Pertenezco a esta bendita tierra, San Rafael, Mendoza, ciudad que nunca dejaría. Cielo límpido, azulado, sereno. Días cálidos con noches frescas, diques, valles, ríos y montañas, el cañón del Atuel nos acompaña y el Diamante, nos murmura recuerdos.
Mi barrio fue el más hermoso de todos, jugábamos incansablemente con mis pequeños vecinos Rosa Gladys Alday, Liliana Alday, Jorge Alday, Raúl Alday, Stella Maris Correa, Sergio Luis Pascuttini (médico traumatólogo, reside en San Rafael), Alberto Pascuttini (kinesiólogo, reside en San Rafael).
Éramos inseparables, jugábamos casi siempre en mi casa, en calle Rivadavia 241, inspiradora de mis cuentos: “El patio del fondo” y “Volvimos al patio del fondo”.
Gustavo Sanz, Ernesto Sanz, Ricardo Demuru , Dándalo Campi, los mellizos Morilla, Roxana Chaca. Eran vecinos que participaban en nuestros juegos.
La calle Rivadavia tenía en el centro un bulevar con hermosas plantas, pinos, ciruelos morados, flores, mariposas revoloteando asustadas por nuestra persecución. Pasábamos horas en el lugar, haciendo casas en los árboles más bajos y caminitos entre las plantas, que para nuestra imaginación eran pasadizos secretos. Era muy natural que jugáramos juntos niñas y niños; tanto con autitos, como con muñecas.
Mis primos también fueron parte del barrio, solían quedarse en casa y compartir nuestros juegos, ellos eran: María Del Carmen López, Antonio López, Manuel López, Inés Pierúz y Chiquito Pierúz (como le decíamos al mayor de mis primos). Estos pertenecían a mi familia materna de apellido Aranda.
Con mis otros primos, los de mi familia paterna: Landete, nos reuníamos los domingos en la casa de mi querida abuela Josefa. Raúl Landete, Miryam Landete, Liliana Landete, Ricardo Landete, Néstor Landete, Enrique Landete, Gabriel Landete, Mirtha Farina, Cristina Farina, Ceferino Farina. ¡Éramos un terrible clan! que hacía regañar a mi abuelo Gabriel. La finca en Rama Caída, era el lugar perfecto para jugar a las escondidas, a la mancha o a cualquier juego que se nos ocurría inventar, en la inocencia de los tiempos (Juan Pedro Landete y Noelia Landete, primos muy queridos aún no habían nacido en esa época, ellos tienen la edad de mis hijos).
Cursé los estudios primarios y secundarios, en el Colegio del Carmen. Cuando asistía a la escuela primaria me acompañaba Rosa Amalia Cortéz, mi hermana adoptiva y muy querida. Ella era apacible, serena, compinche. Vivía haciéndole bromas (algunas pesadas) y ella... ¡hermosura de mi corazón! simplemente sonreía. Mi casa estaba a dos cuadras de la escuela, por lo tanto íbamos caminando. También solía acompañarme mi hermano Jorge, era seis años mayor que yo y siempre me cuidaba de todo peligro. Él me enseñó a remontar barriletes, jugar al básquet, los autitos, las figuritas, bueno... no eran juegos de nena, pero me divertía mucho. Con Rosa, Rosy, Stella, Roxana, Nahir e Inés, hacíamos vestidos para las muñecas y pasábamos, bastante tiempo del día. “¡Esos sí eran juegos para una niña!”, decían mis tías, sin saber cuánto disfrutaba yo jugando con mi hermano a los supuestos juegos de varones.
Ya en el secundario, mis padres compraron una propiedad en Rivadavia 446, cuando buscaban casa, no quería alejarme del barrio que tan hermosa niñez me había ofrecido. La nueva vivienda quedaba a cuatro cuadras del colegio y a dos de la vieja casona. Por lo general, me iba caminando con mi compañera y amiga desde el primario, Ana Graciela Szeki. Si llovía o hacía mucho frío, nos llevaba mi padre en el auto.
En las tardes, teníamos actividad física en el mismo colegio; cuando salíamos de gimnasia me acompañaba mi amiga Alicia Badano, hasta la esquina de Av. Moreno y Belgrano, donde pasábamos largos minutos conversando: del colegio, de nuestra vida en familia y hasta de amores adolescentes, que llenaban de brillo nuestros ojos y nos hacía sonreír el alma.
Con Patricia Fabris (compañera y amiga del colegio), compartíamos nuestras letras, ella era una excelente escritora, yo le mostraba mis poesías, para tener una opinión favorable de alguien que sabía sobre el tema y ella hacía lo mismo con sus obras.
