En 1985, el genial filósofo alemán Jürgen Habermas se puso en contra de dos ideologías que predominaban en aquel entonces: el posmodernismo (por izquierda) y el neoconservadurismo (por derecha). Sostenía que ambas disfrazaban, bajo la pretensión de superar a la democracia liberal, su intento de volver atrás. Algo que según él se viene repitiendo cada tanto desde que en el siglo XVIII el movimiento de la Ilustración (que culminó en la Revolución Francesa y que llevó por el mundo las ideas de libertad) tuvo de feroces enemigos a los monárquicos, conservadores y reaccionarios que se oponían a que a la humanidad siguiera avanzando. Fue lo que se llamó Contrailustración, el eterno retorno al pasado por temor a lo nuevo, a las consecuencias del progreso, que como todo cambio trae consigo cosas buenas y también malas, en particular durante el tiempo que lleva adaptarse al mismo.
La Ilustración, dicen sus defensores, fue el colosal, ciclópeo intento de “disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón”. La convicción de que “el conocimiento humano podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor”. Fue a partir de ese movimiento nacido en el siglo XVIII que las grandes portadoras de civilización fueron las ideas de República, Liberalismo y Democracia.
En el siglo XIX se agregó la idea de Socialismo, que si bien disentía con el liberalismo (en particular con su expresión económica, el capitalismo), no proponía volver atrás sino seguir avanzando aunque con un sistema diferente. No lo logró en su concreción comunista en el siglo XX que fue desastrosa, pero el socialismo (que tuvo en Marx a su principal teórico) fue fundamental para la creación del Estado social o de bienestar cuya diferencia fue que en vez de enfrentar al liberalismo y al capitalismo buscó mejorarlo, darle una dimensión más igualitaria, más justa, integrar a los sectores postergados a los beneficios de la produccción, el consumo y la educación. Vale decir, la socialdemocracia fue la verdadera ampliadora de derechos sociales y humanos, no el estalinismo y sus satélites, que a la postre terminaron, como el fascismo y el nazismo. Unos por izquierda y otros por derecha pero todos como los portadores de un nuevo ataque de la Contrailustración, deviniendo enemigos de la libertad, la república, la democracia y el pluralismo en el siglo XX.
Con el final de la segunda guerra mundial volaron por los aires el fascismo y el nazismo, y 45 años después implosionó el comunismo. Se supuso entonces que esos feroces enemigos de la libertad desaparecerían almenos por un tiempo (ya que a la larga la humanidad, más allá de sus progresos, tiende a repetir los mismos errores). La izquierda se comenzó a llamar “progresista” como indicando que seguiría levantando sus banderas pero ahora dentro del sistema y no tratando de crear otros, ya que lo que intentaron como alternativas al capitalismo liberal durante el siglo XX fue poco menos (o a veces poco más) que el infierno. Y la derecha también dejaría de defender autoritarismos políticos para aplicar el liberalismo económico. Todos los defensores de viejos totalitarismos, de un lado y otro de la ideología, reivindicaban ahora la democracia sin más, la democracia liberal, plural, republicana. O al menos eso decían.
Pero entrado el siglo XXI, esa ilusión parece otra vez desvanecerse, con nuevas apariciones de la Contrailustración, también, como siempre, por izquierda y por derecha.
La intuición recién mencionada del gran Jürgen Habermas en 1985, hoy se demuestra acertada en toda su clarividente y anticipada magnitud. Él vislumbró (desde una posición más inclinada a la izquierda que a la derecha) que detrás de los posmodernismos y neoconservadurismos previos a la caída del muro, se encontraban tendencias reaccionarias, antiliberales, contrailustradas.
Eso se comenzó a verificar por izquierda con el denominado socialismo siglo XXI que de modos diversos pero con concepciones ideológicas similares se expandió por casi toda América Latina apenas iniciado este siglo. Y que fue ardorosamente defendido por casi toda la intelectualidad progresista europea como un gran avance civilizatorio.
Sin embargo, nada de eso ocurrió y por eso en apenas una década ese movimiento empezó a hacer aguas por todas partes. En menos que canta un gallo, la corrupción inundó las ambiciones de estos supuestos representantes del pueblo contra las oligarquías reinantes. Apenas se acabó el boom de los commodities toda su construcción política “bolivariana” sucumbió, como si se trataran de emiratos árabes.
Además, todos se apoyaron más en hombres providenciales que en las instituciones de la democracila liberal a la que en el fondo despreciaban y querían cambiar por otras.
Deviniendo también los más arduos enemigos de la universalización que traía consigo la globalización. No es que quisieran discutir las evidentes consecuencias negativas de la globalización financiera, lo cual hubiera sido un gran aporte (algo parecido a la vieja socialdemocracia) sino que buscaban crear un sistema cerrado, ultraproteccionista y profundamente antiliberal.
Hoy la moda ha cambiado de dirección, ahora la Contrailustración ataca por derecha desde el triunfo de Donald Trump y el crecimiento de los neofascismos en Europa. Habrá que ver a éstos como les va porque proponen un mundo tan aislado, cerrado y proteccionista como proponía el socialismo del siglo XXI.
Estas nuevas derechas tuvieron su antecesor en el Chile de Pinochet, quien impuso un modelo de liberalismo económico con dictadura política (modelo al que más de uno aspira aunque no se anime a confesarlo).
La mayor expresión del socialismo del siglo XXI, una de las pocas que sobrevive -Venezuela- ya se transformó en dictadura. Habrá que ver si ocurre o no lo mismo con sus “antípodas similares” que acaban de obtener su primer triunfo en América Latina con Bolsonaro.
Posdata y tal vez moraleja
En la Argentina del siglo XIX, uno de los ilustrados más fabulosos que tuvo nuestro país fue Juan Bautista Alberdi. Tan grande fue que en el siglo XX y en el XXI lo reivindican desde ambos lados de las grietas con que expresamos nuestra política faccional. Aunque por distintas razones.
Los liberales económicos (hoy llamados neoliberales) reivindican libros como “Las Bases” o “El sistema económico y rentístico de la Confederación” donde Alberdi rescata a rajatabla las ideas económicas de Adam Smith y David Ricardo. Mientras que los progresistas reivindican sus escritos póstumos donde Alberdi critica al liberalismo unitario y centralista de su época, que se enfrentaba al federalismo y a los caudillos provinciales. Pero muy difícilmente sean muchos los que reivindican a los dos Alberdi.
Es que el prócer fue una de las expresiones más cabales en América de un liberal completo, que no concebía serlo en lo económico pero no en lo político o viceversa. Un verdadero ejemplo de Ilustrado a tiempo completo, que conviene releer en estos tiempos en que la Contrailustración en todas sus formas busca que el mundo regrese al pasado, y no precisamente a sus mejores pasados.