Desde que tenemos memoria, los movimientos poblacionales, forzados o espontáneos, marcaron el pulso de nuestra historia. Sus causas y consecuencias despertaron emociones diversas a lo largo del tiempo y definieron la significación que distintas narraciones colectivas les atribuyeron.
Hoy, con más de 258 millones de personas viviendo fuera de su país de origen, la cuestión migratoria adquirió dimensiones mayúsculas y ocupa un lugar central en las agendas de gobiernos, organismos internacionales y medios de comunicación.
La llegada al poder de líderes de la derecha nacionalista, con un fuerte discurso antiinmigración –Donald Trump en Estados Unidos, Viktor Orban en Hungría o el recién elegido presidente Jair Bolsonaro en Brasil– puso al descubierto que el concepto transnacionalista de una comunidad internacional interdependiente y cooperativa, que permita dar respuestas multilaterales a los problemas globales, ha comenzado a agrietarse.
Caldo de cultivo
Una fuerte politización de las migraciones las convirtió en el objeto de una encarnizada lucha partidaria y electoral.
La llegada masiva de personas a los países de acogida o de tránsito ha logrado desbordar los sistemas locales convirtiéndose en un perfecto caldo de cultivo para la consolidación de líderes antiglobalistas que deciden alejarse del multilateralismo y, con la excusa de proteger los "legítimos intereses soberanos" de sus estados, pregonan restrictivas y cuestionables políticas migratorias, a la vez que atizan nuevos movimientos xenófobos y racistas.
Este fenómeno quedó de manifiesto el pasado 19 de diciembre en la Asamblea General de las Naciones Unidas con motivo de la aprobación del Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular adoptado en la Conferencia intergubernamental de Marrakech.
De carácter no vinculante, el acuerdo aborda los retos de la movilidad humana como fenómeno transnacional y define un marco de cooperación internacional de 23 objetivos, orientados a aprovechar los beneficios de la inmigración y mitigar los riesgos y los retos que la misma conlleva.
Aunque el acuerdo fue presentado por el representante especial de la ONU para la migración, Louise Arbour, como una nueva conquista del multilateralismo, lo cierto es que en la Asamblea General el documento no tuvo el apoyo que se esperaba.
De los 193 países que en 2016 se comprometieron a fortalecer la protección de las poblaciones migrantes y a articular el trabajo para la adopción de un Pacto Mundial sólo 152 respaldaron el documento.
Cinco estados votaron en contra –República Checa, Hungría, Polonia, Estados Unidos e Israel–;12 se abstuvieron –Algeria, Australia, Austria, Bulgaria, Chile, Italia, Latvia, Libia, Liechtenstein, Rumania, Suiza y Singapore– y otros ni siquiera asistieron a la reunión.
Defensa de la soberanía
Pese a estar expresamente establecido que el Pacto no genera obligaciones jurídicas y reafirma el derecho soberano de los estados a determinar su política migratoria, el argumento de sus detractores puso especial énfasis en una supuesta defensa de su soberanía.
Estados Unidos fue el primero en anunciar su salida, sosteniendo que la seguridad de sus fronteras y admisión de extranjeros son decisiones de Estado que no están sujetas a negociación o revisión.
En la misma línea, Hungría manifestó su disconformidad con el texto del acuerdo por promover el "peligroso" fenómeno de la migración, enfatizando que se reserva el derecho soberano de decidir sobre la migración y las medidas de seguridad.
Por su parte, Jair Bolsonaro, con similares argumentos, afirmó que saldrá del Pacto no bien asuma la presidencia.
Las dificultades para coordinar políticas nacionales en materias tan elementales como la situación y derechos de los migrantes son la radiografía que nos muestra las debilidades y los desafíos a los que se enfrenta un sistema internacional en el que se cuestiona la legitimidad de los procesos multilaterales de toma de decisión.
Con tanto acento puesto en el Estado como principal actor de las relaciones internacionales, podemos aceptar que el mundo del siglo 21 dista de ser el que imaginaron los multilateralistas del siglo 20.
Aun así, no podemos negar que por su grado de interdependencia y complejidad es absurdo pensarlo y organizarlo exclusivamente en clave de soberanía.
En tanto encontramos el equilibrio, millones de caminantes aceptan, con estoicismo, el olvido y el abandono de la esperanza de futuro mejor.
Un año signado por la xenofobia de Trump y el éxodo de los venezolanos
No es casualidad que al filo del cierre de 2018, 152 de los 193 países que integran la ONU decidieran firmar el Pacto Mundial sobre Migración. Es que el incesante flujo de personas, la gran mayoría huyendo del hambre, la guerra o la opresión, ha sido uno de los temas más preocupantes del año que termina.
Países como Estados Unidos o Italia rechazaron firmar el acuerdo (Brasil y Chile también). Y tampoco es casualidad. Donald Trump mantiene una abierta cruzada contra la inmigración proveniente de Centroamérica, mientras que el derechista Matteo Salvini ha dicho que "Italia ya hizo mucho" por los inmigrantes al rechazar en Navidad el buque
Sea Watch con 33 africanos a bordo (entre ellos, 3 adolescentes, 3 niños y 4 mujeres).
Al cierre de 2018 habrán emigrado de Venezuela más de tres millones de personas, según Naciones Unidas, que estima que en 2019 lo harán dos millones más. La escasez de productos básicos, la estratosférica inflación (2.000.000, según el FMI) y la inseguridad conformaron un combo que no hizo más que expulsar personas.
Venezolanos a Argentina
En los últimos años, la Argentina recibió al menos a 130 mil venezolanos que emigraron hacia el sur. Nuestro país es un nuevo destino para los ciudadanos del país gobernado por Nicolás Maduro, quienes históricamente migraban a otros lugares, como Colombia, Estados Unidos y España.
La llegada de personas desde Venezuela aumentó significativamente en el último tiempo y este año más venezolanos han hecho trámites de radicación en la Argentina que paraguayos y bolivianos (las dos comunidades extranjeras más numerosas). A continuación, datos para comprender la situación de nuestros nuevos vecinos.
En octubre, cerca de mil hondureños emprendieron un viaje tan peligroso como cargado de esperanza. A pie o subidos a camiones, se empecinaron en recorrer más de tres mil kilómetros hasta la frontera con Estados Unidos. A ellos se les unieron salvadoreños, guatemaltecos y mejicanos. Juntos conformaron la "caravana de inmigrantes", un movimiento que agitó la xenofobia de Trump. "El Ejército los espera", tuiteó tras ordenar la movilización de cinco mil soldados al sur.
Cientos de inmigrantes ilegales han sido detenidos junto a sus hijos. Los niños guatemaltecos Jakelin Caal y Felipe Alonzo-Gómez, muertos por deshidratación bajo custodia de agentes fronterizos, son la cara más atroz de este fenómeno.
Según distintos organismos, en 2018, 118.423 inmigrantes llegaron a Europa, de los cuales 2.241 habrían perdido la vida. La cifra es menor a años anteriores. En 2014, 1,8 millón de personas llegaron al Viejo Continente.
Pese a la pronunciada caída (que no atenúa la crisis de los refugiados), se multiplican los discursos del odio, las agresiones y las políticas restrictivas de una derecha cada vez más extrema.