La política produce antagonismos y armonías impensadas.
Recientemente, por ejemplo, Julio Cobos se enojó con el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger.
Incómodo con el rol de villano que -para combatir la expansión monetaria y el alza de precios- impone altísimas tasas de interés que, a su vez, encarecen el crédito y deprimen la actividad económica, a fines de abril Sturzenegger lanzó un plan de crédito hipotecario en el que, sin avisar, tomó prestado el concepto de “Unidades de Vivienda” (UVI) que Cobos impulsa desde hace años. Quería hacer al menos un anuncio positivo.
Pero a Cobos no le cayó bien. “Estoy enojado y molesto. No es el espíritu de mi proyecto, nuestro proyecto es un ahorro garantizado y créditos a valores accesibles para la sociedad”, disparó contra el titular del BCRA en el gobierno de una coalición que, aunque sea a regañadientes, él también integra.
Peor aún: Cobos pronosticó el fracaso del plan de Sturzenegger. “En este contexto es imposible que funcione”, dijo. Y tiene razones: un crédito “ajustable por inflación”, como el que propuso el BCRA, asusta a quienes debe atraer y es inviable mientras la inflación no sea abatida de modo convincente.
La revancha de Cobos por la “traición” de Sturzenegger dio otro paso la semana pasada cuando el Senado aprobó por unanimidad en la votación general su proyecto de ley para crear un sistema para el fomento a la inversión en viviendas llamado “Casa de Ahorro”. El núcleo es, básicamente, crear las “UVI” como medio de ahorro en unidades físicas ciertas.
En el país “se ahorra poco y nada”, dijo el senador mendocino. De ahí su idea del ahorro “por metro cuadrado”, que es -dijo- “la forma que está arraigada a nuestras costumbres”.
Cobos no solo pudo jactarse del “gran consenso” que logró; hasta el jefe de los senadores peronistas, Miguel Pichetto, el mismo que aquella vez del voto “no positivo” anticipó con sus palabras el mote de “Judas” y “traidor” que le cargaría el kirchnerismo, lo elogió abiertamente. El proyecto es “muy interesante”, dijo, y serviría para recuperar “algo que en la Argentina está perdido”: la cultura del ahorro.
Pichetto es lo que, para bien o para mal, suele llamarse “un político profesional”. Cuando, por ejemplo, el kirchnerismo decidió estatizar la ex imprenta Ciccone (la máquina de hacer billetes que había querido quedarse Amado Boudou), defendió con énfasis al vicepresidente, que presidía la sesión. “No se pueden tirar al viento imputaciones de delitos que no existen”, acusó a los radicales que hostigaban a Boudou, a quien elogió por “el temple que tuvo por estar poniendo la cara durante toda la sesión”.
“Usted no hubiera tenido ese problema en Francia por la inmunidad de la que hubiera gozado”, llegó a decirle, poniéndolo casi como un mártir. Es el mismo Pichetto que hace pocas semanas, tras pilotear el apoyo del grueso del bloque peronista del Senado a las leyes para salir del default, explicó que había “recuperado la capacidad de pensar y reflexionar y de decir lo que realmente pienso”.
Lo cierto es que, en materia de vivienda, en especial para la clase media, los años kirchneristas pueden resumirse como “la década alquilada”. Este amplio sector social, al que se dirige el grueso de los planes de crédito hipotecario (para los más pobres es más efectiva la “vivienda social” o facilitar la autoconstrucción, como el plan “Procrear” que lanzó tardíamente el kirchnerimo) quedó cada vez más lejos del “sueño de la casa propia”.
Juan José Cruces, profesor de la Universidad di Tella, precisa que los precios en dólares constantes por metro cuadrado de los inmuebles son hoy el doble de lo que eran en 2001 y representan una fracción muy superior de los ingresos de la mayoría de la población. Se necesitan, en promedio, dos tercios más de tiempo (en cantidad de meses de salarios) de lo que se necesitaba entre 1976 y 2001 para comprar una casa.
Los precios de la vivienda nunca fueron tan caros en relación a los ingresos y sólo dejaron de subir y cedieron levemente (siempre en dólares) solo después de que en el bienio 2014/15 en Buenos Aires se registrara el menor nivel de ventas desde 1970. Eso casi paralizó la construcción residencial privada: en 2015 los permisos de construcción fueron 80% más bajos que en 2006.
Los censos 2001 y 2010 y la Encuesta de Hogares del Indec confirman además que el porcentaje de “propietarios” de la vivienda que habitan descendió para todos los grupos etarios. Y el crédito hipotecario, que a principios de siglo equivalía a poco más de 5% del PBI, cayó en 2015 a menos del 1%.
La impronta consumista de la política K fomentó la compra de autos, motos, electrodomésticos, y hasta se ufanó de la ropa a crédito, pero dejó de lado el más importante vehículo de ahorro de las clases media y baja: la vivienda. Lo que es trágico, porque, aunque haya habido mejoras en la distribución del ingreso, lleva a empeorar la distribución de la riqueza. Los bancos fueron beneficiarios de esa orientación, que les permitió concentrarse en los segmentos de crédito más caros y rentables.
No habiendo alternativas de inversión confiables, los sectores más pudientes sí acumularon propiedades (es una razón por la que la vivienda se volvió tan cara) pero le sacan menos jugo: la renta neta media de alquilar una vivienda urbana es hoy de 3% anual; históricamente, era 8%.
Mientras no ceda la inflación y no se desarrollen alternativas de inversión confiables, la propiedad seguirá siendo muy cara y los planes hipotecarios serán en el mejor de los casos un paliativo. Superar el legado de “la década alquilada” exigirá políticas buenas y sostenidas en el tiempo. Bastante más que un cambio de opinión de Pichetto.