Tras una guerra comercial, es muy poco común declarar vencedor a alguien. Sin embargo, algunas veces sí es posible señalar al perdedor. En el caso en cuestión, sin duda Donald Trump es el perdedor.
Por supuesto, ni él ni su equipo describen así el acuerdo tentativo con China, que para ellos es un triunfo. Por desgracia, lo cierto es que el gobierno de Trump no logró casi ninguna de sus metas; en esencia, declaró victoria y enseguida emprendió una rápida retirada.
Los chinos están perfectamente al tanto de esto. Como informó el Times, los funcionarios chinos reaccionaron con “júbilo e incluso incredulidad” ante el éxito de su estrategia de negociación de línea dura.
Para comprender qué sucedió, es necesario recordar qué intentaban lograr Trump y su equipo con los aranceles y comparar esos objetivos con lo que ha ocurrido en realidad.
Por principio de cuentas, y más que nada, Trump quería reducir el déficit comercial estadounidense. A pesar de que la opinión casi unánime entre los economistas es que este objetivo no es adecuado, Trump piensa que los países ganan cuando venden más de lo que compran, y nadie va a quitarle esa idea de la cabeza.
Así que vale la pena destacar que, en vez de bajar, el déficit ha aumentado durante el mandato de Trump, de 544.000 millones de dólares en 2016 a 691.000 millones de dólares en el ejercicio concluido en octubre.
En particular, a Trump le interesaba reducir el déficit comercial en bienes manufacturados; con todo y lo mucho que habla de los “grandes patriotas agricultores”, es evidente que las exportaciones agrícolas no le interesan en lo más mínimo. El verano pasado, se quejó por la relación comercial de Estados Unidos con Japón y dijo en tono de burla: “Les enviamos trigo. Trigo. Ese no es un buen acuerdo”.
Ahora resulta que, al parecer, tenemos un acuerdo comercial con China cuyo principal elemento es justo la promesa de comprar más productos agrícolas estadounidenses.
El equipo de Trump también quería frenar el acelerado ritmo con que China intenta establecerse como la superpotencia económica del mundo. “China, en esencia, intenta robarse el futuro”, declaró hace un año Peter Navarro, uno de los principales asesores comerciales. No obstante, si bien el nuevo acuerdo incluye algunas promesas de proteger la propiedad intelectual, no dispone nada en cuanto al núcleo de la estrategia industrial de China, descrita como “la vasta red de subsidios que ha impulsado el ascenso global de muchas empresas chinas”.
¿Por qué Trump se dio por vencido en sus aspiraciones comerciales?
En general, podríamos decir que sufría un enorme delirio de grandeza. Estados Unidos no tenía ni la menor posibilidad de intimidar a una enorme y orgullosa nación cuya economía ya es, en ciertos aspectos, mayor que la de Estados Unidos (en especial porque al mismo tiempo decidió cortar de tajo con otras economías avanzadas que podrían haber colaborado con nuestro país para ejercer presión sobre China y así lograr que cambiara algunas de sus políticas económicas).
A nivel más granular, otro motivo es que ninguna parte de la estrategia comercial de Trump ha funcionado como prometió.
Aunque Trump ha dicho con insistencia que China está pagando sus aranceles, los hechos presentan otro panorama: los precios de las exportaciones chinas no han bajado, lo que significa que los consumidores y las empresas estadounidenses son quienes están absorbiendo los aranceles. Peor aún, los consumidores habrían sufrido un golpe todavía más sustancial si Trump no hubiera suspendido la nueva ronda de aumentos a los aranceles que tenía programada para el domingo pasado.
Por otra parte, las represalias chinas han afectado mucho a algunos exportadores estadounidenses, en particular a los agricultores. Tampoco hay que olvidar que, aunque a Trump en el fondo no le interesen tanto las exportaciones agrícolas, necesita los votos de las áreas rurales (que podrían estar en peligro con todo y el rescate agrícola que ya le ha costado al país más del doble de lo que le costó el rescate de la industria automotriz autorizado por Barack Obama).
Por último, es evidente que la incertidumbre generada por la política arancelaria afectó las inversiones en el sector empresarial y manufacturero, a pesar de que el crecimiento económico en general se mantuvo firme.
Así que, como dije, Trump en esencia declaró la victoria y emprendió la retirada.
¿El fracaso de Trump en el tema comercial le traerá problemas políticos? Quizá no. Lo más seguro es que muchos estadounidenses se traguen el cuento y, de cualquier forma, la guerra comercial nunca fue popular.
Además, las votaciones reflejan sobre todo la dirección de la economía, no el nivel al que se encuentra. No dependen de que las cosas estén bien, sino de que hayan mejorado recientemente. Tal vez sea una buena estrategia política aplicar medidas tontas por un tiempo y descartarlas alrededor de un año antes de las elecciones, lo cual resume bastante bien las decisiones de Trump en el ámbito comercial.
Sin embargo, la guerra comercial tendrá costos a largo plazo. Para empezar, no va a desaparecer la incertidumbre empresarial que Trump creó con sus caprichos; después de todo, es un maestro en el arte de romper acuerdos.
Más allá de esto, las excentricidades de Trump en cuanto al comercio han dañado la reputación del país.
Por un lado, nuestros aliados han dejado de confiar en nosotros. No es para menos, si consideramos que nos hemos convertido en el tipo de país que de repente decide imponerle aranceles a Canadá (¡a Canadá, ni más ni menos!) bajo pretexto de proteger su seguridad nacional, un argumento obviamente falso.
Por otro lado, nuestros rivales han dejado de temernos. Al igual que los norcoreanos, que le hicieron reverencias a Trump, pero no dejaron de construir misiles nucleares, los chinos ya le tomaron la medida a nuestro presidente. Ahora saben que ladra mucho, pero no muerde, además de que se retracta en cuanto surge alguna confrontación que pueda dañar su posición política.
Todo esto importa. Tener un líder en el que nuestros antiguos aliados no confían y al que nuestros rivales extranjeros no temen en absoluto quebranta nuestra influencia global, y apenas estamos comenzando a ver en qué medida. La terrible realidad es que la guerra comercial de Trump no logró ninguna de sus metas, pero sí consiguió hacer a Estados Unidos débil de nuevo.