La democracia en el laberinto - Por Néstor Sampirisi

Para algunos el sistema democrático está en riesgo; otros advierten un desencanto de las sociedades.

La democracia en el laberinto - Por Néstor Sampirisi
La democracia en el laberinto - Por Néstor Sampirisi

A escasos 15 días de cumplirse 35 años del retorno de la democracia a la Argentina, la preocupación se extiende. Los expertos de distintas partes del mundo son los que llaman la atención a partir del ascenso de figuras como Donald Trump (EEUU), Jair Bolsonaro (Brasil) o Mateo Salvini (Italia), que siguieron a liderazgos como los de Hugo Chávez (Venezuela) y Vladimir Putin (Rusia).

Para algunos, el sistema democrático está en riesgo; otros, advierten un desencanto de las sociedades; no son pocos los que hablan de una crisis mundial del sistema democrático. El portugués Boaventura de Souza Santos asegura que las democracias están "muriendo democráticamente". La preocupación se expande por el arco político tradicional asediado por outsiders con discursos simplistas aunque muy potentes.

La duda sobre la democracia no tiene que ver con la legitimidad de origen del tradicional sistema de representación, de los partidos políticos o de las propias instituciones sino con su capacidad para obtener resultados que beneficien al conjunto de los ciudadanos.

La capacidad de conjugar legalidad, justicia y equidad. "Con la democracia se come, se cura y se educa" traducía el presidente Raúl Alfonsín en sus inspiradores y esperanzadores discursos de 1983.

En "Cómo mueren las democracias" los norteamericanos Steven Levitsky y Daniel Ziblat, que estudian caídas de este sistema desde los años '70, advierten que "todas las democracias son frágiles" y revelan elementos comunes que pueden alertarnos.

Debilitamiento progresivo de cuerpos legislativos, manipulación de la Justicia, censura de los medios de comunicación, sobornos a empresas privadas y reforma de reglas políticas, entre otras. "En general las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables" advierten. Los ejemplos más claros en ese sentido son los de Venezuela y Nicaragua, pero situaciones similares se han dado desde los '90 en Hungría, Turquía, Polonia, Perú y Filipinas.

Desde hace veinte años Latinobarómetro realiza una encuesta de "satisfacción" con la democracia en 18 países, entre ellos la Argentina. En la que corresponde a este año hay un dato al que habría que comenzar a prestar atención: sólo 27% de los argentinos dice estar satisfecho con el sistema, el nivel más bajo desde 2001, lo que  implica una fuerte caída ya que hace siete años el porcentaje era 58%. No es la única cifra preocupante: 14% piensa que el mejor gobierno es uno autoritario, a 22% le da lo mismo vivir en un sistema democrático o en uno que no lo sea y la valoración positiva de los militares alcanza 48%, la más alta desde 1996.

Curiosamente, los argentinos están entre quienes más apoyan la democracia: 59%, una variable que en 1995 alcanzaba 76%. Hay que decir también que la democracia es un valor relativamente nuevo entre nosotros. Por eso hasta 1983, se registraron sucesivos quiebres institucionales mediante los tradicionales golpes militares y proscripciones de partidos. Democráticos, pero no tanto, podría decirse.

No se trata de un mal de la Argentina, a nivel latinoamericano 48% de las personas no está convencido de que la democracia sea la mejor forma de gobierno. Una valoración que no deja de caer desde hace ocho años, cuando alcanzaba 61%. Si no es un alerta roja, estamos en alerta amarilla, cuanto menos. La periodista Silvia Fesquet rescata la impresión de Marta Lagos, directora de Latinobarómetro: "No hay por dónde decir que aquí pasó algo bueno" señala.

La misma encuesta muestra como la situación de la economía tiene una incidencia fundamental en las opiniones de la gente. En el caso de la Argentina, tras la crisis de 2001 los satisfechos con el sistema no alcanzaban 10%, mientras que en 2017 y 2018 se han registrado caídas de 19 y 11 puntos respectivamente. Se trata de un caldo de cultivo que se extiende por todo Latinoamérica. La increíble marcha a pie de miles de migrantes hondureños hacia la frontera con EEUU quizás sea el reflejo más patético de este fracaso.

Pero no sólo se trata de la economía sino de que la violencia, la inseguridad y la corrupción contribuyen decisivamente a este estado de declive permanente y al surgimiento de líderes con talante autoritario, maneras políticamente incorrectas y soluciones mágicas a problemas complejos. Levitsky y Ziblat señalan actitudes afines a este tipo de liderazgos que empiezan a extenderse, incluso en EEUU: "Tratan a sus adversarios como enemigos, intimidan a la prensa libre y amenazan con impugnar los resultados electorales". Una experiencia casi inédita para la mayor democracia del mundo.

De allí que muchos analistas miren con interés el actual "experimento" argentino de intentar salir del populismo. No se trata sólo de cambiar una forma de gobernar sino de replantear un conjunto de ideas que se han hecho cultura entre nosotros. Es decir, derribar estructuras anquilosadas, en muchos aspectos fallidas, inadecuadas para estos tiempos, cuando no corrompidas, para ponernos en línea con un mundo ultratecnologizado e interconectado. Las señales del presente lo ponen en duda. El Gobierno parece acorralado por la enésima crisis económica y la oposición se endurece a medida que se acerca el año electoral y busca unirse tragándose todos los sapos que sean necesarios con tal de volver al poder.

En tiempos tumultuosos, otro ex presidente, Eduardo Duhalde, acuñó una frase: "Los argentinos estamos condenados al éxito". ¿Será?

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