura admitió que la salida le permitió, por 10 días, olvidarse de todo. "El único límite es uno. Yo soy una persona obsesiva, no soy de estar en grupos, soy más de observar y esta aventura me ha permitido salir de esos patrones", indicó.

Tucumano aventurero pero muy reservado, José María Chrestia (29) también fue parte del equipo que logró la hazaña tras planificar este viaje por  cuatro años.

“Cuando era chico, siempre me la pasé arriba de un caballo, con mi hermana y mi papá. Siempre entre las ciudades de Raco y San Pedro, durante los eneros. Después, cuando me hice más grande, por los estudios, el trabajo o la novia, uno va postergando algunas cosas, entre ellas, la de andar a caballo, que es lo que me pasó. Pero volver a hacer esto me ha permitido acordarme de la felicidad de mi infancia. Y además me encanta la historia”, confirmó.

José María indicó que el cruce cumplió con sus expectativas, y que cada día que pasó fue mejorando la experiencia. El norteño agregó que lo que más le llamó la atención fue la geografía y el hecho de pensar cómo hizo el ejército para pasar por senderos difíciles. “Seguramente en el futuro haga el cruce por el Paso Piuquenes (Tunuyán)”, terminó.

Para no perdérselo

Las hermanas Macarena y Romina Sambucetti, de 20 y 22 años respectivamente, fueron las más jóvenes del grupo que realizaron el cruce.

Y aunque en un principio admitieron que sus planes tenían como destino la arena, el agua y el sol, luego reconocieron que no les hubiera gustado perderse esta experiencia.

“Estar acá es increíble. Cuando ves la montaña desde el hotel te parece espectacular y acá estás todo el tiempo, es muy lindo”, dijo Romina cuya familia es de Luis Guillón, Buenos Aires.

Por su parte, Macarena aseguró que fue todo un desafío el hecho de dormir a la intemperie, o estar sin las comodidades básicas de una casa.

“Pero se que si no veníamos nos hubiésemos arrepentido. Las montañas, los paisajes y la posibilidad de conocer gente de todos lados sin forzar las situaciones está muy bueno. Vale la pena”, contó.

Acostumbradas a los teléfonos celulares, internet y las redes sociales, dijeron que en un principio pensaron en lo difícil que iba a ser la desconexión, pero luego, al no tener la posibilidad de estar “on line”, se olvidaron del asunto.

“Estar conectados te lleva a estar pendiente del teléfono todo el tiempo. Pero te desconectás y te das cuenta que podés hacerlo sin problemas. Lo mismo pasa con el reloj”, añadió la más grande de las hermanas que hicieron esta travesía junto a sus padres, Gabriela y Sergio.

"Nunca anduve a caballo. Tengo una vida relajada", comentó Gustavo Salguero (47) respecto del cruce de Los Andes. Gustavo es operario en una fábrica de Luján de Cuyo y lejos está de enfrentarse a las situaciones que impone la montaña.

Sin embargo, aseguró que es un viaje que le permitió hacer tres acciones al mismo tiempo: “Vencer el miedo que le tengo a los caballos, conocer la cordillera y realizar el cruce. Todo consiste en sobrepasar tus límites. Yo voy a Puente del Inca y me quedo extasiado, y en este viaje me di cuenta que la grandeza de la montaña es sorprendente”.

El mendocino, que ya había realizado un viaje al Machu Pichu comentó que todos los habitantes de este lado del país deberían hacer el cruce de los Andes, y que le llamó la atención que no hubiese placas conmemorativas a la gesta libertadora de Mendoza en el límite internacional con Chile.

Por último, vale mencionar a Walter Servi (60), oriundo de Carlos Tejedor (BA), y el más sanmartiniano de los viajeros describió que planeó el viaje durante tres años y que gracias a que su compañero de escuela Marcelo Altube pudo hacer realidad este viaje. "Esto es un sueño cumplido. Nosotros no tenemos nada que envidiarle a Europa", afirmó.

