La clave para ser virtuosa

En el marco de Música Clásica por los Caminos del Vino, la clavecinista francesa Hélène Dauphin Dupont ofrecerá un concierto en la bodega Atamisque. Un repaso por la historia de este singular instrumento.

La clave para ser virtuosa

¿Se imaginan dos esqueletos copulando sobre un techo de zinc? Sí, pongan a prueba la mente, en el límite de lo imaginable y lo bizarro. Así de polémica era la opinión que le merecían a Sir Thomas Beecham (el célebre director británico de primera mitad del siglo pasado) los sonidos del clave. Y tal será el instrumento, con aire mitológico y atávico, que despertará la clavecinista francesa Hélène Dauphin Dupont este mediodía, en el marco del penúltimo día del festival Música Clásica por los Caminos del Vino.

La cita, para quienes hayan adquirido previamente la entrada, será en la bodega Atamisque (Ruta Provincial 86, Tupungato). Allí la eminente invitada, que está radicada desde hace algunos años en nuestro país y se formó en el Conservatorio Nacional Superior de París, ofrecerá un repertorio con obras de Jean Philippe Rameau (1683-1764), uno de los máximos exponentes del barroco francés.

De hecho, el barroco es el estilo al que se asocia comúnmente este instrumento. Pero repasemos la biografía de esta refinada reliquia.

Con la aparición del piano, a finales del siglo XVIII, paulatinamente el clave cayó en desuso, hasta caer en el perpetuo olvido por 80 años (el último de esta época se construyó en 1809). Recién a finales del siglo XIX, con el empeño de Arnold Dolmetsch, se empezaron a construir otra vez. Así, creció un nuevo interés por él, pero en círculos musicales muy reducidos.

Tuvo que llegar la clavecinista polaca Wanda Landowska para volver a “popularizarlo”, durante la primera mitad del siglo pasado (Manuel de Falla le dedicó su “Concierto para clave”, en 1926). Pero no fue sino hasta la segunda década del siglo XX que su uso, acompañado de la corriente interpretativa llamada “historicista”, se hizo ineludible en obras que, por otra parte, también empezaron a redescubrirse, en un nuevo florecer del estilo.

Un punto curioso es que el pianoforte, padre decimonónico del piano, no es una evolución del clave, como podría pensarse (y muchos lo piensan), sino del clavicordio.

Si bien los dos tienen un teclado, las cuerdas del clave son pulsadas (como el arpa y la guitarra): cada púa es accionada mecánicamente desde la tecla, lo que no deja variar la intensidad del sonido (se la toque con suavidad o con estruendo, el sonido será el mismo). Es por esto que los recursos expresivos e interpretativos (como el virtuosismo) debieron compensar la monotonía del sonido. Por otro lado, las cuerdas del clavicordio son percutidas (como el piano actual), lo que permite diferenciar la dinámica, desde el “piano” (despacio) al “forte” (fuerte), de allí el nombre.

Y para los curiosos de saber a qué se refería el cáustico Beecham, vaya un ejemplo de estos “esqueletos”, en una pieza del mismo compositor que se escuchará este mediodía: Trevor Pinnock interpreta “Les Cyclopes” (“Los cíclopes”).

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