La capilla para San Expedito que soñó y construyó un jubilado

Víctor Lira le ganó un largo juicio al Estado y, agradecido con el santo, armó una pequeña gruta en el desierto de Santa Rosa. Con ayuda y donaciones, el santuario no ha parado de crecer.

La capilla para San Expedito que soñó y construyó un jubilado

Al sur  de Las Catitas, la fe de un hombre y también su empeño le han permitido una pequeña gran proeza que convoca a toda una comunidad de devotos: allí, al costado de la ruta 153 y en un descanso ganado al áspero desierto santarrosino, Víctor Lira, un jubilado ferroviario que pisa los 70 años, construye una obra en honor a San Expedito, el santo popular que es patrono de las causas justas y urgentes.

El santuario de don Lira es enorme, tiene casi diez años de existencia y se levanta a ambos lados de la ruta; el edificio principal quedó habilitado este año, luego de 14 meses de obra, y tiene 170 metros cubiertos; en su construcción trabajó don Víctor, pero también decenas de fieles que aportaron mano de obra, dinero y materiales.

“Lo que ve acá se levantó de la nada y gracias a las donaciones de la gente que se detiene a rezar y deja una colaboración”, cuenta Lira y asegura que hay invertidos allí más de un millón de pesos.

Don Víctor ha sido ferroviario casi toda su vida y mucho del tiempo lo pasó controlando el estado de los rieles que corren junto a la ruta 153, en un tramo de más de 60 kilómetros entre el río Tunuyán y la estación de Comandante Salas. “Yo era capataz y cuando subió (Carlos) Menem y comenzó a desarmar los trenes, me echaron pero como peón raso”, recuerda con amargura.

Aquello fue en el ‘93 y luego del sacudón que significó quedarse sin trabajo, Víctor Lira demandó al Estado por la liquidación mal ejecutada y detrás de ese juicio estuvo 13 años sin sentencia. En aquellos tiempos hizo de obrero rural y fue a mitad de una poda de viña que una patrona le habló de San Expedito.

“Yo no lo conocía y era devoto de la difunta Correa; a ella le pedía por el juicio y hasta hice dos viajes en bicicleta a San Juan para cumplirle pero no pasaba nada”, cuenta Lira: “Ahí fue que empecé a pedirle a San Expedito y a los tres meses salió la sentencia”.

Con el dinero, Lira compró un auto y también una pequeña escultura de San Expedito que muestra al soldado romano en pose marcial, con ropas de legionario, vestido de túnica corta y de manto tirado hacia atrás de los hombros.

De a gruta a la capilla
Agradecido por el final feliz de su demanda, Víctor armó primero una pequeña gruta a la sombra de un algarrobo, en el kilómetro 16 de la ruta 153, y cada vez que pasaba por allí se paraba a encender una vela. Aquello fue en agosto de 2006 y a la semana, alguien más clavó allí un palo con un cartel pintado a mano: "San Expedito".

Poco a poco el lugar comenzó a crecer: un remisero agradecido por su vehículo nuevo construyó un refugio más grande; otro que recuperó su salud de forma milagrosa llevó la electricidad; algunos más armaron churrasqueras y cestos de residuos, montaron mesas y sillas utilizando troncos y piedras.

Al mismo tiempo, las ofrendas al San Expedito de la ruta 153 se multiplicaron en placas, velas y flores, pero también en muñecos, sombreros y fotos familiares, en llaveros, juguetes y decenas de cartas; muchos de esos recuerdos permanecen colgando de las ramas de los algarrobos, objetos con historias personales pero también colectivas, como aquel que dejó hace poco una camiseta de River y un agradecimiento por la copa Libertadores obtenida.

Durante años, la gente se ha detenido a pedir y a agradecer: “Somos de Las Heras y vamos a La Pampa, me paré a pedir por un buen viaje”, contó Roberto Sombra en estos días; allí hubo encuentros familiares, almuerzos y hasta el festejo de algún cumpleaños celebrado debajo de una media sombra atada entre las ramas; el 19 de abril de 2012, día de San Expedito, por primera vez hubo una fiesta religiosa.

