Hace seis años, la Reserva Federal tocó fondo. Había estado reduciendo, más o menos frenéticamente, la tasa de los fondos federales, que es la que utiliza para guiar la economía, en un fallido intento por adelantarse a la recesión y la crisis financiera. Sin embargo, al final, llegó al punto en el que ya no podría reducir más porque las tasas de interés no pueden ser de menos cero. El 16 de diciembre de 2008, la Reserva estableció su tipo de interés entre 0 y 0,25 por ciento, el cual persiste hasta la fecha.
El hecho de que hayamos pasado seis años en el llamado límite inferior igual a cero es asombroso y deprimente. Lo que es todavía más asombroso y deprimente, en mi opinión, es lo lento que ha sido nuestro discurso económico en darle alcance a la nueva realidad. Todo cambia cuando la economía toca fondo, o, para usar un término del arte, está en una trampa de liquidez (ni pregunten). Sin embargo, por el período más prolongado, nadie con el poder para darle forma a la política lo creería.
¿A qué me refiero cuando digo que todo cambia? Como escribí hace siglos, en una economía que tocó fondo “ya no se aplican las reglas habituales de la política económica: la virtud se vuelve vicio, la precaución es riesgosa y la prudencia es una locura”.
El gasto gubernamental no compite con la inversión privada; de hecho, promueve el gasto empresarial. Los banqueros centrales, que normalmente cultivan una imagen de ser personas severas que combaten la inflación, deben hacer exactamente lo opuesto, convenciendo a los mercados e inversionistas que harán que suba. Es más probable que “La reforma estructural”, que por lo general significa facilitar la reducción de los salarios, destruya los empleos a que los genere.
Todo esto puede sonar loco y radical, pero no lo es. De hecho, es lo que dice el análisis económico de la corriente principal que sucederá una vez que las tasas de interés lleguen a cero. Y es lo que también nos dice la historia. Si se prestó atención a las lecciones de Japón después de la burbuja, o, para el caso, de la economía estadounidense en 1930, se estaría más o menos listo para el espejo mundial de política económica en el que hemos vivido desde 2008.
Sin embargo, como dije, nadie lo creería. En la mayor parte, los formuladores de políticas y las personas muy serias, en general, optaron por el instinto en lugar de por el cuidadoso análisis económico. Sí, a veces encontraron a economistas certificados que respaldaran sus posiciones, pero los usaron en la forma en la que un ebrio utiliza al poste de una luminaria: de apoyo, no para que lo ilumine. Y lo que el instinto de estas personas serias les ha dicho, año tras año, es que teman exactamente a las cosas equivocadas, y las hagan.
Por tanto, se nos volvió a decir, una y otra vez, que los déficits presupuestarios eran nuestro problema económico más urgente, que las tasas de interés aumentarían cualquier día a menos que se impusiera una dura austeridad fiscal. Yo pude haber dicho que esto era una tontería y, de hecho, lo hice, y, en efecto, la pronosticada subida de los intereses nunca sucedió; pero, las exigencias de que redujéramos el gasto gubernamental ahora, ahora, ahora, han costado millones de empleos y dañado profundamente a nuestra infraestructura.
También se nos dijo repetidas veces que emitir dinero -no era lo que estaba haciendo la Reserva en realidad, pero eso no importa- llevaría a “la devaluación de la moneda y la inflación”. La Reserva, dicho sea en su honor, se enfrentó a la presión, pero otros bancos centrales no lo hicieron.
El Banco Central Europeo, en particular, aumentó las tasas en el 2011 para atajar una amenaza inflacionaria inexistente. Al final, revirtió el rumbo, pero nunca ha logrado reencaminar las cosas. En este momento, la inflación europea es mucho más baja que el objetivo oficial de dos por ciento, y el continente está coqueteando con la deflación declarada.
¿Acaso estas malas decisiones solo son agua bajo el puente? ¿Acaso no acababa de terminar la época de la economía que tocó fondo? No cuenten con ello.
Es cierto que con el índice del desempleo estadounidense a la baja, la mayoría de los analistas esperan que la Reserva aumente las tasas de interés en algún momento del año entrante. Sin embargo, la inflación es baja, los salarios están débiles y pareciera que la Reserva se percata de que subir las tasas demasiado pronto sería desastroso. Entre tanto, Europa parece estar mucho más alejada que nunca del despegue económico, mientras que Japón sigue batallando para escapar de la deflación. Oh, y China, que a algunos nos empieza a recordar al Japón de finales de los ‘80, podría unirse al club de los que han tocado fondo más pronto de lo que se piensa.
Así es que, es factible que las realidades contradictorias de la política económica en el límite inferior igual a cero sigan siendo relevantes durante largo tiempo en el futuro, lo que hace que sea crucial que las personas influyentes entiendan esas realidades.
Desafortunadamente, son demasiadas las que todavía no lo hacen; uno de los aspectos más asombrosos del debate económico en los últimos años ha sido la magnitud a la que aquellos cuyas doctrinas económicas reprobaron la prueba de la realidad, se niegan a admitir el error, ya no se diga a aprender de él. Los dirigentes intelectuales de la nueva mayoría en el Congreso todavía insisten en que vivimos una novela de Ayn Rand; funcionarios alemanes todavía insisten en que el problema es que los deudores no han sufrido lo suficiente.
Esto es de mal agüero para el futuro. Lo que la gente en el poder no sabe, o peor: lo que creen que saben pero no es así, es seguro que puede dañarnos.
Por Paul Krugman - Servicio de noticias de The New York Times - © 2014