Dos bloques políticos en formación se agitan enfrentados a la espera de las urnas de octubre. Uno de ellos se acercó a la condición de mayoría en las primarias. Cuando el peronismo se reunió bajo el liderazgo de Cristina, sólo después de su repliegue como candidata. El bloque opuesto todavía resiste al mando de Mauricio Macri.
Conviene hablar de bloques antes que de coaliciones. En torno a Macri y a Cristina orbitan partidos y agrupaciones políticas. Pero son estructuras excedidas por espasmos sociales que se manifiestan en medio de una grave depresión económica. Esas erupciones todavía se enmarcan en la puja electoral, pero su evolución futura es impredecible.
El actual oficialismo siempre se ufanó de ser una coalición a tono con el clima de época. Anclada en la mixtura de un partido nuevo con otros de mayor raigambre histórica. Todos ellos en proceso de descubrir los códigos de una nueva cultura política, marcada por la transacción permanente entre demandas detectadas por encuestas y ofertas segmentadas para satisfacerlas.
La derrota en las primarias provocó una crisis. La coalición se enfrentó no sólo al contraste de los votos, sino al derrumbe de aquel concepto.
Hubo sin embargo dos reacciones que empujaron a los dos principales referentes del oficialismo a reaccionar y sostener su aptitud competitiva. Las movilizaciones en apoyo a Macri en Plaza de Mayo y a María Eugenia Vidal, en Morón, pusieron de relieve un sesgo de opinión pública: hay un rechazo activo a los intentos de “delarruizar” la gestión Cambiemos.
Ese movimiento inorgánico -y en cierto punto no sólo ajeno, sino más bien refractario a la canalización partidaria- es un dato que ya está configurando el escenario político a futuro, más allá del destino electoral de sus candidatos.
En torno a Alberto y Cristina Fernández la agitación no es menor. El resultado de las primarias abrió una puja de posiciones porque el regreso al gobierno es considerado inminente. A pesar de las advertencias de los candidatos, la dinámica interna es la de un parto prematuro, donde todavía no se define la genética del nuevo poder.
Buena parte de las especulaciones hace foco en la relación entre ellos dos. Intentando encontrar, sobre todo, la clave futura del comportamiento de Cristina. Tras su reciente viaje a Cuba, se acentuaron las opiniones de aquellos que la ven en un camino del repliegue al retiro. Siempre que se cumplan las condiciones de impunidad requeridas para su familia.
Pero no parece ser ése el mayor interrogante, sino otro que emerge de la crisis: cuál será relación de Alberto y Cristina juntos, frente a la marea de demandas que ya asoma. El bloque político que los apoyó ha comenzado a facturarles definiciones inmediatas, pese a que todavía no ganaron el partido por los puntos.
La primera fricción comenzó a verse en la protesta social. Los aliados de la izquierda que trabajaron codo a codo durante cuatro años con el kirchnerismo para el desgaste de la gestión Macri no parecen dispuestos a concederle al peronismo la tregua callejera que Alberto Fernández sugirió en público.
El peronismo los mira, nervioso. Les recuerda a los piqueteros de izquierda la definición clásica: el desviacionista es un compañero que sigue derecho cuando todo el partido dobla. Para el trotskismo, que los clericales de Grabois pretendan correrlos con la vaina de una definición soviética es menos una ironía que una cucarda. Van a seguir en la calle.
Con todo, la fórmula Fernández ya se enfrenta a piquetes más silenciosos y preocupantes. El gobernador tucumano Juan Manzur armó para el candidato presidencial su propio asado de Victorica. Sus pares arribaron con las aflicciones de las cuentas provinciales en rojo.
Alberto Fernández escapó con la promesa a futuro de un pacto social para contener precios y salarios. Confía en la disciplina de los sindicatos peronistas para resignar paritarias cuando son gobierno. Y subió a la tribuna de su campaña política al titular de la Unión Industrial Argentina.
Fernández se ha encontrado con la novedad de un bloque que lo apoya para ganar, pero ya le demanda que actúe para definir el contrato societario de su eventual gobierno. El poder es así: nadie puede descansar para siempre en la comodidad del significante vacío.
Los gestos de presión que hizo cuando una marcha a favor ilusionó a Macri en Plaza de Mayo fueron efectivos: forzaron la reestructuración de deuda, alejaron el último desembolso del FMI, consolidaron la cotización del dólar cercana a 60 pesos y obligaron al oficialismo a reinstaurar el control de cambios.
Pero fueron efectivos en todo sentido: desataron la puja entre empresarios y sindicatos por los paliativos frente a la devaluación, involucraron a los gobernadores -que son los principales empleadores en sus distritos- en esa disputa por un bono de reparación salarial y abrieron las puertas a la protesta callejera de los excluidos en esas transacciones de la economía formal.
De pronto, el principal candidato opositor conoció el rostro del mismo desafío ingrato que Macri se vio obligado a asumir tras el cachetazo en las urnas. El mejor modo de ser candidato competitivo a futuro tal vez sea actuar en el presente con la responsabilidad del gobernante.