Por Alfredo Leuco - Periodista
Monseñor Jorge Lozano puso el grito en el cielo. Como corresponde a un cura que hizo una opción por los pobres y, en ese camino, es presidente de la Pastoral Social.
Sin decirlo salió al cruce de las mentiras de Jorge Capitanich y dijo que los chicos que se mueren de desnutrición “no son casos aislados. Nos muestran una situación muy dura que se oculta en varios lugares del país para no hacerse cargo de la realidad”. El obispo de Gualeguaychú reaccionó así por otra muerte de un angelito.
Hablo de Martín Delgado. Su apellido suena a destino macabro porque la falta de alimentación adecuada lo llevó a la muerte. Daniela, su madre, contó desgarrada que Martín murió con 8 meses de vida o de sobrevida y apenas 7 kilos de peso.
Su historia nos tritura el alma. Daniela tiene 22 años y unos ojos hermosos y tristes. Vive en una casilla de madera con piso de tierra donde el balde y las dos ollas están oxidadas y la escoba comida de tanto barrer el polvillo que no se va nunca.
Daniela tuvo tres hijos, tres cesáreas y dos maridos borrachos y golpeadores que huyeron. Pobrecita, no sabe sumar ni restar, apenas puede leer y escribir y sin embargo el testimonio que le dio a Victoria De Masi fue estremecedor y preciso.
Le contó que el pecho se le había secado y por eso, a Martín, le estaba dando chuño, que es agua con maizena. Y que su bebito no paraba de llorar y que ni siquiera lo pudo enterrar porque el cementerio está lleno.
¿Escuchó eso? En Pichanal, un pueblo salteño de 30 mil habitantes abandonado de la mano de Dios, el cementerio está lleno y la panza de muchos chicos vacía. Daniela puso el cuerpito de Martín en una cajita, lo dejó sobre otra tumba y le pidió a diosito que lo cuidara. Está bien que le pida a su Dios pero son los gobiernos lo que se tienen que ocupar.
A Dios rogando y con el mazo dando. Ella recibe una bolsa por mes con un paquete de arroz, otro de fideos, dos cajas de leche en polvo y una botella de aceite. ¿Quién puede vivir con eso? ¿Quién puede no morir con eso? ¿Qué milagro le piden a Daniela?
Pobrecita Daniela: no le quedó ni una foto de Martín porque hace poco se le prendió fuego su vivienda y perdió hasta eso. Sólo tiene el acta de nacimiento y de defunción de Martín.
Con fechas separadas de ocho meses. Murió por desnutrición en grado 1. Y no fue el único ni un caso aislado. En los últimos tiempos murieron tres chicos más, otro en Pichanal y dos en Colonia Santa Rosa y Morillo. Hay más de 1.900 chicos desnutridos en toda la provincia.
Hace muy poco yo le hablé de otro caso. Le dije en esta columna que no quería dejar en el olvido ni en el perdón la muerte de Néstor Femenía, el chiquito qom de 7 años que falleció por tuberculosis y desnutrición.
Para decirlo con más claridad, Néstor fue asesinado por un Estado bobo que dilapida fortunas en el Fútbol que Pagamos Todos o en mandar el avión presidencial a llevar los diarios a Cristina a su lugar en el mundo, en El Calafate.
A Néstor lo mataron los criminales de lesa insensibilidad. Los que se apropian del Estado en su propio beneficio y no se ocupan de los más pobres de los pobres aunque se llenen la boca con un discurso presuntamente progresista y digan en China que somos capaces de fabricar alimentos para 500 millones de personas.
Cuando vi la foto de Néstor Femenía se me partió el corazón y se me llenaron los ojos de lágrimas. Quise conocer más sobre su vida y su muerte. Que no quedara como un número más en una estadística que encima es ocultada o malversada por el gobierno de Cristina y por varios gobiernos provinciales.
No solamente no atienden esos temas para que haya un poco de carne o leche en sus platos. Peor todavía, mienten en los certificados de defunción y en lugar de poner que murieron de hambre hablan de una enfermedad sin especificaciones o de un paro cardíaco. Todo el tiempo tratan de ocultar los dolores que no atienden en lugar de atenderlos.
Ojalá el próximo gobierno se acuerde de los chicos qom como Femenía o de Martín Delgado de Salta, y alguna escuela lleve sus nombres como bandera de lucha contra la marginalidad y la exclusión social. Para que nunca más ningún pibe se muera de hambre en la Argentina.
Para que haya hambre cero de verdad. No podemos permitir que siga existiendo semejante tragedia e injusticia social. En este país de los alimentos no se puede condenar a un chico a comer polenta o arroz día por medio. Ni a vivir entre la basura, los insectos, las enfermedades ni a dormir en el suelo con los perros y las gallinas.
Las caritas suplicantes de esos argentinitos son una pesadilla social que debería no dejar dormir a los gobernantes. Pero la cosa es peor porque los agentes sanitarios que tienen el coraje de denunciar las atrocidades que allí pasan, muchas veces son perseguidos por las autoridades y, en algunos casos, despedidos de su trabajo.
Primero, por acción u omisión matan al pibe. Después, matan al mensajero y nos condenan a todos a la humillación colectiva y a poner el grito en el cielo para dinamitar el silencio y la censura.