El viento extraño para diciembre -frío y fuerte de a ratos- se entretiene con el pelo blanco de Daniel Oscar Martín uno de los últimos changarines de la Costanera. Sentado sobre un cubo blanco invertido, a la vera de las palmeras que contornean el Museo del Área Fundacional sobre avenida Ricardo Videla y Beltrán, el hombre ha colocado una vez más el cartel que dice "se hacen changas". Al lado hay una mochila negra donde cobija sus elementos de trabajo "un pantalón y un par de guantes". Daniel lleva adelante el mismo ritual y en el mismo sitio desde hace 42 años: "Espero clientes para salvar el día".
Su presencia en Beltrán y Costanera data de fines de los '80, "cuando acá estaba la vieja feria municipal y el trabajo de changas se hacía todos los días bajando cajas que traían los camiones. Desde esa época es que quedó la gente como yo en esta zona, donde nos ofrecemos para hacer trabajos", rememora el hombre para luego aclarar que ese día no ha comido mucho.
Los cientos de automovilistas que recorren la zona están al tanto de su presencia casi eterna y algunos lo han contratado: "Bueno, yo me dedico a ayudante de albañil, a descargar camiones, a las mudanzas, a desmalezar lotes; pero hoy está fea la mano", dice y aclara que desde la mañana "en este día no he tenido trabajo".
Martín cuenta que se levanta todos los días a las 6.30 de su casa de Las Heras, se toma el colectivo y a las 7 ya está disponible para las changas. "Vivo con mi esposa y una nieta y recibo una ayuda social, una ayuda del Gobierno, que no es mucho: 270 pesos por mes, por lo que no me queda más que seguir. Además todavía estoy en forma más allá de la edad".
Los viejos tiempos
De acuerdo con la memoria de Daniel, la costumbre de ponerse a esperar una changa en esa zona viene desde la antigua feria de frutas y verduras de la municipalidad de Ciudad. Cuando se transformó en el Museo del Área Fundacional, muchos de los changarines se quedaron en el lugar. Uno de los últimos sobrevivientes es el señor Martín.
"Antes, hace muchos años, había gente en las esquinas de Alberdi, Urquiza, Corrientes, Córdoba y algunos llegaban hasta el Acuario. Hoy, por lo que tengo entendido, solo quedamos dos bolivianos y yo", cuenta en estado de soledad. Para la época en que el changarín hace memoria estaba instalado en el Gran Mendoza que en esa zona "había gente para hacer changas y venían de todas partes para buscarnos. Eso se ha ido perdiendo", dice.
A la hora de traer a su cabeza, "los buenos y viejos tiempos", lo único que tiene que hacer Daniel es mirar hacia atrás. "Nunca estuve tan mal como ahora. Nunca hubo tan poco trabajo. La semana pasada, sin ir más lejos, no hice ni una changa; la semana antepasada, hice tres. La aparición de las máquinas paletizadoras nos mató, ahora todas las empresas tienen esas máquinas que bajan las mercaderías de los palets y no se necesita la mano del hombre. Ahora todos los camiones vienen paletizados".
Morir en la suya
Pese a que el panorama se le presenta muy complicado, el último de los changarines no tiene en mente "reinventarse" y ver el modo de buscar otro sustento. "No, ¿a esta altura de mi vida? Si no sé hacer otra cosa, además todavía el cuerpo me da", responde con una tibia convicción. "Además acá todos me conocen, hasta los pericotes, que hay muchos, me saludan".
Martín sintetiza su vida con algunos hitos, "llegué hasta cuarto grado de la primaria y me puse a trabajar con mi papá; era hijo único. Después de que murió una de mis hijas me vine abajo y empecé a beber. Ahora, gracias a Dios, llevo 11 años sin tomar un trago".
Lo más cercano a la modernización que ha ensayado Martín son unas tarjetas que su nieta le imprimió en una computadora. "Son de papel para no gastar mucho", muestra una. Dice: "Trabajos diversos (changas)" y debajo aparece el dibujo de hombre con mameluco; todo muy austero. En la parte inferior está el celular para contratarlo: "Daniel Oscar Martín, Tel 155632607”.