En la Argentina, las encuestas políticas ya no predicen los resultados electorales como en el pasado. Un fenómeno que se repite también en otros lugares.
En países donde se realizaron elecciones este año, como Canadá, Israel y el Reino Unido, por ejemplo, los encuestadores quedaron mal parados. Las razones pueden ser diversas y numerosas y no solamente metodológicas. Incluso se pueden agregar las diferentes interpretaciones que hacen los mismos encuestadores cuando fallan y se justifican.
Hay dos factores notables que se asocian y alteran la predicción de una encuesta: el primero, un entorno con un electorado volátil e indiferente; el segundo, métodos de encuestas que no funcionan correctamente en condiciones de baja homogeneidad en las opiniones de la gente y con una oferta política con un número importante de candidatos.
A menor número de candidatos, con mayor concentración de las opiniones y polarización del electorado, la encuesta política predice mejor. Este puede ser el caso en la segunda vuelta de las presidenciales argentinas, donde los resultados de las encuestas pueden llegar a ser más acertados en comparación con los resultados oficiales.
Desde el punto de vista del electorado, lo que está sucediendo es bastante complejo. Un análisis simple resalta que la mayoría de los votantes, principalmente las nuevas generaciones, está disminuyendo la lealtad partidaria y se rompe paulatinamente el vínculo ideológico sostenido por un relato repetido, diluyéndose el personalismo que caracterizó a la política argentina, como el peronismo y el kirchnerismo.
También se incrementa el número de votantes indecisos que deciden el voto a último momento. Además, muchos votantes están buscando seguir “algo”, creando movimientos virtuales y comunidades políticas unidas por las redes sociales.
Por otro lado, en situaciones muy particulares, la oposición a un partido dominante, busca que la gente vote por razones estratégicas, es decir para darle la oportunidad a algo nuevo, más vinculado a un bienestar deseable y temporario, relacionado con el consumo, que a un proyecto del país posible.
“Lean a Churchill”, decía Lilita Carrió, no hace mucho. Ella se refería a esa idea de Winston de unir diferentes ideas y corrientes ideológicas en un frente común para ganarle a un enemigo poderoso, el nazismo, durante la Segunda Guerra Mundial.
Farid Kahlat, un especialista peruano en este tema de las encuestas políticas, analiza, en un artículo publicado en AméricaEconomía, que lo sucedido recientemente en las elecciones de Canadá, las encuestas fallaron porque se armó un frente con la consigna: “Cualquier cosa antes que los conservadores”, que provocó, a último momento, un cambio drástico en los votantes que los encuestadores no pudieron prever.
Desde la parte metodológica, los expertos coinciden que el método estadístico que se debe usar para encuestas predictivas, como las electorales, es el muestreo probabilístico en cualquiera de sus variantes, pero que bajo las actuales circunstancias es difícil de aplicar y muy costoso, por los cambios en el entorno y en las conductas y hábitos de los electores.
El método probabilístico se utilizó muy bien en el siglo pasado, con una población más homogénea y estática en las opiniones. Pero se volvió inadaptado. Entonces los encuestadores hicieron combinaciones y adaptaciones con diferentes técnicas de muestreo, como el método por cuotas, que pueden funcionar relativamente bien con los estudios de mercados. Pero esos diferente métodos, muchos híbridos, fallan dramáticamente con las encuestas políticas, predictivas de una elección.
En la Argentina, donde el voto es obligatorio, las numerosas elecciones de este año hicieron disminuir o aumentar el número de personas que iban a votar, dependiendo de la importancia de la elección. Y el votante que responde a una encuesta puede, al final, no ir a votar afectando la representatividad de la muestra.
Este habría sido un factor crucial en la Argentina, donde entre las primarias de agosto y la elección presidencial de octubre, el número de votantes que acudió a las urnas creció en más de dos millones, la mayoría de los cuales habrían votado por Macri. En Estados Unidos, donde el voto no es obligatorio, para que una persona sea incluida en una muestra se define primero las probabilidades que tiene esa persona de ir a votar, realizando determinadas preguntas de control.
Hay condiciones estadísticas que se deben cumplir rigurosamente con el método probabilístico para que quizás -y digo quizás, porque no hay garantía- los resultados de una encuesta marquen una tendencia cercana a la realidad electoral, teniendo en cuenta el margen de error.
Precisamente del error estadístico, propio del método probabilístico y que se menciona muy poco en comentarios sobre encuestas, es el responsable estadístico de poner en perspectiva los resultados, indicando el margen dentro del cual se mueve cada dato relevante y relativiza los resultados porque los datos vienen de una muestra. Solamente un censo garantiza cierta exactitud.
La principal falla de las encuestas políticas es que no tienen en cuenta que el entorno no es un lugar estático, es un movimiento acuoso de gente, de mensajes, de lenguajes, de cosas... Que todo cambia rápidamente y se crean tendencias, lenguajes, modas y opiniones al instante. Y dentro de ese entorno, están los votantes que tienen su propia dinámica.
Que se contradicen de un momento a otro -o por segundos- al ritmo de Twitter y Whatsapp, transformándose en una masa volátil, difícil de congelar, como se pretende con una encuesta. Como si fuera una foto del momento, como se decía en el pasado cuando se hablaba de los resultados de las encuestas.
Para ayudarnos a interpretar este fenómeno de volatilidad política que afecta el resultado de las encuestas, se puede agregar también otro factor muy psicoanalítico: “el miedo a la pérdida”, que tiene importancia extrema en la Argentina, y también en otros países, donde la política se maneja con las reglas del poder.
En el momento de ingresar al cuarto oscuro, ciertos electores podrían recibir un último llamado del subconsciente al consciente, para que el votante no meta la pata y recuerde que alguien le dijo que si vota a XX, perderá los planes sociales, el puestito conseguido con tanto esmero o el subsidio que mantiene en pie su negocio.
Los medios de comunicación, los analistas, los políticos, la gente en general, lee las encuestas como si fueran un termómetro que mide la fiebre. No hay pensamiento crítico y muy pocos le dedican un tiempito a preguntarse, o preguntar, cómo fue realizado el estudio.
Tendremos que acostumbrarnos a otra lectura de las encuestas y a otra forma de hacerlas, más relativa en la intención de voto pero más rica en lo cualitativo, en aquello que mide lo que representa el candidato, desde lo humano; desde sus propuestas y sus capacidades y competencias para gobernar (esto, a su vez, provocará un cambio drástico en el marketing político).
El nuevo método de encuestas deberá seguir el ritmo de la gente y tomar lo que le sirva de las ciencias de la conducta, de las neurociencias, y de las nuevas tecnologías que vendrán. Por supuesto, muy importante y básico: primero habrá que implantar en la Argentina un nuevo sistema electoral y de emisión de votos, rápido y seguro, adecuado para este siglo de relaciones instantáneas y de la vida líquida de Zygmunt Bauman.
* Especialista en análisis de información, innovación y marketing estratégico.