Mis queridas compañeras de colegio eran: Nany Guinsburg, Patricia Azcárate, Dora Balada, Marta Liliana Juan, Silvia Fernández, Silvia Urvisaglia , Elisabeth Zimmerman, Silvia Becerra, Carmer Machín, Hermana Lucía Hómola (era una más en nuestras travesuras de adolescentes), Adela Mora, Marita Campi, Ana María Bertona, Claudia Grosso, Lidia Llugani y otras tantas que no voy a enumerar, pero que las llevo en mi corazón.
En el colegio participaba del coro, siempre voy a recordar a nuestro profesor de Música y Artes Plásticas, el señor Torres. Un hombre serio, que contenía la risa cuando, hacíamos alguna chiquillada, no nos podía retar, nos hacía guardar silencio de muy buen modo. Siempre obedecíamos, porque era tan amable y paciente, que respondíamos de inmediato a sus reclamos.
Recuerdo con mucho cariño a la profesora de lengua Marisa Ratto, quien me dejó una gran enseñanza y mi actividad como escritora, en gran parte le corresponde a ella.
El Colegio del Carmen me formó como persona, debo todo lo que soy a las Hermanas Carmelitas, siempre recuerdo a Matha Pelloni , Concepción, Alsira y otras que contribuyeron a mi formación.
Nunca olvidaré el colegio, ni mi barrio.
¡Evoco... las noches de verano! Nos quedábamos hasta tarde jugando a las escondidas, a la mancha, al ladrón y policía, a innumerables juegos que demoraría mucho tiempo en mencionar. Lo que sí puedo contar es que el recuerdo de mi niñez, es más que grato y fui muy feliz con mis amigos en aquella Avenida Rivadavia. Cuando paso por la vieja casona, mi corazón se estremece, la remembranza invade mi aliento y con un suspiro profundo... recuerdo la inocencia, la simpleza, la amistad, que hasta hoy, aunque pasaron muchos años está presente. Conservo a mis amigos de la infancia, los vecinos, las compañeras de colegio... mis hermanos y primos... Algunos ya se fueron y permanecen en mi alma, teniendo la certeza de que ellos aún están jugando en la calle Rivadavia y cuando llegue el carnaval ¡seguirán chayando en el cielo!
No puedo hablar de vecinos, sin mencionar los que hoy tengo, los de las calles Catelli y Paunero, guardianes, camaradas, amigos. Ellos, cuando hago sonar la alarma comunitaria, están en la puerta de casa preguntando si estoy bien. Los que comparten una cena en diciembre, para celebrar Navidad y Año Nuevo. Esos que colman de alegría mis días, que siempre están y que son hermanos del alma.
Irma Olarte y Ramón Castro fueron abuelos adoptivos para mis hijos Alejandro y Nicolás. Silvia Castro, hija de Irma y Ramón, vive con sus padres, es una adorable mujer a la cual le tenemos un enorme cariño. Su hermana Miryan con su esposo residen cerca de casa, tiene dos hijos muy queridos, Maxi y Romina. La hermosa familia Cesaretti: Nancy Llorente, Nelo Cesaretti y su hijos Nelito y Nicolás, los asados que hace Nelo Padre ¡Son increíbles! La querida familia Sánchez: Mary Pulido, con su esposo Rubén Sánchez; y sus encantadores hijos: Walter, Beatriz, Pablo y Guillermo, estos últimos eran grandes amigos de mis hijos. Elizabeth Guzmán, su esposo es Eduardo Pederiva y su hijo Excequiel, gente de primera y muy estimada por todos. Rosita, hermana Chilena, que vive hace muchos años en nuestro vecindario, por demás buenaza.
La colaboradora familia Romano: Estella, su esposo Ernesto, los hijos Luis y Gabriel, excelentes vecinos. La estimada familia Tapia: Amara, su esposo Ángel, Luis el hermano mayor y mi querido Brunito, que jugaba siempre en casa. Alicia Pulido, vecina de muchos años, tranquila y buena. Josefa Chitadino, servicial. Nélida de Cortéz está cuando la necesitamos. Marcelo Ahumada, dueño de la panadería, siempre cuida todo el barrio. Don Cosme Ases, el señor que tenía almacén, junto a su esposa Noelia y su hija Roxana, siempre ofrecieron su ayuda a los vecinos. La excelente familia Merelo. Norma, una gran enfermera del barrio, con el Colo, su hijo.
Por todo lo expuesto, es que no puedo dejar de mencionar a mis vecinos actuales, por su compañía, por estar siempre, por cuidarnos, por querernos, porque juntos formamos una familia unida, aunque no compartimos la misma sangre. Lo que sí tenemos en común, son los mismos objetivos, pensamientos y cuidados. Quiero que sepan que agradezco a Dios todos los días, por vivir en esta querida calle Castelli y tener a mi lado ¡personas maravillosas, como son ustedes!.