En los prolegómenos de su gobierno, Juan Manuel de Rosas pretendía dar paz y orden al país, y sobre esa base generar una nueva cultura republicana cuyo final fuese la construcción nacional.
Según Enrique Martínez Paz, para Rosas “la Constitución de un Estado debía provenir de las costumbres radicadas en los pueblos si pretendía mantenerse sólida y ninguna nación podía constituirse como tal en medio de la guerra. De modo que primero había que salvar y fortalecer la nacionalidad y luego sancionar una Constitución”.
Pretendía, además, organizar primero a las provincias constitucionalmente, para luego alumbrar la Carta Magna Nacional. Expresó esta idea a Facundo Quiroga: “Este lastimoso Estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño y por fracciones, para entablar después un sistema general que lo abrace todo”.
Desde 1810 existió una clara debilidad en los gobiernos centrales, que no lograron amalgamar todas las fuerzas nacionales. Con Rosas ese orden llegó en gran medida.
Nuestra sociedad era un conglomerado de aldeas, con nula participación democrática y sin formación en el respeto a las normas. Estábamos saliendo revoltosamente del sistema cerrado de gobernanza español, en donde hasta sus más encumbrados ciudadanos vivían del contrabando. El paso a ser una administración ordenada llevaría tiempo. Aún estamos en ello.
Muchos autores coinciden en que al llegar al poder, el llamado Restaurador de las Leyes logró gestar cierta unidad. En un clima de cierta paz, las catorce provincias que éramos entonces tuvieron un arduo camino hacia la institucionalización. Sin correr ya el riesgo de balcanizarse o de ser anexadas por potencias como Brasil.
Tal como planteó en una carta al caudillo Juan Felipe Ibarra, el gobernador de Buenos Aires entendió que la imposición de una Asamblea Constituyente en un clima de guerra y enfrentamiento no haría más que daño a una nación incipiente. Luego de él, fueron los propios liberales Mitre, Sarmiento y Vélez Sársfield, quienes empezaron a pedir tiempos más serenos para poder sancionar una Constitución.
Por sus propios defectos de carácter, Rosas extendió en demasía su proceso de orden y prefirió gobernar junto a sus bufones Eusebio y Biguá, en un marco de terror.
Así fue que una necesidad concreta, dar paz a un Estado naciente, fue eclipsado por la conducta autoritaria de Rosas y la persecución de los opositores.
Cualquier Constitución, debe representar el sentir colectivo y la intención de auto regular la vida de la sociedad, por ello, antes que una Constitución debía existir una sociedad reunida en intereses comunes y en paz. En este aspecto no puede reprochársele mucho a Rosas.
Ciertamente Argentina tardó algunos años más en darse su Constitución, y recién llevamos unos 34 años de aplicarla de manera continuada.
Rosas y luego los liberales -aunque casi nunca se menciona a estos últimos- sabían que los tiempos no eran propicios. Pero, como siempre pasó en Argentina, primaron intereses que dilataron su sanción y hasta su plena vigencia como norma suprema del país.