Los pasos cansados del prócer apagaron el rumor de las voces. Alberdi apareció tras el portal acompañado de Sixto Villegas -decano de la Facultad de Derecho- y de Vicente Fidel López. Una escasa cabellera nívea parecía coronarlo. Fatigado y mustio, aquél verdadero símbolo de tiempos heroicos, inició su discurso en la colación de grado de la facultad de derecho. Era mayo de 1880 y el tucumano estaba de regreso en su patria luego de cuarenta años. Por entonces, se encontraba en una edad avanzada. Habló con lentitud y dificultosamente. Hombre de letras, no era orador, pero de su voz apagada trasmitía la gloria de la generación del 37 y el prestigio mítico de una verdadera reliquia. Apenas pudo leer algunas palabras de su discurso que siguió leyendo otro de los asistentes en su lugar.
El texto se publicó posteriormente bajo el título ‘La Omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual’. En el mismo volcó algunas de sus últimas advertencias a los argentinos: “Si dejáis en manos de la Patria -escribió-, es decir, del Estado, la suma del poder público, dejáis en manos del Gobierno que representa y obra por el Estado esa suma entera del poder público. Si lo hacéis por una constitución, esa Constitución será una máquina productora de un despotismo tiránico que no dejará de aparecer a su tiempo, por la mera razón de existir la máquina que le servirá de causas y ocasión suficiente”.
En definitiva, Alberdi advirtió sobre los peligros de la democracia sin límites. En el sentido de que si modificábamos la constitución bajo cualquier pretexto la tiranía volvería a reinar. Sería una tiranía aplicada por una mayoría y no un monarca, pero opresión al fin de cuentas. Por eso, para el tucumano era fundamental conservar la Constitución y respetarla. A eso refirió ante los asistentes.
Años antes, Domingo Faustino Sarmiento advirtió la situación a la que refirió Alberdi. Sin embargo, la solución que planteó no fue limitar directamente al pueblo, sino educarlo para que sepa manejar su independencia.
“La libertad –señaló-, como todos los beneficios sociales, requiere larga preparación. No nos basta que hayamos sacudido un yugo extraño y proclamado las formas de la democracia o la igualdad de derechos entre los asociados”.
En 1870 en su mensaje presidencial al abrir las Sesiones del Congreso, leemos: “La empresa gloriosa de nuestro siglo es la de difundir en toda la masa de los habitantes de un país cierto grado de instrucción, para que cada uno pueda abrirse honorablemente acceso a la participación de las ventajas sociales y tomar su parte en un gobierno de todos y para todos; no hay república -añadió- sino bajo esta condición, y la palabra democracia es una burla donde el gobierno que en ella se funda pospone o descuida formar al ciudadano moral e inteligente”.
Luego de acceder a estas consideraciones nos preguntamos: ¿Qué pensarían Alberdi y Sarmiento de nosotros? Sin duda alguna, es mejor no saberlo.