Esto afirma el presidente de la Academia Americana de Pediatría.
Existe una página de Facebook llamada Marcha de Millones, aunque tiene 12.000 miembros. Su objetivo: organizar una protesta en todo Estados Unidos para “correr la voz” sobre un movimiento en contra de la vacunación obligatoria, un tema que, para algunos padres, es de vida o muerte. “Estamos haciendo esto por tus hijos, tus nietos y sus hijos”, dice la presentación.
Un comentario, repetido en diferentes posteos, pide apoyar la organización de Robert F. Kennedy Jr., un reconocido activista en contra de las vacunas. Algunos comentarios acusan a los medios de hacer “propaganda”. Un mensaje pide a la gente que comparta ideas para los carteles para la marcha. “Inyecta enfermedad, espera enfermedad”, respondió Erika Eck. Otra mujer, Mimi Hoff, sugirió mostrar una frase de Jesús sobre la imagen de un crucifijo: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”. Varios padres brindaron el mismo mantra: “Mis hijos, mi elección”. Sin evidencias, Jo Aveiro propuso: “La vacunas causan cáncer”.
Amanda Mickelson, de 25 años, madre de una hija que sufrió una lesión tras una vacunación y una de las organizadoras de esa marcha, descree de que la vacuna contra el sarampión, conocida en Estados Unidos por las siglas MMR, haya jugado un papel decisivo en la erradicación de la enfermedad. Dice que eso es algo “altamente debatible” y que, de hecho, la enfermedad ya estaba en declive antes de que apareciera la primera vacuna, en 1963. “Cada enfermedad tiene un período activo y un período de descanso”, afirma.
En Italia, Massimialino Frediga, gobernador de Friuli Venezia Giulia, miembro del ultraderechista La Liga y un férreo opositor de la vacunación obligatoria, sufrió en carne propia el efecto de su prédica: debió ser internado al contraer varicela.
En España, el Colegio de Médicos de Madrid decidió suspender a una médica, Isabel Bellostas, reconocida activista contra la vacunación, durante 364 días, según informó el diario El País, por propagar una de las teorías falsas más populares sobre las vacunas: que causan autismo. Mickelson tampoco descree del todo de eso: “No estoy ni a favor ni en contra, porque la ciencia sobre eso no está resuelta”, sostiene.
En la Argentina, D., que pide resguardar su nombre, se niega a vacunar a sus dos hijos más chicos y tiene el mismo temor. “Si ponés en YouTube ‘ autism after MMR‘ -advierte, pasando del castellano al inglés-, hay un millón de historias”.
Las vacunas, uno de los mayores avances de la medicina, previenen millones de muertes todos los años. Han logrado contener o erradicar enfermedades como la poliomielitis, el sarampión o la varicela. Nunca se han vacunado tantos chicos como ahora. La evidencia científica es contundente: las vacunas son efectivas y seguras, y provocan efectos colaterales serios solo en casos muy excepcionales. Pero, así y todo, las vacunas están bajo escrutinio y son el blanco de un movimiento global “antivacunas”, arraigado en el miedo, la desconfianza y, en última instancia, la desinformación. Para muchos científicos, las vacunas son víctimas de su propio éxito.
“La gente no ve el sarampión, no ve muertes por varicela o poliomielitis, entonces no entiende lo serias que eran estas enfermedades. Si no las ven, no les temen. Y como existe tanta información errónea sobre las vacunas, las vacunas se convierten en aquello a lo que se tiene miedo, más que las enfermedades”, dice Tara Smith, profesora de Epidemiología de la Universidad Estatal Kent, en Kent, Ohio. “Ahí estamos ahora. La gente tiene mucho más miedo de las vacunas que de las enfermedades”, cierra.
En 2014, Ohio fue el epicentro de uno de los últimos brotes de sarampión. Hubo 383 casos de 667 en todo el país, varios de ellos en comunidades amish. Este año hubo un nuevo brote, y fue peor: de enero a mediados de junio, el gobierno federal registró 1044 casos en 28 estados, la mayor cantidad desde 1992. Uno de los epicentros fue una comunidad judía ultraortodoxa en Williamsburg, en Brooklyn, Nueva York.
Uno de los motivos: la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola, o MMR, ha sido uno de los principales blancos del movimiento antivacunas. La acusación: que provoca autismo. El origen de ese alegato tiene fecha, nombre y lugar. El 26 de febrero de 1998, la prestigiosa revista científica británica The Lancet publicó un estudio que sugirió que la vacuna podía contribuir al desarrollo de autismo. El trabajo, liderado por el médico Andrew Wakefield, se basó en solo 12 casos. Ha sido desautorizado de todas las maneras imaginables, pero, al día de hoy, es un pilar de los antivacunas. Diez de los otros 12 autores del artículo luego le quitaron su apoyo, dijeron que “no se estableció un vínculo causal” y que los datos eran insuficientes. Decenas de estudios más amplios y serios desecharon la existencia de un lazo entre la vacuna y el autismo. The Lancet retractó el artículo y Wakefield perdió su licencia para ejercer la medicina en Gran Bretaña. En 2010, el Consejo General Médico Británico lo declaró culpable de mala conducta profesional. En 2011, el British Medical Journal publicó una serie de artículos que concluyen que los datos del estudio de Wakefield fueron tergiversados o adulterados.
