La inesperada muerte de Edgardo Antoñana conmovió a todo el país. El conductor "gruñón" de TN falleció el lunes de un aneurisma a los 62 años.
Muchas figuras del espectáculo y los medios de comunicación manifestaron en las redes sociales su dolor y pesar. Una de las despedidas más emotivas fue la del Mario Markic, el conductor del programa "En el camino".
La carta completa
La noticia es una mala noticia. Es pésima. Nos llega inesperada, nocturna, nos agarra con la guardia baja, entregados al descanso, algunos, tal vez alegres, festejantes, o al placer otros, o a lo que sea, siguiendo cada uno de nosotros un sueño, acaso haciendo un esfuerzo por acomodar nuestras ideas dispersas, y apuesto que muchos siguiendo las noticias, por esa curiosidad innata que nos anima a los que elegimos este oficio, que es como decir nuestra ley fundamental, nuestro mandato: y resulta que descubro, de repente, que la noticia que se cuela esta noche en nuestras vidas es Edgardo.
Y suena horrible, y solo por lo que dura un parpadeo, fantasiosa, inverosímil.Pero suenan los teléfonos entre los miembros de esta gran familia y luego del estupor, llega la confirmación. Sobreviene la súbita mudez, el recalculando que hace trabajar la mente a mil por hora.
Y es entonces cuando uno descubre que no hay modo, que la realidad nos ha dado un golpe como de nocaut, que no volveremos a lo que fue, al hábito de verlo, oírlo, sentirlo y quererlo: que Edgardo finalmente nos ha dejado de golpe, solos en esta noche de primavera.
Y dejo hablar al corazón, que ahora ha tomado el mando de las cosas que no tienen rumbo claro, pero no se equivoca porque algunas lágrimas lo certifican.El corazón, el nuestro, ya empieza a soportar el dolor de la ausencia. Ya sabemos que el suyo capeó tres o cuatro veces antes de rendirse finalmente frente a una pelea desigual.
Allí en las costas de Cariló, donde Edgar solía encontrar la paz durante la semana para instalarse en la vorágine informativa casi de madrugada durante los fines de semana en el estudio del canal.
Allí en Cariló, con sus perros, frente al mar, imaginamos, el hombre serio, calentón, y cabrón que parecía, jugaba como un niño.
Una vez me dijo que sus perros presentían su llegada varios kilómetros antes de su llegada a su casa frente al mar.
Una vez me habló de la guerra, y otra de fútbol. Y de hombres y mujeres, y de sus incursiones en el mundo del espectáculo.
Sigue hablando el corazón, Antoñana. Cuenta de bohemia y de la cercanía de tus afectos personales en la última de tus vidas: esa vida que te impulsó a batallar de tanto en tanto contra el cigarrillo, la buena mesa, las noches largas, la amistad, y los conversaciones de filosofía y bueyes perdidos. Y la firme convicción de que este mundo tiene el eje un poco torcido y por eso la riqueza cae de un solo lado.
Pero Edgardo Antoñana, todos aquí sabemos que dejaste el alma por esto que amabas aunque a veces te salía el cabrón para disimularlo y finalmente la gente, por usar un lugar común que siempre significa mucha gente en televisión o lo que sea, empezó a seguirte y lograste lo más difícil: fidelizarla.
Con tus ocurrencias, con tus comentarios editoriales incómodos y certeros, con tus polémicas futbolísticas y, en general, de todos los deportes, donde solías utilizar la ironía y las sentencias del hombre del café como una provocación. Sin filtros.
Pero yo sé, como todos en esta familia que deberá acostumbrarte a no tenerte que es lo que había detrás del conductor que solía decir chistes sin reírse...
La cábala, el azar, los números lo acompañaron en este largo viaje por la vida, y supo tener complicidades entre su público. También fue un chico en eso también, en la victoria como en la derrota. Un apostador, de cuerpo entero.
Un profesional de la vieja guardia, ilustrado, que sabía de qué hablaba y con quién hablaba, el hombre que tenía el adjetivo correcto y el manejo de los tonos para hablar tanto con el humilde y su angustia como con el rico y su soberbia, sin que esta consideración fuera norma ni dogma para nuestro compañero.
El alma de Edgar, mi querido amigo hincha del rojo de las copas, del paladar negro, de Bochini, el alma de nuestro querido compañero vuela ya hacia territorios desconocidos.
Ojalá que dondequiera que esté, descanse en paz. Adiós al amigo, adiós al compañero que justo al final de su vida intensa, supo sacar la última magia de su galera de noble caballero para seducir a miles y miles de espectadores que ahora estarán tan entristecidos como nosotros.
Buen viaje Edgardo Antoñana..