Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias de The New York Times - © 2014
Actualmente, recibimos cada mes el obsequio de otra explosión antisemítica de la dirigencia de Turquía, la cual parece que está manejando algo similar a un club del insulto. ¿Quién sabía que judíos de todo el mundo estaban atareados intentando derrocar al presidente Recep Tayyip Erdogan?
La semana pasada, fue el turno del primer ministro Ahmet Davutoglu para declarar que Turquía “no sucumbiría al cabildo judío”, entre otros que supuestamente intentan derrocar a Erdogan, informó el periódico Hurriyet Daily News.
Esto fue después de que Erdogan hubiera sugerido que oponentes internos al gobernante Partido Justicia y Desarrollo, conocido como APK, estaban “cooperando con el Mossad”, los servicios de inteligencia de Israel. Hay muy pocos judíos para derrocar tantos gobiernos.
Los tropos baratos, burdos y antisemíticos de Davuglotu y Erdogan, en los cuales se apoya Erdogan ahora con regularidad para vigorizar a su base, son repugnantes.
Sin embargo, para la gran nación de Turquía, forman parte de una tragedia mayor. Realmente es muy difícil seguir afirmando que la Turquía de Erdogan es una democracia. Incluso peor, hace falta decir que el distanciamiento de Turquía respecto de la democracia forma parte de una tendencia global mucho mayor actualmente: la democracia está en recesión.
Como argumenta Larry Diamond, el experto en democracia por la Universidad de Stanford, en un ensayo titulado “Afrontando la recesión democrática” en el ejemplar más reciente del Diario de la Democracia: “Alrededor de 2006, la expansión de libertad y democracia en el mundo llegó a un alto prolongado.
Desde 2006, no ha existido expansión neta en el número de democracias electorales, que ha oscilado entre 114 y 119 (alrededor de 60 por ciento de los Estados del mundo). El número tanto de democracias electorales como liberales empezó a declinar después de 2006 y más tarde se intensificó. Desde 2006, el nivel promedio de libertad en el mundo también se ha deteriorado ligeramente”.
Desde 2000, agregó Diamond, “cuento 25 crisis de la democracia en el mundo; no sólo a través de flagrantes golpes militares o ejecutivos sino también mediante sutiles degradaciones progresivas de derechos y procedimiento democráticos.
Algunas de estas crisis ocurrieron en democracias de muy poca calidad; sin embargo, en cada caso, un sistema de competencia electoral de tipo multipartidista, razonablemente libre y justo, fue ya desplazado y degradado hasta un punto muy por debajo de las normas mínimas de democracia”.
La Rusia de Vladimir Putin y la Turquía de Erdogan son el ícono de esta tendencia, a la par de Venezuela, Tailandia, Botsuana, Bangladesh y Kenia.
En Turquía, escribe Diamond, el AKP ha extendido de manera constante “el control partidista sobre el Poder Judicial y la burocracia, deteniendo a periodistas e intimidando a disidentes en la prensa y la academia, amenazando a empresas con represalias si financian a partidos opositores, así como usando arrestos y enjuiciamientos en casos vinculados con presuntos golpes de Estado para encarcelar y remover de la vida pública a un número inverosímil de conspiradores acusados.
Esto ha coincidido con una pasmosa concentración de poder personal, cada vez más audaz, de Erdogan”. El Estado de Derecho en Turquía está siendo menoscabado seriamente.
En el interín, Freedom House, organización por la democracia, libertad política y derechos humanos, encontró que, de 2006 a 2014, muchos más países descendieron en libertad que los que mejoraron. Esta tendencia ha sido particularmente pronunciada en el África subsahariana, incluyendo a Sudáfrica, donde el descenso de la transparencia, decrépito estado de derecho y creciente corrupción, se están volviendo la norma.
¿Por qué esta tendencia? Una razón, dice Diamond, es que los autócratas aprenden y se adaptan rápidamente. Han adquirido y compartido “nuevas tecnologías de censura y estrategias legales para restringir a grupos de la sociedad civil y prohibir la ayuda internacional a ellos”, y no hemos respondido con nuestras propias estrategias.
Aunado a esto, viejos hábitos de corrupción y abuso de poder se ocultaron durante los años ’90 y la década de 2000, cuando la democracia posterior a la Guerra Fría estaba en ascenso, “pero los autócratas corruptos ahora sienten que la presión ya fue eliminada y ellos pueden gobernar tan malvada y codiciosamente como quieran”.
Lo que es más, China, que no tiene estándares democráticos o problemas con la corrupción en el extranjero, ha desplazado a Estados Unidos como el proveedor más valorado de ayuda extranjera en buena parte de África, en tanto Rusia se ha vuelto más decisiva para socavar prácticamente cualquier tendencia democrática en sus fronteras.
Finalmente, después de los atentados del 11 de setiembre de 2001, permitimos que el “combate al terrorismo” suplantara la promoción de la democracia como nuestra máxima prioridad de política exterior, de modo que cualquier autócrata que atrapara terroristas ganaba un pase de Estados Unidos para salir libre de la cárcel.
Sin embargo, agrega Diamond, “quizá la dimensión más preocupante de la recesión democrática haya sido el deterioro de la eficacia, energía y autoconfianza democrática” en Estados Unidos y en Occidente en general.
Después de años de híper polarización, estancamiento y corrupción a través del financiamiento de campañas, la principal democracia del mundo es cada vez más disfuncional, con cierres del gobierno y la incapacidad de aprobar algo tan elemental como un presupuesto.
“El mundo toma nota de todo esto”, nota Diamond. “Medios informativos de Estados autoritarios publican alegremente estas duras acciones de la democracia estadounidense con miras a desacreditar la democracia en general e inmunizar al gobierno autoritario en contra de la presión estadounidense”.
Diamond exhorta a los demócratas a que no pierdan la fe. La democracia, como notó Churchill, sigue siendo la peor forma de gobierno, con excepción de todas las demás. Aunado a esto, sigue alimentando la imaginación de la gente como ningún otro sistema. Sin embargo, eso seguirá siendo cierto sólo si las grandes democracias mantienen un modelo que valga la pena seguir. Desearía que no hubiera tanto en duda actualmente.