En el mundo
No sabemos con certeza cómo serán el mundo y la Argentina cuando termine la cuarentena. Creo que diferentes. Pero es notorio que la humanidad ha tomado conciencia de su pequeñez. Hasta antes de marzo los hombres habíamos cruzado todos los límites. Decretamos la muerte de Dios de acuerdo con Nietzsche al que no conocíamos, proliferando el ateísmo y el agnosticismo. Cuando el mundo entró en pánico (ver mi trabajo en Los Andes del 3 de abril 2020) tomó conciencia de que podía destruir la naturaleza como principal depredador, pero le era imposible dominarla. Los ateos y agnósticos lo seguirán siendo pero sin la soberbia que caracteriza a algunos. Los creyentes en tanto, pensamos que con el coronavirus la naturaleza reaccionó porque su creador quiso que se acabara su paulatina desintegración. Nuestra impotencia ante un organismo invisible y microscópico, que también es parte de esa naturaleza, descubre nuestra pequeñez e insoportable soberbia.
Estamos como esperando algo que no sabemos qué es y he ahí nuestro temor. No sabemos cómo enfrentar un virus y tampoco un futuro incierto del que no somos dueños y tampoco hacedores. Sentimos por primera vez pánico con impotencia y que algo superior nos está dominando.
En la Argentina
Se está produciendo un fenómeno inédito. Estamos expresando lo que sentimos sin temor reverencial.
Las redes están repletas de quejas y reproches a los políticos, que hablan, mienten y no resuelven ninguno de nuestros grandes y graves problemas.
A los legisladores, que no trabajan, no sesionan, no nos representan, solo se preocupan por ellos, sus “dietas”, sus pasajes, sus trenzas, sus treinta asesores personales que nos cuestan dos millones de pesos mensuales por legislador.
A los jueces que varios no resuelven, no imparten justicia o son corruptos.
A todos, que ganan cifras siderales por mes, en enorme discordancia y diferencia con la mayoría del pueblo con salarios por debajo de la línea de pobreza, especialmente médicos, personal de sanidad, científicos, intelectuales, maestros, fuerzas de seguridad y fuerzas armadas.
El gasto público es obsceno y no hay ajustes en los ingresos de funcionarios, legisladores ni jueces.
El gasto social alimenta en general a personas que no trabajan ni estudian. Y el peso de todo esto recae en 8 millones de contribuyentes que sostienen a 37 millones que en su mayoría no producen.
Durante la cuarentena el país ha adquirido ciertos hábitos que sería interesante mantener. El aplauso diario a los médicos y personal de sanidad debe traducirse en retribuciones acordes con la misión trascendente que desempeñan, así como docentes, científicos, investigadores y miembros de las Fuerzas Armadas y Seguridad.
Debería también regularse la emisión de gases tóxicos, mediante el uso racional de todo tipo de vehículos contaminantes. En estos días se cerró el agujero de ozono en el Artico producto de la limitación casi absoluta del transporte mundial y cierre de fábricas. No se trata de suprimir el transporte de personas, que sería imposible, sino del uso de vehículos no contaminantes. Hay ya estudios y proyectos de combustibles biológicos que exigirían la participación de científicos e investigadores especializados, dándoles un lugar preferencial a Universidades y Colegios Profesionales en la materia. Con solo paralizar la producción 40 días se está solucionando el destrozo del medio ambiente.
Y en medio de la cuarentena, que sin dudas nos ha hecho más pobres y ha fundido empresas y pymes, aparece Máximo Kirchner, de quien no conozco su labor como diputado, porque no trabaja o porque lo desconozco, que presenta un proyecto para paliar los efectos de la cuarentena que titula “impuesto patria”. Debe recaer sobre el patrimonio o capital de los que tienen más de tres millones de dólares según el Presidente. Claro, ambos son peronistas y deben “combatir al capital” conforme a la marcha que los aglutina. El peronismo no concibe el éxito económico personal ni empresarial, ignorando que el éxito de nuestros habitantes es lo que permite crear trabajo y terminar con la pobreza.
Desconocen que estos tributos extraordinarios son inconstitucionales porque recaen sobre el patrimonio y que por eso, durante las muchas décadas en las que han gobernado, aumentó la pobreza y generó las crisis que cada diez años se producen y han hecho del país uno de los más pobres del planeta.
Desconocen que estos contribuyentes han pagado su impuesto a las ganancias y a los bienes personales produciéndose una triple imposición rechazada legal y constitucionalmente, incurriendo también en una discriminación inadmisible entre todos los que han cumplido con sus obligaciones fiscales, separándolos por sus patrimonios. Los de mayor riqueza deberían pagar por ganancias como todos pero además un adicional por ser ricos, ignorando que todos los habitantes son iguales ante la ley según nuestra Constitución.
Sin violar ninguna disposición legal ni constitucional, Máximo debería presentar un proyecto de ley que obligara a todos aquellos funcionarios o ex funcionarios a devolver los bienes adquiridos delictualmente por defraudación a la administración pública. Se calcula que el monto de los bienes defraudados asciende a un PBI.
De concretarse podría ser la solución a todos nuestros problemas económicos y financieros, con el agregado que no se trataría de un impuesto sino de una devolución de bienes ilegítimamente adquiridos, de propiedad del Estado. Debería contarse con la conformidad de oficialismo y oposición, especialmente de Cristina como Presidente de la Cámara. Dado el propósito de la ley pienso que se contaría con la unanimidad del Congreso. ¿Será?