A ese origen se suma otro factor que alienta el miedo a la vacuna contra el sarampión: a veces, los primeros signos de autismo aparecen alrededor de la edad en la que se administra la primera dosis de la vacuna, y eso puede llevar a algunos padres a pensar que existe un vínculo.
Pero más de 20 estudios acreditados han descartado que exista un vínculo causal entre la vacuna y el autismo, según el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, según sus siglas en inglés). Las reacciones adversas graves a la vacuna son muy raras, y las cifras dan cuenta de su éxito. Entre 2000 y 2017, la mortalidad bajó un 80% y la vacuna previno más de 21 millones de muertes, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En Estados Unidos, antes de 1963, cuando se introdujo la vacuna, casi todos los chicos contraían sarampión antes de los 15 años, y todos los años había entre tres y cuatro millones de infectados. Hoy, el peor brote desde que se erradicó la enfermedad, en 2000, ha generado poco más de 1000 casos.
“Las afirmaciones de que las vacunas están relacionadas con el autismo o que son inseguras cuando se administran de acuerdo con el cronograma recomendado han sido refutadas por un cuerpo sólido de literatura médica”, afirmaron el presidente de la Academia Americana de Pediatría (AAP, según sus siglas en inglés), Fernando Stein, y la vicepresidenta, Karen Remley, hace ya dos años.
“Las vacunas son seguras. Las vacunas son efectivas. Las vacunas salvan vidas”, sentenciaron.
Smith insiste: las vacunas son uno de los productos farmacéuticos más seguros que existen. “Nada es 100%”, matiza, pero brinda un dato sobre la base de estudios y cifras oficiales: en Estados Unidos, por cada un millón de dosis de vacunas que se administran, una dosis genera “lesiones serias”, como, por ejemplo, una reacción alérgica severa, convulsiones o fiebres altas. El gobierno federal tiene un programa para cubrir los reclamos frente a casos donde ocurren efectos secundarios graves, que resulten en un daño permanente, una hospitalización, una cirugía o una muerte. De 2006 a 2017 se aplicaron más de 3400 millones de dosis de vacunas en Estados Unidos, según CDC. En ese mismo período, el gobierno “compensó” 4328 reclamos, es decir, aproximadamente uno por cada millón de dosis. De esos casos, la gran mayoría, 2961, fueron por la vacuna contra la gripe.
Cada año, las vacunas previenen entre dos y tres millones de muertes, según la OMS. “Aunque una sola lesión grave o muerte causada por las vacunas ya son demasiadas, los beneficios de la vacunación superan largamente los riesgos, y sin vacunas habría muchos más casos de enfermedad y muerte”, indica la OMS. En 2011, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos indicó, tras un exhaustivo análisis sobre más de 1000 estudios, que existe “evidencia convincente” de que 14 problemas de salud pueden ser causados o están “claramente asociados” a vacunas, entre ellos, convulsiones, inflamación cerebral o desmayos. Pero el análisis remarcó que estos episodios “ocurren raramente”.
La hija de Amanda Mickelson fue un caso extremo. A los diez meses, recibió una dosis de la vacuna contra difteria, tétanos y tos ferina (DTaP, según sus siglas en inglés) y sufrió una “lesión cerebral”, según la descripción de Mickelson, con problemas respiratorios debido a una predisposición genética. Mickelson, quien era “provacuna”, dice, se convirtió en una activista. “Mi postura es que todos los padres tienen derecho a tomar su propia decisión cuando se trata de vacunas. Creo que debe haber un consentimiento informado con los médicos”, sostiene.
Karen Douglas, profesora de Psicología Social de la Universidad Kent del Reino Unido y especialista en teorías conspirativas, le ha dedicado especial atención al movimiento contra las vacunas. Su trabajo sugiere que la desinformación tiene un impacto en las decisiones sobre vacunación, aunque dice que es necesario investigar con mayor profundidad. Hay dos grandes teorías, detalla: la primera es que las vacunas provocan enfermedades, como el autismo, y, la segunda, que las compañías farmacéuticas ocultan información para cuidar su negocio. Algunas teorías, continúa, involucran a los gobiernos. Las redes sociales proporcionan una plataforma idílica para propagarlas.
“Con internet, es mucho más fácil para las personas encontrar información y también encontrar a otras personas que estén de acuerdo con ellos”, indica Douglas. “Muchas personas creen en las teorías conspirativas contra las vacunas porque personas conocidas en los medios, como celebridades, las propagan. Para muchas personas, parecen ser fuentes confiables. Muchas personas también tienen una profunda desconfianza de la evidencia científica”, agrega.
Tara Smith dedica parte de su tiempo a surfear sitios antivacunas. Culpa de la desinformación a un pequeño grupo de activistas “al tope de la pirámide”, como el propio Andrew Wakefield o Kennedy Jr.. “Son las personas que lideran el movimiento, y desparraman desinformación. Eso después se derrama hacia abajo”, describe.
Fuente: Consenso Salud