El coronavirus está dejando al descubierto grandes problemáticas en las que Argentina está en deuda. La educación es una.
Las clases se suspendieron antes de que se decretara la cuarentena preventiva obligatoria. Y todo parece indicar que, aunque la actividad laboral en su conjunto tienda muy de a poco a salir del parate, las escuelas seguirán cerradas.
De forma provisoria, se implementó la educación a distancia: como los docentes seguían trabajando, los chicos recibirían guías para desarrollar en sus hogares.
Así, quedó en evidencia una enorme desigualdad social y educativa.
Aun si las pruebas Pisa, que miden el rendimiento de alumnos de 15 años en distintas disciplinas, no hubieran marcado una gran diferencia entre la educación privada y la pública, con la educación a distancia la brecha resulta exorbitante, aunque no todas las escuelas privadas estén en condiciones de brindar educación virtual de lunes a viernes.
En casi todo el país se advierte que en las escuelas públicas algunos pocos estudiantes pueden acceder a las plataformas virtuales. Pero la mayoría no esá en condiciones de acceso.
Ahora bien, el niño no estudia solo: necesita de un mediador. De un lado, no son pocos los maestros y profesores sin acceso a internet en sus casas o sin la capacitación mínima para producir contenidos para la web. Del otro lado, son muchos los padres que no tienen el conocimiento ni la predisposición indispensables para sentarse con sus hijos y oficiar como un docente virtual. Una cosa es supervisar la realización de una tarea y otra, muy distinta, interactuar con el material que envía el docente, leer, interpretar, analizar y explicar.
Además, hay una realidad económica que iguala a padres y a docentes: la mayoría de los celulares en funcionamiento son con sistema prepago. A mayor uso, el saldo se consume más rápido. Obviamente, no todos han dispuesto de un dinero extra en estas semanas de cuarentena para aumentar su gasto en telefonía.
Hay otro actor importante en el sistema: el Estado, que no invirtió en infraestructura digital lo suficiente como para que todas las escuelas del territorio provincial pudieran operar simultáneamente en una plataforma –de hecho, hay municipios y comunas que no tienen acceso a internet– y tampoco, como se dijo, capacitó a sus docentes para la virtualidad.
En síntesis, cuando pase la emergencia sanitaria, Argentina deberá abocarse en serio a solucionar estos problemas, que en cada crisis agigantan la brecha social.