“El haber preservado la casa produce un impacto fenomenal, pero mantener esta estructura demanda mucha inversión, que sería necesario para posicionarla a nivel internacional”, comenta el escultor chileno Mario Irarrázabal (74), uno de los 30 visitantes que pasó el viernes por el Museo del Pasado Cuyano ‘Doctor Edmundo Correas’, que ayer cumplió 48 años de existencia.
El artista trasandino, autor de obras voluminosas como la “Mano del Desierto”, en Antofagasta, rozó con su comentario un aspecto sensible a la infraestructura del solar de la calle Montevideo 544, sede de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza (JEHM) y del museo.
Desde hace tiempo, las distintas comisiones directivas de la JEHM bregan por la consolidación, remodelación y puesta en valor del inmueble que, por contar con partes clausuradas por el municipio de Capital, no puede exhibir en forma íntegra todo su potencial.
De todos modos, tanto el escultor como otros usuarios, mantuvieron vivo su interés en la recorrida de las 14 salas del Edmundo Correas. Por boca de la guía oficial del establecimiento, Edit Marzetti (31 años en la función), se enteraron que accedían a la casona de los Civit, que data de la segunda parte del siglo XIX y es la más antigua de la ciudad reconstruida tras el terremoto de 1861. Abarca más de media manzana.
Hay que disponer de tiempo e interés. Así lo exige la invitación a circular por la amplia vivienda, de pisos de álamo y pinotea, que hizo construir Francisco Civit en 1873 para residencia familiar.
La recorrida es cada vez más frecuente por parte de residentes locales y, sobre todo, por turistas nacionales y extranjeros. “Estamos en el orden de las 40 personas diarias, número que se duplica o triplica cuando llegan los grupos estudiantiles. Aunque el número es oscilante, vemos que ahora nos frecuentan mucho más por comparación con otras temporadas”, precisó Marzetti.
El primer impacto visual lo brinda el ambiente religioso que contiene un altar-retablo de 300 años, de origen catalán, donado por los esposos Ramón Masllorens y Sylvia Funes. Este espacio incorporó hace un tiempo una colección de imaginería, que perteneciera al doctor Miguel Mathus Escorihuela.
El recorrido sigue por las salas Cuyanas I y II, que albergan elementos muy variados de la sociedad pasada de esta región. Era uno de los ámbitos preferidos del patrono del museo, Edmundo Correas, que lo fundó en 1967. Allí se exhiben, entre otros objetos, un teodolito con telescopio del meteorólogo autodidacta Bernardo Razquin. Edit contó que al morir Razquin, en 1988, esperó dos días de duelo y luego se acercó a la familia para recibir algo del popular personaje “porque no era posible que no hubiera algo de él en este sitio”.
Bodeguero de antaño
Pasando de habitación en habitación, un aspecto que sorprende es el acervo de fotografías y pinturas muy variadas. La de mayor tamaño es la correspondiente al fundador de la bicentenaria bodega González Videla, Carlos González Pinto, óleo que plasmó su nieto Carlos Palacios González, en 1953.
Por contraste, las pinturas más pequeñas son las acuarelas de Pancho Fierro, un pintor peruano, quien recreó una vasta colección de costumbres y trajes típicos de su país de origen, muestra recomendada para las delegaciones escolares por la similitud de algunos modos y usanzas con la realidad local de la época.
Un recinto intermedio tiene en sus paredes una colección de armas. “Allí se detienen más tiempo los varones que las mujeres”, admite la especialista. En general, provienen de la Campaña del Desierto (1878-1885), fusiles y carabinas de origen norteamericano. Y si de luchas civiles se habla, el recorrido deposita al visitante en el área de unitarios y federales, donde sin embargo hay un objeto nada bélico: el sillón siestero de crin del ex gobernador mendocino Pedro Molina (1781-1848).
El lugar de las tertulias
El guión museográfico prosigue en un ámbito muy amplio, probablemente el salón de tertulias de los tiempos en que estaba funcionando la casa Civit. Se incluye allí un sector hispánico, y otro metraje es dedicado a la vida cotidiana de diferentes épocas, donde se presentan fonógrafos, gramófonos y hasta una máquina de escribir Lexicon 80, que usó el profesor Carlos Salvador Laría. Se ubica también en el mismo lugar, un piano colonial, marca John Brodward & Sons y, en una vitrina, un calienta camas de cobre remite a la bolsa de agua caliente.
Los siguientes y didácticos pasos de la institución son las salas de los gobernadores del siglo XX; la del mobiliario de cuero, y la de los Civit, en homenaje a los fundadores de la propiedad y ex mandatarios locales, Francisco y Emilio.
El remate de la visita se plantea a través de la sala Romántica, con su colección de abanicos, y la Sanmartiniana, donde llama la atención un vasto manuscrito de la crónica del cruce de los Andes por el Ejército Libertador, redactado por Gerónimo Espejo.
Hay que señalar que todos puntos de observación tienen a la entrada fichas informativas en español, francés, portugués e inglés.