Durante la puja por el poder que estamos presenciando en el actual período electoral, se ponen en evidencia distintos mecanismos psíquicos y recursos cognitivos para asegurar la captación y sujeción del votante. Con diferentes metodologías y técnicas, no pocos políticos apuntan a usar las mentes de los potenciales simpatizantes y a generar imágenes gratas, coloridas y hasta virulentas para convencerlos. En este sentido, se podría decir que no hay político que no concuerde en asignar a la mente y a las emociones de los votantes un papel decisivo para lograr sus expectativas de acceso al poder.
Para convencer hay que apelar a las emociones y esto no es posible si no se crean imágenes atractivas, llenas de seducción y hasta de temor, según las circunstancias anímicas de la población. Por eso se busca utilizar todos los medios posibles para llegar a tan anhelada meta ofreciendo imágenes que cualquier humano espera.
La habilidad del demagogo en construir imágenes para ser consumidas por un público ávido de resolver los reclamos legítimos de una vida digna constituye el meollo de su dinámica de acceso al poder. En tal sentido, quienes dependen de los condicionamientos hostiles del presente y no están en condiciones para pensar en el largo plazo, son vulnerables y propensos a aceptar un repertorio de promesas sustentadas en imágenes coloridas y esperanzadoras. En tal situación, no es difícil que el sujeto, debilitado por la necesidad, se adhiera a la imagen más seductora sin pensar ni reflexionar.
Es así como en todo este proceso se desliza una palabra que es la antinomia de la inteligencia libre: la captación. Para captar al ciudadano se requiere que éste ponga en práctica su adhesión incondicional hacia quien se postula para acceder al poder. De allí que todo sistema de captación logra su efectividad en proporción directa a la inmadurez del pensamiento y en proporción inversa a la capacidad crítica de la comunidad.
Por tal razón, cuando el que emite el voto sabe pensar, pone en peligro la avidez del demagogo. Plantear esto quizás no resulte funcional para cualquier asesor de campaña preocupado por optimizar el aspecto cuantitativo de la misma. De todos modos hay que plantearlo crudamente si realmente anhelamos un escenario donde el derecho a votar sea la expresión consciente y autónoma de los valores de una cultura.
Pues la cultura cobra su mayor expresión de validez y profundidad cuando el entorno ciudadano ejerce, durante el ejercicio de ese derecho, su pensamiento crítico y su capacidad para pensar con autonomía y de manera consciente. Aquí emerge la madurez de la convivencia y de los valores de la sociedad y de la función política.
Quien sabe pensar se prepara observando las diferentes posiciones de quienes se postulan para el ejercicio del poder, las compara, reflexiona a conciencia y analiza el campo de aplicación y el escenario futuro para determinar si cada propuesta conlleva racionalidad y sentido práctico. Cuando el ciudadano posee tales atributos, se convierte en alguien difícil de colocar en un terreno de captación pues no accederá a las imágenes seductoras que podrían inhibir su razón en pos de una ilusión que apela a las fantasías del pensamiento mágico.
Una sociedad afectada por la necesidad y por paradigmas que proclaman éxitos estruendosos y el disfrute a través de la inmediatez del camino fácil, es una sociedad proclive a caer en los reflejos de imágenes hábilmente preparadas para convencer y provocar la adhesión.
Tal captación se logra cuando, debilitado el pensamiento crítico, la imagen seductora se instala en la mente y desencadena adhesión y sumisión. Esta adhesión incondicional anula la capacidad para pensar y pone en evidencia la prevalencia de un pensamiento mágico e inmaduro impulsado por la fuerza de imágenes atractivas.
La seducción, como tal, es una suerte de ritual mágico de ofrecimiento. Esto lo practica desde un vendedor de cosas simples hasta el presidente de una empresa para con sus accionistas o empleados. El problema es el ofrecimiento. Quien seduce ofrece algo que atrae. La cuestión consiste en determinar si lo que atrae es un bien real o aparente. Cuando está en juego un bien real, la seducción es un proceso de inteligencias mancomunadas en la búsqueda por mejorar una realidad hostil. Pero cuando está en juego un bien aparente, la seducción incita imágenes que aprovechan el descuido.
El demagogo hábil utiliza un mecanismo de tracción de las “imágenes dulces” que edulcoran y llenan, con apariencias, los vacíos ingratos que padece un pueblo. Una “imagen dulce” es un placebo que genera la ilusión de la mente a través de la creación de escenarios aparentemente promisorios e inclinados a un bienestar sin esfuerzo.
El derecho a votar exige un proceso reflexivo que debe estar cimentado en la madurez del votante y en su capacidad para pensar conscientemente y con autonomía. Por eso, una sociedad inteligente busca estar regida por políticos inteligentes que ponen a prueba su honestidad, su capacidad y su inclaudicable compromiso para elevar las condiciones de vida de los ciudadanos. De lo contrario, el poder se convierte en un recurso destructor que termina por profundizar el vacío de la ignorancia, socavar el talento social y provocar el hundimiento de las aspiraciones y proyectos futuros.
* Docente y consultor de universidades y empresas