“Cuando el corazón se mueve, no hay terremoto que lo iguale”, resume de manera admirable una de las autoras del “milagro”. Justamente eso fue lo que ocurrió en Tupungato: cuando un grupo de mamás supo que los amiguitos del club de fútbol de sus hijos vivían en una casa de nylon y palos, decidió embarcarse en el desafío de construirles una casa de ladrillos, segura y cálida.
Esta hermosa locura comenzó en abril y concluyó hace dos semanas. Entre lágrimas y abrazos, las mujeres le entregaron las llaves del nuevo hogar a doña Estela Vicencia y a sus dos pequeños. “Fue el día más emocionante de mi vida. Golpeé tantas puertas y la ayuda llegó de donde menos la esperaba”, confesó con los ojos húmedos la feliz acreedora de la vivienda.
En el medio, hubo largos meses de trabajo. Fieles exponentes de la “garra femenina”, estas vecinas organizaron cenas show para juntar dinero, “patearon” el departamento pidiendo donaciones y rebajas, analizaron presupuestos, resolvieron problemas que surgían con la obra, consiguieron un hogar temporario para la familia en una finca y acompañaron cada avance de la construcción como si se tratara de su propia casa.
“Pasen, perdonen el desorden”, se apura a decir Estela. La casita en la calle Costa Canal Zingaretti es pequeña, pero acogedora y cálida. “Estamos todavía con la mudanza”, cuenta señalando unas cajas. Mario, su pareja, está dando color a las paredes de la habitación, con la pintura que donó un negocio de la zona. Brian (12) se levanta de la siesta; no es de mucho hablar, pero asiente con una sonrisa enorme cuando refieren a las comodidades del nuevo hogar.
El cariño que compromete
La historia comenzó una mañana de fines de verano, cuando el equipo de la escuelita de fútbol del Club Social Tupungato se había juntado a festejar -con un asado- su victoria en un "mundialito" librado en el club Maristas. Carina Olmedo, una de las mamás, se ofreció para llevar los niños hasta su casa en Costa Canal, un asentamiento que se encuentra a unos 3 kilómetros del centro tupungatino.
Entonces vio que la familia vivía en un encarpado de nylon y palos. “Imposible no comprometerse, cualquiera lo hubiera hecho. Nosotras nos hemos encariñado con los niños, son los amigos de nuestros hijos y no concebíamos que pasaran otro invierno así”, acota Cristina Giubergia, una de las mujeres que se puso al hombro la misión.
No le fue fácil a Estela armar ese “chalet de nylon” -como ella misma bromea- donde se cobijó por más de un año, peleándole al frío y a las necesidades junto a sus dos hijos menores. Se instaló en ese terrenito humilde de Tupungato, porque -cuenta- necesitaba huir de San Carlos, su lugar de origen. “Me estaba muriendo de tristeza”, dice. Perdió allí a un hijo de 18 años y quería empezar de cero en otro lugar.
Cristina y Carina no sabían cómo plantearle a la mujer la idea que traían entre manos. "Vinimos una siesta a charlar y le propusimos si quería que la ayudáramos", apuntó Cristina. Cuenta Estela que, apenas despidió a la solidaria visita, se largó a llorar y abrazó a sus hijos, sintiéndose bendecida.
Tiago (9) es el mejor arquero y Brian (12) un excelente delantero en el equipito del club.
“Hemos ganado varios campeonatos”, apunta el mayor, quien contó que se anotaron para jugar en la escuelita apenas llegaron a Tupungato. Ambos jugadores son muy queridos y valorados por sus compañeros de camiseta.
Solidaridad en cadena
La convicción por el objetivo que se habían propuesto convenció a muchos y sumó voluntades. "Nos sorprendió la solidaridad de la gente. El 90% de los comercios donó algo, aunque sea una planta para sortear en las cenas a beneficio", comenta Cristina.
En el mismo sentido, Carina señaló que gran parte de las bolsas de cemento y de los ladrillos que utilizaron para la obra provinieron de donaciones.
También, algunas instituciones del departamento hicieron sus aportes, como las mujeres del Rotary Club y hasta grupos de amigos que juntaron plata por motus propio.
La mano de obra también fue aportada por vecinos que se engancharon con la tarea, e incluso obreros de la Municipalidad. Pedro Ponce, un tupungatino que tiene una metalúrgica, accedió a realizarles a muy bajo costo la estructura de caños (tubing) sobre la cual se basó la casa.
“Es un tipo de construcción mucho más económica, sismorresistente y que tiene las ventajas de una construcción tradicional”, comentó el hombre, feliz de ver la casa terminada.
La construcción de un pozo séptico fue el primer gran escollo a salvar. Después vinieron otros, pero las mujeres los resolvieron pidiendo ayuda y comprometiendo a todos con la causa. Cuando llegaron al techo -demorándose unos meses más de los que habían calculado- se sintieron satisfechas. Incluso, los fondos que lograron les permitieron comprar los implementos para el baño y la pintura.
“Ahora estamos tramitando la luz eléctrica y la conexión al agua potable”, comentó feliz Estela. En el tiempo que duró la construcción, estuvo viviendo con sus hijos en una finca cercana que les prestó alguien del sitio. “He comprobado que Dios existe en el accionar de estas personas. Ahora le pido al Señor que les devuelva el doble de lo que hicieron por mi familia”, apuntó emocionada la mujer.