Desde la entrada por el kilómetro 22 de la ruta 15, en Perdriel, la Bodega Cabrini se presenta modesta. Sin embargo, cuando se cruza una puerta detrás de la recepción, se pasa al salón principal de la casona construida en 1920, donde los muros están cargados de fotos desde 1897 a la actualidad. Entonces se puede apreciar la historia de ese establecimiento que hoy está en manos de la cuarta generación de la familia y que este año cumplió la 75° elaboración de vino licoroso de misa, aprobada por el Arzobispado.
En esa misma sala de muros de adobe, que han resistido sin agrietarse más de un temblor, también los muebles acumulan tiempo. Una de las sillas, con asiento de esterilla, está colocada en un rincón y una cinta impide que alguien se siente. Es que fue la que ocupó Don Orione cuando visitó el lugar en 1936 y, como al religioso ya se le atribuían algunos milagros, quedó marcada con tres cruces. Los hermanos Fernando y Hugo Cabrini, actuales responsables de la empresa familiar, la hicieron restaurar y la conservan en un espacio especial.
Tal vez esta visita o el hecho de que la familia es de tradición católica influyeron para que en 1939, Leandro Cabrini, fundador de la bodega, comenzara a elaborar vino para misa. Hasta entonces, se había dedicado sobre todo al malbec y en menor medida a otros varietales como cabernet, verdot, refosco, lambrusco, pinot blanco y semillón. Pero también contribuyó a esa decisión la propuesta de uno de sus hijos, Guillermo, quien era sacerdote y llegó a convertirse en inspector y director de la orden de los salesianos en América Latina.
En una de las galerías de la bodega, ubicada detrás de la casona, todavía guardan la barrica en la que se elaboraron los primeros 1.900 litros de vino licoroso de misa, con una receta de un sacerdote uruguayo. Una combinación de malbec, tempranillo, bonarda y lambrusco que origina un caldo rosado dulce fortificado, con 16,5% de alcohol y entre 80 y 100 gramos de azúcar por litro (dependiendo del año).
Los Cabrini resaltan que esta graduación permite que se conserve mejor en las vasijas de misa y que el elevado contenido de azúcar hace que se pueda degustar a cualquier hora del día. Entre las actas históricas de la bodega atesoran algunas de sacerdotes que agradecían a la familia por las características del vino licoroso, ya que podían tomarlo a las 8 de la mañana, mientras otros les producían acidez.
El caldo cuenta no sólo con el aval del Instituto Nacional de Vitivinicultura, sino también con la autorización del Arzobispado para utilizarse en la Santa Misa, en sucesivos protocolos de 1951, 1967 y 1987. Pero además está el reconocimiento de diversas personalidades eclesiásticas, a quienes los Cabrini obsequiaron el vino a lo largo de los años. La familia atesora una carta de agradecimiento de J. B. Montini, quien luego se convirtió en Pablo VI, el Papa que será beatificado en diciembre por Francisco.
Fernando y Hugo comentan con satisfacción que entre los argentinos que viajaron a Roma en el 2000 para el Jubileo de los Jóvenes hubo una delegación de mendocinos de la Obra de Don Orione. Junto con otros obsequios que llevaban a Juan Pablo II, con quien mantuvieron una entrevista, le entregaron una botella del vino licoroso Cabrini. El Papa utilizó ese caldo en la misa de cierre del domingo, a la que asistieron más de dos millones de personas de todo el mundo.
También están convencidos de que, en todos los años en que Jorge Bergoglio, antes de ser el papa Francisco, celebró misa en Buenos Aires, seguramente utilizó el vino mendocino. Por eso consideran que "el servicio ya está cumplido".
De esta manera entienden su labor: como una empresa que los llena de orgullo y como una responsabilidad de sostener el legado de varias generaciones de antecesores. Fernando comenta que la semana pasada recibieron una consulta de un hombre de 78 años que les contaba que toma el vino licoroso desde los 7 y quería saber dónde lo podía conseguir. "Esa noche me fui a dormir tranquilo", ilustra el ingeniero agrónomo.
"Captamos lo que nos da la naturaleza a través de la uva para transformarlo en un producto agradable para la gente, para que lo disfrute en momentos festivos. Porque siempre se toma vino en ocasiones gratas", señala Fernando quien, junto con sus hermanos Hugo y Mauricio, y Victoria Oros Cabrini (una sobrina) tomaron la posta del emprendimiento familiar.
Patrimonio histórico y cultural de Luján
En febrero de este año, la Bodega Cabrini fue declarada de interés patrimonial, histórico y cultural municipal por el Concejo Deliberante de Luján. Es que Leandro Cabrini y su esposa Virginia Fava (bisabuelos de quienes están al frente del establecimiento) comenzaron a cultivar su viñedo de malbec, en Perdriel, en 1918. Y en 1920 construyeron el primer cuerpo de la bodega y la casona de adobe, sin vigas ni columnas, que ya no es más vivienda familiar, sino que alberga las oficinas de la empresa.
Fernando Cabrini comenta que tienen el proyecto de convertir toda la casa en un museo vitivinícola, para mostrar lo que era una típica familia dedicada a la industria. Si bien en el salón principal hay varias fotografías, hay muchas más guardadas, que son imágenes históricas del tren trasandino y sus estaciones, de la construcción del monumento al Cerro de la Gloria, de paisajes lujaninos, entre otros recuerdos del pasado. Esto, además, de numerosos registros de las reuniones familiares y con amigos en los jardines, con el viñedo de fondo.
Defensores del malbec
Leandro Cabrini, originario de Poviglio, un pequeño pueblo de la Emilia Romana (Italia), llegó al país en 1896. Como había sido agricultor, se dedicó a la olivicultura y la vitivinicultura, y cuando pudo tener su propio viñedo eligió como variedad mayoritaria el malbec. Sus descendientes sostuvieron esa elección aún en la década del '70, cuando aparecieron otras de gran rendimiento, aunque baja calidad enológica.
De hecho, la cuarta generación participó de la creación del Concejo de Denominación Luján de Cuyo. El ingeniero agrónomo Fernando Cabrini detalla que entre 1986 y 1987 se reunieron con otras bodegas del departamento para intentar reposicionar al malbec como un vino emblemático y para generar pautas del modo de elaboración que permitieran lograr su máxima expresión varietal. A partir de este trabajo consiguieron que Luján sea la Tierra del Malbec y hoy celebran que esta variedad se haya convertido en emblema del consumo interno y la exportación.