Hace diez años, antes de que Rafael Correa fuera presidente de Ecuador, el transportista Reinel Flores demoraba 24 horas en llevar su carga de Quito a Loja, más de 600 km al sur. Hoy tarda menos de la mitad.
“Las carreteras eran muy angostas, con muchos huecos. Ahora la mayoría están en buen estado, y muchas son de varios carriles”, explica este quiteño, camionero desde hace 30 años.
El ambicioso plan de desarrollo vial impulsado por Correa no es el único avance del que se jacta el mandatario. Además, destaca sus logros en construcción de hidroeléctricas y en ámbitos sanitarios y sociales.
“Compañeros, Ecuador ya cambió”, suele decir el presidente socialista en sus múltiples apariciones televisivas.
Varios indicadores socioeconómicos avalan su gestión: el PBI, por ejemplo, pasó de 51.000 a 100.000 millones de dólares desde 2007, mientras que el índice de pobreza disminuyó de 36,74% a 25,35% de la población.
Pero sus críticos le recuerdan que nada de eso hubiera sido posible sin la mayor bonanza de crudo de la historia del país y le acusan de no haber ahorrado ni un céntimo del grueso chorro de petrodólares para afrontar la actual época de precios bajos.
El próximo inquilino del Palacio de Carondelet, advierten, se va a encontrar un país endeudado, dependiente de China, con un creciente desempleo de 5,2% y un subempleo de 19,9%, así como un sobredimensionado aparato estatal.
También hallarán un país muy caro y poco competitivo, consecuencia de las excesivas cargas tributarias (sobre todo arancelarias) impuestas por Correa, un economista de 53 años.
“Ha habido muchos avances, pero desgraciadamente se ha desaprovechado la bonanza. Cuando Correa llegó al poder prometió diversificar la matriz productiva, pero deja un país en el que producir es muy complicado”, explica el economista Alberto Acosta-Burneo.
En un escenario de contracción, con un decrecimiento del PBI de 1,7% en 2016, Ecuador vivió la campaña presidencial más marcada por la economía de los últimos años.
Los dos candidatos que lideraron las encuestas y ahora van a segunda vuelta encarnan visiones distintas.
El oficialista Lenín Moreno representa el continuismo de un sistema que combina un disparado gasto social con altos impuestos y elevado endeudamiento.
El ex banquero Guillermo Lasso, al que el gobierno vincula con la crisis financiera que expulsó del país a millones de ecuatorianos en 1999, es partidario en tanto de reducir el gasto en 5.000 millones de dólares, fomentar la inversión extranjera y bajar los impuestos para estimular el consumo y la producción nacional.
Para Acosta-Burneo, consultor del Grupo Spurrier, más que evitar el ajuste con más deuda, el desafío será ver cómo se paga la deuda.