El fútbol es un fenómeno cultural mucho más importante que ganar, perder o empatar; mucho menos trascendente que la vida o la muerte. Es, en esencia, un proceso altruista que ha servido como factor civilizador. Su integración social ha sido uno de los grandes hitos del siglo XX.
La Democracia Cortinthiana puede tomarse como la forma explícita de explicar lo que el más popular de los deportes significa en la vida de las personas. En 1982, Brasil llevaba casi veinte años de dictadura ininterrumpida –había comenzado el 15 de abril de 1964 cuando Humberto de Alencar Castelo Branco tomó el poder– y la revolución encabezada por el Doctor Sócrates –figura excluyente de la historia de la Selección verde-amarela– sirvió para concientizar al pueblo brasilero sobre la importancia del voto.
En el Corinthians, uno de los clubes más populares de Brasil, se desarrolló un hecho sin precedentes en la historia del fútbol. Los jugadores tomaron el mando del equipo y demostraron que todas las sociedades pueden ser igualitarias y que la opresión no es imbatible.
En aquel autogobierno se votaba todo y todos votaban: qué jugador comprar, cómo se planificarían los entrenamientos y los viajes, si era necesario o no concentrar antes de los partidos. Ningún voto valía más que otro: era lo mismo el del masajista que el del crack; el del entrenador que el del presidente.
“Ganar o perder, pero siempre en democracia”, “elecciones ya” o “quiero votar para presidente”, fueron algunos de los mensajes con que los revolucionarios salieron a la cancha en plena dictadura. Por iniciativa de Washington Olivetto, publicista y vicepresidente de marketing del club en esos años, el equipo fue pionero en anuncios publicitarios en su camiseta y en banderas.
El resultado deportivo fue infinitamente menos positivo que el social, aunque es imposible pasar por alto que el Corinthians fue campeón del torneo paulista en 1982 y 1983; además de reponerse de todas sus deudas y dejar una reserva de tres millones de dólares para la siguiente gestión.
Las décadas del 60 y 70 significaron un retroceso en la libertad de los pueblos sudamericanos: el 11 de septiembre 1973, Chile sufrió la misma suerte que había vivido Brasil nueve años atrás. El Régimen Militar –así se llamó a ese oscuro período–, encabezado por Augusto Pinochet, derrocó del gobierno al presidente Salvador Allende y comenzaron las continuas violaciones a los derechos humanos.
El Estadio Nacional de Chile se utilizó como centro de detención para realizar las más crueles torturas imaginadas y fusilamientos sin piedad. Se estima que por allí pasaron más de cuarenta mil personas. Otra vez: el fútbol se mezclaba con la dictadura.
Tres años después de uno de los momentos más tristes en la historia del país trasandino llegaría la violencia a nuestras tierras: el 24 de marzo de 1976, el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional sembraría caos y desesperación en el pueblo argentino. El gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón sucumbía ante una junta militar (encabezada por Emilio Massera, Jorge Rafael Videla y Orlando Agosti).
Tras ocho años sin democracia, después del Golpe de Estado de 1966 y después de dieciocho de peronismo proscripto se alzaron las voces: “Un deporte para el pueblo” pedía la solicitada que habían firmado, durante el verano de 1973 mientras el general Alejandro Agustín Lanusse estaba en el poder, seis futbolistas del Huracán campeón (Miguel Brindisi, Carlos Babington, Francisco Russo, Alfio Basile, René Houseman y Jorge Carrascosa) y el director técnico que cambió para siempre el futuro del fútbol argentino, César Luis Menotti.
La misma apoyaba “el retorno incondicional del General Perón. Liberación o dependencia. Cámpora al Gobierno, Perón al poder”. San Lorenzo de Almagro, clásico Rival del “Globo” también se sumaría con las firmas de, entre otros, Roberto Telch, Rubén Ayala, Juan Carlos Piris y Agustín Irusta. Apoyaron del mismo modo: José Sanfilippo, Ubaldo Fillol, Aldo Poy y un enorme etcétera.
A cuarenta años del último Golpe de Estado en Argentina, el pueblo sigue vivo, despierto y soñando. El fútbol va por el mismo camino. "Nunca más" es hoy.