La barbarie, en un mapa en plena descomposición

La banda terrorista que decapitó esta semana al periodista James Foley tiene base territorial, control de ciudades y alto nivel militar. Su presencia trastroca el tablero de la región.

La barbarie, en un mapa en plena descomposición
La barbarie, en un mapa en plena descomposición

Las imágenes del asesinato del periodista James Foley han circulado como un alud de espantos por las redes sociales. Pero sería un error interpretar ese episodio como un acto de propaganda más de la banda terrorista ISIS (también llamada Estado Islámico o EI).

Hay de eso por cierto, pero lo central es observar que semejante atrocidad anticipa los términos y características en que se librará esta guerra que viene.

La “solución final” que ejercita sin disimulos esta organización integrista, crecida a la sombra no tan indiferente de Occidente en Irak y Siria, tendrá numerosos episodios como éste que golpearán la retaguardia de quienes intenten hacerles frente. Y no será menor el daño que ese efecto causará.

Hay un trasfondo que no debe ser ignorado. Esta barbarie sucede en momentos de extraordinaria inestabilidad mundial.

Cuando la crisis entre Israel y el universo palestino ha alcanzado su mayor altura aún por encima de la última Intifada; con una montaña de muertos en el Este ucraniano y la pelea en progreso de potencias emergentes como Rusia para no ceder los espacios que, en su visión, la historia les permite en este presente; con China decidida a convertir el Mar Oriental y el Mar del Sur, frente a sus costas y de otra media docena de países, en un “mare nostrum” a despecho de los costos bélicos que eventualmente supondrá.

También alimenta la inestabilidad el enorme disloque que experimenta la democracia y el Estado por una empinada concentración del ingreso que llena de frustración las capitales del Norte mundial.

En eso mismo radica una de las explicaciones, ni la menor ni la única, de la presencia de occidentales entre las filas del ISIS así como el crecimiento exponencial que muestran las formas más abyectas de religión y mesianismo en una región desbordada de jóvenes con el futuro cancelado.

El líder de Hezbollah, el partido político libanés con brazo armado, Hasan Nasrallah, un aliado duro de Irán y una voz autorizada más allá de lo polémico del personaje, sintetiza de este modo de qué se trata el ISIS: “Es lo más complicado y peligroso que jamás ha ocurrido. Forma parte de un proyecto para establecer un nuevo mapa en Oriente Medio... Controla un gran espacio y tiene bases en varios países árabes. Quiere eliminar a todos: sunnitas, chiítas, cristianos, kurdos, yazidíes y turcomanos.

Este monstruo está creciendo y es cada vez más grande”. Si Nasrallah habla como parte del poder regional iraní, desvela la coalición entre EEUU y la potencia persa que revive la que en su momento anudaron, por encima de la retórica, contra los talibán de Afganistán en 2011 o el dictador Saddam Hussein en 2003.

Al revés de la vidriosa Al Qaeda que no era una red y carecía de un cuartel localizable, el ISIS tiene base territorial, control de ciudades y alto nivel militar.

Es un detalle a favor de sus enemigos. La guerra antiterrorista que lanzó EEUU contra Al Qaeda se diluyó porque el blanco era un espectro. No será éste el caso.

Las alianzas que ha provocado trastrocan los ya conmovidos tableros de la región. La operación que realiza EEUU en el Norte de Irak junto a los kurdos aliados de Irán, pone en alerta al gobierno de Bagdad dócil pero reacio a que esas milicias aprovechen estos vientos y se apoderen para siempre de un tercio del país con alta riqueza petrolera.

Teherán opera para aliviar esas tensiones y las que persisten en Irak entre chiítas y sunnitas. Así lo coordinaron en un encuentro reservado en Omán, un asesor del vicepresidente de EEUU y el director de África de la cancillería iraní.

Un reporte del grupo de inteligencia privado Stratfor señala que, además, se acordó el despliegue de comandos de la famosa brigada Al Quds iraní en la provincia de Diyala, mano a mano con los “asesores” militares de EEUU. El pragmatismo es tal que se ha sumado al frente el PKK kurdo, un grupo considerado terrorista por Turquía y sus aliados de la OTAN.

En ese encuadre cabe preguntarse qué sustentabilidad tendrán esas alianzas en el futuro y hasta qué punto las autocracias árabes o incluso Israel permitirán que la monstruosidad del ISIS se convierta en una buena noticia para Irán y sus aliados, Siria o Hezbollah.

Si se dejó en su época avanzar a los nazis sobre Rusia aun cerrando los ojos a las atrocidades que cometía el Reich contra el pueblo judío, cuál es la razón hoy que haría que quienes fondean al ISIS le saquen la mano cuando tiene un blanco claro en la teocracia iraní.

La teoría general sería expulsar a los terroristas desde Irak a Siria y que ahí hagan el trabajo sucio contra la dictadura de Bashar al Assad. Así pareció sugerirlo este jueves el jefe del Estado Mayor Conjunto de EEUU, Martin Dempsey.

“Assad es absolutamente parte del problema”, dijo. Pero eso es cuanto menos una ingenuidad. Siria está hoy encadenada a Irán y a su juego de alianzas. En última instancia, es el callejón en el que EEUU no quiere entrar. La duda es si podrá evitarlo.

Este cronista conoció a James Foley durante semanas en Bengazi, en el frente de la guerra civil de Libia en 2011. Ese conflicto se libró sobre una extensa ruta que iba desde esa ciudad, en la Cirenaica, hasta el Golfo de Sirte frente al Mediterráneo y aún más allá rumbo a Trípoli.

Nunca se sabía con exactitud dónde estaba el frente que surgía de pronto cuando comenzaban los disparos y se escuchaba el grito alarmado de Allah Akbar.

En una jornada de recorrida, Foley y sus compañeros cruzaron sin saberlo las líneas enemigas. Con él estaba su compatriota Clare Morgana Gillis, el fotógrafo español Manuel Brabo y el cámara sudafricano Anton el Hammel.

Cuando advirtieron el error fueron acorralados por el fuego de fusiles y metralla de la milicia de Muammar Khadafi. Se tiraron sobre la arena y fue Foley quien logró frenar el ataque alzándose sobre sus piernas para gritar “prensa” en medio de los disparos.

Cuando los capturaron, Anton, que cumplía su primera misión de guerra y ansiaba regresar a su país donde acababa de nacer su hijo, tenía el vientre abierto por una andanada de proyectiles y quedó boqueando sobre la arena con las manos cubriéndose el estómago sin que nadie lo auxiliara.

Hasta el momento no se sabe siquiera dónde quedó su cadáver. Cuando se machaca con conceptos como “periodismo militante” se deberían tener en cuenta estos ejemplos del periodismo que milita en la única dirección posible: la de jugarse todo para que no quede oculto aquello que el poder, cualquiera que sea, pretende alejar de la luz pública. Vaya mi homenaje a este nuevo compañero caído.

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