Las distopías son los modelos narrativos de la ciencia ficción que mejor se amortizan en la industria del entretenimiento y hay una justificación fundamentalmente económica para no renunciar a ellas: le aportan el grado de imaginación especulativa y apocalíptica para desarrollar, cada vez con más tecnología, la parafernalia de efectos especiales digitales que todo espectador adorador de la pochoclera paga por ver cómo, por decimoquinta vez, New York sigue siendo la ciudad más demolida por extraterrestres o explosiones atómicas.
El espectáculo de laboratorio en Hollywood, para los productos taquilleros, es y será ese paradigma mientras sigan utilizando en sus proyectos sci-fi aquellas fuentes que nos ofrecen el siempre espeluznante miedo al futuro, la caída de la civilización, un mundo asfixiante, moribundo o extinto.
Justamente han sido las distopías, el subgénero de la ciencia ficción más reconocido entre sus lectores a nivel mundial, y los desprendimientos de estas ideas proyectadas en la trilogía fundamental formada por "1984" de Orwell (1949), "Un mundo feliz" de Aldous Huxley (1932) y "Farenheit 451", de Ray Bradbury (1953), las que siguen marcando una firme influencia en los desarrolladores de Hollywood, siempre inquietos por encontrar un proyecto para volver a despedazar al planeta con un futuro pesadillesco e hipnotizar al público con asombrosas destrucciones artificiales.
Sin embargo han sido las religiones, la literatura y los medios sensacionalistas y los profetas del miedo los que, al sincronizarse con la transición de siglos, han ayudado a fortalecer esta vertiente de apocalipsis permanente en la pantalla grande que no ha hecho otra cosa que hacer girar como un espiral el fin del mundo.
Ésta es una larga y exasperante lista de remakes -algunos incluso le dicen covers- que de un tiempo a esta parte no ha hecho otra cosa que hiperventilarse con el culto a la nostalgia, sobre todo ochentosa. Esta lógica y estética domina el cruce entre las plataformas de la ficción que legitiman directores ya instalados en la historia del cine por ser autores de indiscutidos referentes del género.
Dos ejemplos son Ridley Scott y su eterna saga de su xenomorfo (este año estrenó "Alien: Covenant", el octavo capítulo) y James Cameron con "Terminator". Ellos insisten, más por ego y vanidad que por ofrecer un salto cualitativo, en continuar reformateando a sus criaturas con una mirada obstinada en sus fechas de nacimiento.
Esa tendencia exasperante a viajar hacia la década de los ‘80 ha alcanzado su clímax en la pantalla chica con la serie de Netflix “Stranger Things”. Ese invernadero iconográfico de docenas de tópicos de la ciencia ficción cinematográfica de la década de referencia, es el patio de juegos de colección de los espectadores sub 40 y de los nuevos jóvenes nerds. Ellos son los amantes de los objetos físicos y culturales que adoraron en su tiempo padres y abuelos. Un espacio de confort. Un tributo al escapismo.
Los replicantes vienen marchando
En una entrevista con James Cameron y Tim Miller se confirmó que la historia de la saga del cyborg asesino serial del futuro, que están desarrollando juntos, continuará los hechos sucedidos en "Terminator 2: Judgment Day".
Miller será el director de un guión del mismo Cameron, ahora más que nunca esforzado hasta la tozudez por aniquilar con un misil de Skynet toda la filmografía que le siguió a su creación robótica desde ese punto marcado en 1991, incluso inyectando con bótox la participación de Arnold, con 70 años y Linda Hamilton, con 61.
En este panorama distópico que nos ofrece el Hollywood actual el sujeto, y su sociedad, no son una construcción por venir sino un rasgo que sucedió del pasado que pide ser revisitado una y otra vez.
Es tan irresistible la compulsión de este "Hollywood retro sci-fi" por reflejar lo ya hecho que busca, como si fuera una competencia de habilidades profesionales, la exacta imitación visual de una u otra secuencia, o de una película en su totalidad.
Un ejemplo, entre muchos, sucedió en "Terminator Genisys" de Alan Taylor, de 2015. En este film se recreaba cuadro por cuadro, con el mismo movimiento de cámaras, la escena de la llegada relampagueante del soldado Kyle Reese al callejón oscuro de L.A. de 1984, cambiando sólo el cuerpo de Michael Biehn por Jai Courtney.
Sin embargo, si vamos a buscar un largometraje pionero en esta moda dominante del tributo, podría decirse que todo comenzó con "Súper 8", de J.J. Abrams: el mejor alumno de Steven Spielberg. En su caso, otro de los grandes maestros de la ciencia ficción de la era Reagan.
Abrams situó en 1979 un trazo riguroso hasta al delirio de polaroids fílmicas, e incluso literarias, de clásicos de la época; como “Cuenta conmigo”, “E.T.”, “Gremlins”, “Los Exploradores” y más.
Tampoco hay que olvidarse que, en 2005, el mismo Spielberg actualizó el relato de H.G. Wells de 1898 "La guerra de los mundos", convirtiendo al terror colectivo fuera de control en un drama familiar de supervivencia.
Hasta el mismo admirado director Denis Villeneuve, quien parece haber marcado una bisagra en el género con su impecable "La llegada", de 2016 (para muchos uno de los mejores largometrajes de ciencia ficción de los últimos años), cayó en esta telaraña.
Es que lo tentó Ridley Scott para hacer un replicante de “Blade Runner”, forzándose por imitar como un clon hasta la solemnidad existencial y la atmósfera estética del original, para ahora ser adorado por millones de fanáticos del culto a la nostalgia.
La distopía en todas sus vertientes está presente en este episodio 2, aunque el romanticismo film noir y la estampa ciberpunk parecen forzadas, incrustadas como si se siguiera una fórmula algorítmica inevitable, urgente. Se observa ahora más como un ejercicio de estilo que como una continuación actualizada.
No obstante, entre tanta imitación, en lo que se refiere al uso de la literatura distópica en el cine, salta una que otra excepción en el corazón mismo de la industria. Éste sería el caso de la adaptación de la trilogía de "Los juegos del hambre", de Suzanne Collins, que al menos no recurrió a inspirarse en matrices ochentosas y exhibió cierta originalidad como producto audiovisual taquillero.