La oposición de derecha obtuvo una amplia victoria en las elecciones departamentales francesas, marcadas por una severa derrota de la izquierda en el gobierno y la confirmación del avance de la extrema derecha, que no logró empero su reto de ganar al menos un departamento.
Estas elecciones eran escrutadas con particular interés porque se consideraban un primer test electoral con vistas a la presidencial de 2017.
Ni bien se anunciaron los primeros resultados, el expresidente Nicolás Sarkozy, líder de la derecha, estimó que se trata de una “desautorización sin apelación” del gobierno socialista.
“La alternancia está en marcha y nada la detendrá”, dijo.
Según las primeras estimaciones, la derecha ganaría entre 65 y 71 de los 101 departamentos franceses. La izquierda, entre 28 y 35.
El Frente Nacional obtuvo numerosos escaños pero no logró su reto de dirigir al menos uno de los departamentos, según reconoció su vicepresidente, Florian Philippot.
Al preguntársele al respecto, Philippot respondió: “Es seguro” que el FN no tendrá ningún departamento. El partido liderado por Marine Le Pen albergaba esperanzas de ganar entre uno y cuatro departamentos.
La izquierda administraba hasta ahora 61 de los 101 departamentos franceses.
Cerca de 40 millones de electores eran llamados a participar en esta elección, que concierne todo el territorio francés salvo París y Lyon, ciudades en las que las atribuciones de los departamentos son ejercidas por otras instancias.
La abstención fue de entre 49,8% y 51%, según proyecciones de los institutos de sondeo, es decir, alrededor de un elector de cada dos.
Este resultado del gubernamental Partido Socialista podría ser de muy mal augurio para la presidencial de 2017.
La izquierda se había esforzado en movilizar a su electorado después de la primera vuelta para limitar la derrota.
El primer ministro, Manuel Valls, multiplicó los mítines en las últimas semanas, llamando a la unión de la izquierda y a la movilización para detener el avance del ultraderechista Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen.
El presidente François Hollande había anunciado de antemano que Valls, que cumplirá el martes dos años en el cargo, seguiría siendo jefe de gobierno sea cual fuere el resultado.
El momento es delicado para Hollande, impopular por una situación económica que sigue estancada, con el desempleo en niveles récord y un crecimiento muy bajo.
Un colaborador del presidente, preocupado, anticipaba “una amplificación” ayer del bofetón de la primera vuelta. “Al frente de una mayoría muy debilitada y fragmentada, carece de margen de maniobra para acometer nuevas reformas, y todo el mundo (en el Elíseo) teme su eliminación en la primera vuelta (de la presidencial) en 2017”, afirmó ese colaborador, que pidió el anonimato.
Con la implantación confirmada de la extrema derecha en la política francesa, caracterizada durante décadas por una rivalidad entre izquierda y derecha, el país ha entrado en el tripartidismo, un fenómeno “duradero”, según el politólogo Pierre Martin.
El electorado, “cada vez más polarizado respecto a la inmigración y la inseguridad y el sentimiento de declive económico de Francia”, considera que “los partidos establecidos han fracasado y ya no son creíbles”, añade el experto, citado por le diario Le Parisien.
El propio Manuel Valls afirmó el domingo, tras reconocer la victoria de la derecha, que los resultados del FN significan “una transformación durable” del "paisaje político” francés.
“Los resultados elevados, demasiado elevados, de la extrema derecha, son más que nunca un desafío para todos los republicanos”, dijo Valls.