La corrupción del Tricentenario será culpa de los adultos de hoy

La corrupción del Tricentenario será culpa de los adultos de hoy

Comienzo diciendo que, como orgullosa argentina, no siento enojo, siento un dolor profundísimo. Porque los hechos de corrupción son repudiables, no son de derecha, de izquierda, progresistas o conservadores, son repudiables. Cuando nuestros chicos “nos ven”, no importa qué sermones les demos, ven cómo vivimos, cómo actuamos, cómo reaccionamos frente a la realidad, qué aceptamos y qué condenamos. Son seres en formación y los valores de la sociedad y los adultos referentes en particular lo transmitan.

Por eso es mi dolor, porque frente a videos, muestras, matrices de corrupción, no se deben hacer condenas a priori, y es falaz decir que alguien cometió un delito hasta que no sea demostrado y condenado por la Justicia.

Pero escuchar a cientos de adherentes al partido que aparece en todas esas causas, iniciadas desde hace más de ocho años y que ahora de golpe se aceleraron, pero que no pueden definirse como “sorpresa” pues en medio no hubo absoluciones sino detenimiento de las causas, y ante evidencias de videos que ya no son indicios, manifiestan el repudio y, a renglón seguido, viene indefectiblemente la siguiente argumentación: todos los gobiernos son corruptos, desde 1810, en todo el mundo, el actual también, siempre hubo y habrá corrupción. Y la corrupción no disminuye lo valioso del proyecto. Es de gravedad extrema; paso a explicar.

Para nuestros niños o jóvenes tiene:

a) Doble mensaje: es repudiable, pero no tanto porque a renglón seguido viene una justificación.

b) La justificación es la que le pedimos que no hagan nuestros niños y jóvenes cuando, frente a sus errores, no se hacen cargo y responden que “todos lo hacen”. Contéstenme los padres o docentes serios ¿quién acepta esta respuesta frente a un acto equivocado? No se puede porque les impide madurar y hacerse cargo para corregir.

c) Y cualquiera que estudió formación ética y ciudadana, o ética cristiana, o cualquier formación ética profesional sabe que un acto es bueno cuando son buenos la intención, el medio y el fin, y la corrupción en cualquiera de esos pasos anula el bien del hecho.

Ahora pensemos en nuestros niños/jóvenes “nos miran” y entienden bien el mensaje, puedo hacer algo mal si lo justifico porque los demás también lo hacen, y el fin justifica los medios. Y ahí podríamos agregar algo más grave, la palabra no vale nada, lo vemos en los “debates”, y está encomillado porque se debaten ideas y lo que vemos es gente gritando, no se escuchan y degradan a la persona, jamás sus ideas.

Es de una violencia simbólica impresionante. Y luego los adultos nos preguntamos sobre el bulliyng y la discriminación.

En este contexto, Hannah Arendt, tras haber comprobado “un derrumbe de todas las autoridades tradicionales”, destacaba que “la autoridad se ha desvanecido en el mundo moderno. El síntoma más significativo de la crisis es que se ha difundido hacia áreas como la familia, la crianza de los hijos y la educación, en las cuales la autoridad siempre había sido aceptada como una necesidad natural”. (Arendt 1996).

El hecho de que incluso esta autoridad “pre-política que gobernaba las relaciones entre adultos y niños, maestros y alumnos, ya no esté asegurada implica que todas las metáforas y modelos tradicionales de las relaciones de autoridad han perdido su pausibilidad (Arendt 1996). Es por eso que lo que decimos o hacemos -no los discursos, ni libros- los adultos referentes día a día no es inocuo, todo educa o anestesia.

Si somos coherentes nuestros niños/jóvenes sabrán que amamos al ser humano, al que además adherimos en sus ideas políticas, y que no se debe condenar a priori a nadie, por lo tanto seguiré esperando qué dice la Justicia, pero si a esas personas los declaran culpables iré a visitarlos, les llevaré libros y chocolate, porque es de buena gente y una obra de misericordia, y si salen absueltos festejaremos con ellos, pero que quede claro: amamos al ser humano y aborrecemos la corrupción en cualquiera de sus formas y sin justificación alguna.

Lograremos en nuestros jóvenes tolerancia cero a la corrupción hasta en las cosas más pequeñas, porque les haremos saber que son como una bolsa de arena: basta la pinchadura de una aguja y con el tiempo se saldrá toda la arena. Hoy parece imposible, pero les recuerdo a los de mi edad: no hace tanto tiempo se fumaba hasta en un ascensor, hoy los niños no nos lo permiten. Si ellos logran verdadero repudio, nuestro amado país tendrá un hermoso festejo del Tricentenario de la Independencia.

Recordemos que los valores no se predican, se viven.

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