Walter, que es cirujano plástico, constantemente realizó referencias del cruce de San Martín para el resto del grupo, enmarcando la salida en su aspecto histórico.

Así, no fue raro observarlo leyendo en voz alta un libro referido a las cartas que se enviaron los principales gestores de la epopeya.

El arriero va

Parte fundamental del viaje, pieza emblemática del cruce de los Andes sanmartiniano, es el arriero o baqueano. Algunos de ellos conversaron con Los Andes respecto a su trabajo de todos los veranos, que es parte de su vida.

Roberto Suárez (59) es el dueño de casi la totalidad de animales que acompañaron la partida. Empezó a los 12 años a trabajar en expediciones relacionadas con la montaña y muchos fueron los viajes que realizó al Aconcagua. Es un hombre de risa fácil, amistad inmediata y consejo a pedir de boca.

También prepara caballos para competir en el hipódromo, por lo que puede apreciarse que su vida gira casi exclusivamente en torno a los equinos.

Roberto, en los descansos, siempre está con su bolsita matera, y al resguardo de un árbol. Y mientras prepara unos “verdes” cuenta que tiene 5 hijos, está casado con Nora y que la montaña es su vida.

“Con mis animales me siento seguro. Me gusta hacer sentirles seguridad a quienes los montan. Hacerles saber que no van a corcovear”, describe agregando que la convivencia entre todos los arrieros se da sin problemas.

Roberto, a medida que avanza la charla cuenta algunos secretos para conservar los alimentos durante muchos días. Entre ellos el asado: “hay que envolverlo en bolsas de harina, de esas de papel, y en la tarde hay que sacarlos para que tomen aire. Así te puede durar 5 días. Mientras no le agarre mal gusto se puede comer. Y si uno quiere que dure más días, hay que salarlo por los dos lados".

Para dormir, dice que siempre lleva un nylon grande, por si llueve. “Llevás las ropas del caballo y las tirás en el suelo, para que te hagan de colchón. Si llueve usás el nylon y si hay mucho viento te atás la frazada o el poncho para que no se vuele”, dice como si fuera lo más natural del mundo.

Héctor "Chapu" Quinteros tiene 39 años y realiza estas expediciones desde que tenía 14. Durante la época en que no se puede realizar el cruce, trabaja en una bodega, pero asegura que lo que más le gusta es el campo y los animales.

“Yo me crié con Roberto, que es como mi padre. Él me enseñó casi todo lo que se y lo que más me atrae de todo es inexplicable, pero es una emoción muy grande”, remarcó.

Por otro lado, dice que le gusta mucho cabalgar durante la noche, más que el día, porque todo está más tranquilo y se disfruta más. Chapu además, es uno de los arrieros que se encarga de la cocina durante las salidas, y que todo lo que sabe se lo debe a su abuela.

"Cuando era chiquito miraba a mi abuela cocinar, me entusiasmaba verla. Así fui aprendiendo, miraba como hacía los pucheros, los guisos de arroz o los fideos. Lo que más me quedó es que ella medía todo por puñados. La sal, los condimentos, siempre los ponía con la mano y así lo hago yo", dijo el hombre casado con Miriam Coronel y padre de dos nenas, Agostina (11) y Lourdes (12).

Por último, Gerardo Daniel Cortés (33), más conocido como Lalo, comentó que hace sólo 5 años que empezó a trabajar en la montaña.

“Me gusta mucho trabajar en conjunto con los animales. Siempre tratamos de no pelearnos entre nosotros para que todo el grupo se lleve bien”, contó el papá de Mauro Daniel (11) y Abigail (3) y pareja de Jessica.

Lalo destacó que sobre todo le gusta estar en el camino, llevando a los animales o cuidando de los turistas que los acompañan. “Lo importante es que me siento libre, porque tengo un jefe que nos acompaña y al que le podés sugerir cosas. Igual, siempre estoy preparado para hacer lo que tengo que hacer”, terminó el arriero.

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