Después de 5 años consecutivos de crisis hídrica, otro año cercano a la media histórica y la presencia de El Niño, asociado a una mayor cantidad de precipitaciones, todo parecía indicar que la situación se revertiría y que finalmente la escasez de agua dejaría de ser una preocupación para los mendocinos.
Sin embargo, el fenómeno climático se combinó con otros factores lo que atenuó sus efectos y se reflejó en menos nevadas de las esperadas.
De esta forma, en la presentación del pronóstico de escurrimiento de los ríos para el nuevo ciclo hidrológico (octubre 2016 - setiembre 2017), desde el Departamento General de Irrigación (DGI) aseguraron que estamos entrando en el séptimo año de emergencia hídrica.
Además, prevén que los seis ríos de la provincia se ubicarán por debajo de la media anual. Así, en el Mendoza, Tunuyán, Diamante y Atuel se espera un año “medianamente pobre”, en el Grande “pobre” y en el Malargüe “seco”.
“Este fenómeno del Niño que se preveía como gigantesco para este año se diluyó y quedó en un efecto mucho menor. Por esta razón se esperaban nevadas extraordinarias y finalmente no se dieron”, explicó el superintendente de Irrigación, José Luis Álvarez.
Por esta razón, se augura una situación en la que los ríos estarán por debajo de la media, a lo que se le agregan peores expectativas a futuro. “El año que viene la tendencia demuestra que entra una Niña y que vamos a estar mucho peor que este año, por eso lo que tenemos que hacer es empezar a juntar agua para la próxima primavera”, remarcó.
Ante este panorama, desde Irrigación ya han comenzado a evaluar la posibilidad de considerar a la emergencia hídrica como parte de una normalidad y no como una excepción.
“Si de los últimos 10 años tenemos uno normal, creemos que tenemos una nueva media y a partir de eso vamos a empezar a tomar medidas para que el uso del agua se regule en función de lo que llamaríamos de crisis permanente, ya como una nueva normalidad”, expuso Álvarez.
Un aspecto fundamental a considerar en este sentido son las precipitaciones en el llano. “Las lluvias que tuvimos este año influyeron muy positivamente, porque tuvimos un año en donde prácticamente todos los ríos estuvieron por debajo de la media pero los embalses estuvieron llenos”, señaló.
Esto fue así porque se pudo optimizar la entrega, ya que cuando llovía se cortaba la erogación del agua para riego hacia las zonas productivas.
Para tener más presente este aspecto se colocará en el corto plazo una red de 145 pluviómetros que permitirán lecturas cada 5 minutos.
Además se implementarán sensores en el suelo para medir cómo se transforma el agua de una tormenta en riego para cultivos.
“Vemos que este fenómeno de las lluvias es muy importante por lo que vamos a empezar a medirlo de forma sostenida”, adelantó el titular de Irrigación.
En detalle
El informe para el ciclo hidrológico 2016-2017 surge de la evaluación de las precipitaciones en la cordillera: lo que se hace es cuantificar esa cantidad de nieve, calcular cuánta agua representa y en función de eso se realiza el pronóstico para cada río de la provincia.
Para el río Mendoza se calcula un derrame anual de 1.285 hectómetros cúbicos (hm3), con lo que quedaría en un 91% de la media histórica. Esta situación se diferencia con la del año anterior, ya que éste fue el único río que durante 2015-2016 se ubicó por encima de la media.
“Los primeros días de junio hubo una precipitación de importancia, a partir de ahí no tuvimos mayores precipitaciones en cordillera sino que se produjo un sostenimiento de la cantidad de nieve precipitada; y después de la primera semana de setiembre las temperaturas se elevaron y se produjo la fusión de la nieve que había caído”, precisó Juan Andrés Pina, director de Gestión Hídrica.
En segundo lugar aparecen los ríos Tunuyán (790 hm3) y Diamante (940 hm3) ya que ambos se encuentran en un 89% de la media.
En peores condiciones se encuentran los cauces del sur, ya que si bien el Atuel (980 hm3) se ubica al 88% de su caudal, el Grande (2.260 hm3) se encuentra al 66% y el Malargüe (140 hm3 ) al 45%. “Las expectativas para estos dos últimos ríos son catastróficas, lo que es muy problemático para nosotros”, reconoció Álvarez.
Factores climáticos
Llegado desde Chile para la presentación, el investigador del Centro del Agua para Zonas Áridas y Semiáridas de América Latina y el Caribe (Cazalac), Jorge Núñez Cobo, brindó detalles de los fenómenos climáticos que repercuten en las precipitaciones y por ende, en la mayor o menor disponibilidad de agua.
“Venimos desde hace 4 años estudiando estos fenómenos del otro lado de la cordillera, ya que desde hace 10 años llevamos una tendencia general de falta de agua y períodos de crisis hídrica severa”, relató.
En base a esta experiencia, aseguró que si bien se pensaba que este año iba a ser extraordinario en cuanto a precipitaciones, ellos reconocieron desde un principio que no sería tan así.
“La condición del Niño es uno de tantos factores climáticos que entran en juego y como factor principal ha ido perdiendo influencia, ya que han aparecido otros”, detalló el experto, y mencionó a la oscilación decadal del Pacífico que se ha descubierto recientemente.
“Desde 2012 se está empezando a mirar y se ha encontrado que tiene relación con lo que nos está pasando”, señaló Núñez Cobo.
En este sentido, precisó que si el fenómeno del Niño o la Niña implica un aumento de temperatura del océano Pacífico o una baja en una zona frente al Ecuador, la oscilación se comporta parecido pero tiene una extensión espacial mucho mayor.
“Además tiene variaciones que son mucho más lentas: el Niño o la Niña se da cada 4 ó 5 años y la oscilación cada 25 y 30 años”, informó.
Así, el investigador explicó que cuando la oscilación del Pacífico es fría -como está ocurriendo en este momento- hay mayor probabilidad de que haya más eventos Niña y que cuando haya eventos Niño sean más débiles.
A este panorama, desde ya complejo, hay que sumarle también la influencia del cambio climático.