Renunciar por completo a la elaboración de juego y la tenencia del balón para apostar a la verticalidad absoluta requiere, sin dudas, de un vértigo y una precisión en velocidad que Independiente Rivadavia no tuvo como para hacerle frente a un equipo como Quilmes, que no se aferra a un libreto muy distinto al de la Lepra (el Cervecero también le gusta ser más frontal que ancho).
Propuestas quizá similares aunque una mucho más pulida que la otra y con intérpretes de mayor fuste. El de los movimientos aceitados, de las pelotas punzantes y las diagonales incansables de Canelo y Bieler, al minuto le dejaba en claro que estaba fino con una jugada de Pérez Guedes que por muy poco no termina en gol de Bieler.
Le Lepra se repetía en pelotazos largos para sus tres atacantes que ganaron muy pocas y que para colmo, tampoco los volantes se quedaban con la segunda jugada porque estaban lejos. Villarreal, Imperiale y Coronel estaban contenidos, ninguno se sumaba y el equipo estaba partido. Por eso a nadie sorprendía que Quilmes se vaya 2 a 0 al descanso con goles de Pérez Guedes y Canelo.
Para el complemento el Azul entendió que no debía saltear siempre la línea de volantes (hasta Scapparoni dejó de salir largo con el pie para salir al ras del piso).
Gautier ingresó por un inexpresivo Cerutti, ya no la revoleaban tanto, Méndez y Sanfilippo comenzaron a verle el rostro al portero de Quilmes y cambió un poco la cara. Sólo un poco. O al menos fue efímera la ilusión de la remontada porque a los 15 minutos otra vez apareció Pérez Guedes, puso el 3-0 y cerró la llave. No hubo batacazo esta vez. Las distancias fueron indisimulables.