Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Si a Mauricio Macri, María Eugenia Vidal, Marcos Peña o Jaime Durán Barba les hubieran preguntado unos días antes de las PASO cuál sería el resultado electoral soñado por ellos, el que más fervientemente desearían, seguramente habrían expresado números casi equivalentes a los que realmente se dieron.
Pareció una elección hecha a imagen y semejanza del oficialismo gobernante, como que un demiurgo invisible les hubiera convertido sus sueños en realidad. Con precisión milimétrica.
Lograr que una ola de macrismo (no un vendaval pero mucho más que un viento leve) se extendiera a lo ancho y a lo largo del país penetrando incluso en los territorios más inhóspitos donde moran los más inescrutables caudillos feudales (allí sí, aún levemente), es un mérito contundente para una fuerza política que hasta hace un par de años era poco más que una promesa municipal y hoy ha devenido el principal partido nacional.
Pero no sólo eso, sino que estas PASO le sirvieron también al macrismo para transformar en hamletiana, en shakesperiana a la principal oposición, la cual ya no tiene la menor idea de cuál es la diferencia entre su ser y su no ser. La prueba contundente de ese dilema que conduce a la impotencia política, lo expresa el resultado de Cristina Fernández en Buenos Aires, la cual no terminó, políticamente, ni muerta ni viva. Algo así como quien sobrevive pero sin futuro, pero lo peor es que con su sobrevivencia impide que los demás peronistas puedan tener futuro. La gran obstructora de unos peronistas que se lo merecen, porque en estos dos años en vez de intentar renovarse quedaron a la espera de ver si deberían continuar con Cristina o sin Cristina, y ahora que no pueden hacerlo ni con Cristina ni sin Cristina, se hallan en el peor de los mundos. Una indecisión, casi una cobardía que les costará carísimo a esos peronchos dudantes.
Lo que de alguna manera parece ir quedando más claro con estas elecciones es que Cristina más que una persona concreta, es el sueño de otros. Una mujer dinámica, inteligente y creativa pero que políticamente, debido a que no puede contener sus pasiones de superioridad, suele transformarse en aquello que quieren sus mentores. Como que siempre fuera la criatura de un creador, que tiene dificultades para ser ella misma, por eso sobreactúa tanto el papel de querer ser más que nadie, una especie de reina etérea que pertenece a un territorio inaccesible a nosotros, los mortales comunes.
La Cristina nestorista
Difícilmente alguien le haya sido tan leal y tan útil a Néstor Kirchner como su esposa. Él le hizo ganar a ella, o ella le hizo ganar a él, lo mismo da, las elecciones legislativas de 2005 donde ambos exterminaron al duhaldismo. Luego Ella (con Él) llegó a la presidencia por primera vez y cuatro años después, con el empuje que desde el más allá le brindó el marido muerto, se coronó por segunda vez. Allí terminó la etapa nestorista de Cristina. La mejor.
La Cristina chavista
Llegó a su segundo mandato una persona que parecía ser la continuación del mejor Néstor y a la vez la superación del peor. En sus dos primeros meses se atrevió a exponer un programa sensato de gestión donde corregiría las distorsiones que dejó su marido. Pero de un día para el otro optó por lo contrario. Luego de la tragedia de Once parece que algo viró en su cerebro, como que se dio cuenta que el destino trágico de su dinastía le impediría dar marcha atrás o rehacer sobre la marcha. Que el estigma de Néstor (debido a su herencia de infinitos hechos non sanctos) sería imposible de borrar. Entonces tomó la decisión definitiva de su vida: Vamos por todo, gritó con clamor adolescente, y desde ese entonces jamás dejaría tal consigna.
Apareció entonces otra Cristina, alguien que ya desde luego de la muerte de su marido estaba negociando un espúreo pacto con Irán para indultarlos de la AMIA, a pedido del principal aliado de los ayatollah en América Latina, Hugo Chávez, cuando éste comenzó a convencer a Cristina de que ella debería ser la heredera continental de su gesta antiimperial. Y Cristina le compró el paquete entero.
Dedicó, entonces, casi toda su segunda presidencia a chavizar la Argentina, convencida de que la nueva Meca de la revolución era el modelo venezolano. Todo lo que hizo de allí en más tenía como meta ese desmesurado objetivo, imposible en un país tan anómico pero a la vez tan institucionalizado como la Argentina. Su segundo sueño, el de ser Chávez, terminó cuando terminó su mandato.
La Cristina macrista
A partir de allí apareció la tercera Cristina, esa que se negó a entregarle el bastón de mando a Macri y que dos años después se negaría a competir con Randazzo, porque nunca una reina baja al nivel de los súbditos, no puede ni debe hacerlo.
Desde entonces Macri, con un aprendiz de brujo (o brujo, lisa y llanamente) como Durán Barba y una anticristina tan actriz como Ella llamada María Eugenia Vidal, se dedicó a crear su propia Cristina, la Cristina macrista.
Se trató de una de las tareas estratégicamente más valiosas pero a la vez políticamente más fácil que le tocó al nuevo equipo de gobierno que si bien hasta ahora no obtuvo grandes logros de gestión, se ha consagrado electoralmente en su medio término, por hacer jugar a Cristina, durante dos años, en su propio campo.
Bastó con provocarla a Cristina para que siguiera haciendo lo que siempre -salvo por un par de meses- hizo: polarizar, enfrentar, convocar al apocalipsis, dividir al mundo entre buenos y malos y al país entre amigos y enemigos, etc, etc. Y Ella cumplió su papel a la perfección.
Esos que se la saben todas, criticaron duramente al macrismo por darle un papel central a Cristina al considerarla su contradictora principal.
Cuando en realidad esa fue una de las principales razones del éxito parcial obtenido en estas PASO.
La gente con la que se fue rodeando Cristina, más las otras que sigue defendiendo, configuran el equipo más trash, más bizarro y más patético de todos los tiempos. Una Armada Brancaleone.
Su capacidad para elegir a los peores es proverbial. Esa etapa comenzó cuando optó por Boudou como vicepresidente (y eso que en el día de su designación una puerta se abrió sola, permitiendo entrar el espíritu de Néstor a la sala; Ella creyó que él la autorizaba a nombrar a Boudou cuando Néstor le advertía que no lo nombrara). Y siguió con la decisión de optar por Aníbal Fernández como su candidato principal en las elecciones de 2015. A partir de allí los De Vidos, Maduros, Sabatellas, Fernandas Vallejos y ejemplares de un tenor similar comenzarían a pulular a su alrededor, completando sus pésimas elecciones anteriores.
Por querer ser siempre igual a sí misma (vale decir, superior a todos los demás), en vez de asumir lo que le exigía la realidad en cada momento y tratar de persuadir a los no persuadidos (que fue lo que hizo Perón en la etapa de su resistencia), al final Cristina terminó siendo, una y otra vez, lo que quisieron los demás. El macrismo, al dividir el mundo únicamente entre Cristina versus Cambiemos, logró mucho más que remarcar la mala herencia recibida, como solían pedirle los sabihondos.
Los resultados electorales del domingo demuestran el singular éxito de Cambiemos en haber creado su mejor enemiga.