Fernando Iglesias - Periodista - Especial para Los Andes
Pocas cosas más conmovedoras que el desbande que produjo la designación de Carlos Zannini para acompañar en la fórmula a Daniel Scioli. Caída de la Bolsa, subida del blue, desmayos por los pasillos de los medios que juraban y perjuraban que con Scioli finalmente llegaría la calidad institucional prometida por Cristina en 2007, soponcios en las encuestadoras encargadas de conciliar al bravo motonauta con la siempre escurridiza clase media, órdenes apresuradas de borrar tuits por parte de candidatos presidenciales que la semana pasada afirmaban que si ganaba Scioli se acababa el kirchnerismo.
La cosa sorprendió mucho más, incluso, que el “Vamos por todo” pronunciado por la Presidenta en 2012, poco después de que la sociedad argentina la hubiera refrendado con el 54% dejándole como opositores más votados a los que nunca habían sido opositores. ¿Quién lo hubiera dicho?, ¿qué les pasó?, se preguntaron entonces y se preguntan hoy quienes en vez de mirar lo que los Kirchner hacen, lo que los Kirchner hicieron y lo que los Kirchner habían hecho prefirieron verlos como una simpática parejita de abogados patagónicos, y doce años después, inmunes a toda evidencia, siguen razonado igual.
Peor aún fue el maravilloso flop de los políticos e intelectuales que por semanas habían esgrimido la tesis del “dueño de la lapicera”. Según esta ingeniosa teoría, el Presidente de la Nación goza en la Argentina de un enorme poder, ya que una vez con la lapicera presidencial en la mano es dueño de manejar la caja con facilidad suficiente como para alinear a la tropa. Si le hubieran avisado a De la Rúa en 2001 nos habríamos ahorrado muchos disgustos.
Curiosamente, la tesis de la lapicera no sólo subsistió a la caída de la Alianza a manos de la traición de su vicepresidente sino que también ha sobrevivido a la designación de Zannini. Quienes la defienden creen, seguramente, la versión de Scioli, según la cual fue él quien le propuso el nombre de Zannini a Cristina.
O quizás los convenció la actitud decidida del Gobernador, quien entrando en la Casa Rosada para la foto de rigor declaró a los periodistas estar muy contrariado por la injusta subestimación a que es sometido, después de lo cual les preguntó cuál era la oficina de Zannini.
Como sea, la teoría de la lapicera sigue en pie para muchos que están convencidos de que apenas llegado al poder Scioli hará con el kirchnerismo lo que hizo Néstor con Duhalde: sacárselo de encima. Esta misma semana lo afirmó por la radio, y sin hesitar, uno de esos empresarios argentinos que se merecen ampliamente lo que les pasa.
“El poder de los vicepresidentes es muy limitado”, sostuvo, y citó el hecho de que desde 1983 jamás un vicepresidente había logrado imponerse al Presidente o sucederlo en el poder. En eso tenía razón, ya que no fue un vicepresidente el que reemplazó a De la Rúa en 2013 sino el presidente del Senado, Ramón Puerta.
En cuanto a las analogías entre los gobiernos anteriores y la situación actual, se les escapa a los tesistas de la lapicera la cuestión fundamental: el hecho de que la líder política del peronismo kirchnerista no estará ya en la Presidencia sino fuera de ella. Quiero decir: fuera de un gobierno en el que acaba de imponer al vice y la mayor parte de los legisladores.
¿Qué creen que va a pasar, señores? ¿Piensan que Scioli se meterá en una cabina telefónica, se pondrá el traje de SuperScioli y saldrá a demostrar dotes de liderazgo y rebeldía que guardaba escondidas? ¿Y a qué viene esta costumbre de citar la Historia sin tomar en cuenta sus circunstancias fundamentales?
Al menos dos veces la Argentina tuvo gobiernos de un partido cuyo líder no era el presidente. Pasó con Cámpora y Perón en los setenta; y con De la Rúa y Alfonsín en los noventa; y no hace falta decir cómo terminó la cosa.
De manera que las almas bellas que en 2007 creyeron que después del período barbárico de Néstor se venía la era de la calidad institucional de Cristina; y que en 2011 pensaron que darle todo el poder al kirchnerismo era gratis, deberían escuchar al desilusionado Randazzo, quien en su lacrimógena carta a Cristina escribió: “Celebro la decisión de que sea Carlos Zannini quien se constituya en garantía de que nada de lo conquistado se perderá. Es un amigo en el que podemos confiar”. No veo razones para no creerle.
Por otra parte, escuchar con atención a Randazzo sería una buena manera para muchos de empezar a hacer cuentas, finalmente, con dos realidades que unos pocos venimos predicando desde hace años, entre los insultos de los cómplices y el desprecio de los bienpensantes: 1) los argentinos no vivimos en una democracia sino en un régimen; 2) el kirchnerismo es una forma de totalitarismo frustrado, una suerte de estalinismo débil que la candidatura a vicepresidente de un maoísta como Zannini, genio promotor de la batalla contra el campo, la Justicia y los medios, confirma.
No es tan difícil de entender la primera. No hay democracia si un partido derroca a los únicos dos gobiernos no propios en un cuarto de siglo y se la pasa después proclamando que sólo ellos son capaces de gobernar y, con buenas razones o sin ellas, buena parte de la gente se lo cree. Eso no es democracia sino régimen de partido único.
En cuanto a la segunda, como sostuve en un artículo de 2008 y un libro de 2009, el kirchnerismo ha devenido en una forma de estalinismo débil. Mucha agua ha pasado bajo los puentes desde entonces, pero no está de más repasar los principios de la acción política estalinista que enumeré entonces, tomados del estalinismo por el kirchnerismo para aplicarlos en un contexto inevitablemente diferente: Liderazgo carismático / Populismo demagógico / Culto a la personalidad / Partido único / Estatizaciones masivas / Nacionalismo paranoico / Alianzas oportunistas / Industrialización forzada basada en la exacción de las actividades agropecuarias / Descalificación de los adversarios políticos y persecución de la prensa independiente / Uso de los órganos parlamentarios en el modo de la unanimidad / Craso positivismo disfrazado de hegelianismo.
Si en 2008 a muchos les pareció exagerado calificar de estalinista al régimen K, los años demostraron hacia dónde nos llevaba este Gobierno. Y los hechos y las candidaturas propuestas dicen también, para quien quiera verlo, que con Scioli-Zannini iremos directamente a una reedición argenta de lo peor de México y Venezuela.
Para concluir con cuestiones rusas y estalinistas, tenemos ya un miembro de Vanguardia Comunista listo para presidir el Senado argentino y un plan de alternancia en el poder que recuerda los cuatro años de intervalo entre Vladimir Putin y Vladimir Putin, transcurridos a cargo del delfín Dmitri Medvédev entre 2008 y 2012.
Digan lo que digan los tesistas, hoy por hoy, la dueña de la lapicera sigue siendo Cristina. Quienes no quieren verlo trabajan, sin saberlo, para ella.