Fue en aquel año y luego de conseguir un terreno prestado frente a ese par de grutas, que don Lira comenzó a imaginar algo más grande para el santo: soñó con una capilla y en eso ha estado desde entonces. Primero hubo que desmontar el terreno, quitar arbustos y emparejar el suelo. Un grupo de voluntarios trabajó en eso y los algarrobos arrancados fueron trozados. “Íbamos a vender la leña para juntar fondos, pero nos la robaron”, cuenta Lira: “Acá nos han robado mucho, desde parrillas para los asados hasta la primer electrobomba que tuvimos”.

Por eso, antes de levantar la capilla, Lira construyó con sus manos una pieza, para vigilar el lugar. Desde entonces, pasa mucho tiempo en ese terreno: viaja en las tardes a su casa de Las Catitas y luego de cenar con su esposa, generalmente vuelve a dormir en el desierto. “La comuna prometió un sereno, pero no lo puso y por eso me quedo yo”, dice.

El santuario tiene una comisión que administra los recursos: arma rifas, bingos y también están las donaciones, algunas de ellas importantes como los 7 mil ladrillos que aportó el dueño de una plantación de ajos o el techo para la capilla que también fue un regalo.

“Acá recibimos donaciones todo el tiempo, desde el papel higiénico de los baños a los bancos de la capilla o los materiales de construcción”, cuenta y da ejemplos: “Una mujer venía todos los sábados y en cada viaje traía 30 ladrillos en su auto, así donó 300”.

La capilla se abrió el 19 abril pasado, con una misa del cura Raúl Gómez frente a 3.500 personas. Cada fin de semana se junta mucha gente; algunos llegan a caballo, otros en vehículos o incluso a pie, luego de recorrer varios kilómetros por la banquina de la ruta. El domingo festejaron el Día del Niño, con donaciones de golosinas y juguetes, que aportó una distribuidora.

Ahora, la comisión está detrás de construir una habitación para el sacerdote, un espacio donde pueda cambiarse y para ese proyecto ya tienen los ladrillos, el ripio y parte del cemento. Lira dice que en setiembre estará terminada. “San Expedito me cumplió y yo no lo puedo abandonar, aunque creo haber sido agradecido ¿Hasta dónde vamos a llegar? No lo sé, pero esto ya se levantó y no se puede parar”, se entusiasma el hombre.

"Vivo de mi jubilación, no me llevo nada de esta capilla"

En el pueblo de Las Catitas hay quien dice que don Víctor Lira vive de San Expedito. Él desmiente el asunto y se enoja por única vez durante la charla: “Yo vivo de mi jubilación, no me llevo nada de esta capilla, a la que le dedico mucho tiempo. Soy agradecido y cada donación que llega queda registrada; sé que hay gente que piensa mal pero no puedo hacer nada sobre eso".

El padre Raúl Gómez es sacerdote en Santa Rosa y luego de la apertura de la capilla ha oficiado allí algunas misas. Dice que el acuerdo al que llegó con la comisión es realizar una por mes.

“Se trata de una capilla a San Expedito que se encuentra en un terreno privado y que está conducida por una comisión privada; como Iglesia no podemos poner allí un solo ladrillo, pero tratamos de acompañar propiciando un trabajo pastoral”, explica el sacerdote.

El religioso cuenta que al comienzo hubo algunos roces con la comisión, pero que la relación ha mejorado: “No conozco personalmente a Víctor Lira, pero me han dicho que es un hombre que consigue lo que se propone; con la comisión nos hemos juntado a charlar en la iglesia y acordamos algunas cosas”, dice el padre Raúl y completa: “Como sacerdote uno aspira a que exista transparencia en el manejo de las donaciones; creo que la comisión lo está haciendo bien y no puedo decir que exista algo raro al respecto”.

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