Ricardo Mauricio Villavicencio (o ‘Ricky’) es mendocino, tiene 28 años y si hubiese que resumir su vida en una única palabra, esta sería “aventura”.
Pero no se trata de una aventura inconsciente, caprichosa o por el simple hecho de experimentar la adrenalina, sino más bien de un estilo de vida.
Hace tres años, a bordo de una combi recorrió gran parte de América Latina y, aunque su intención era llegar a México, debió bajar los brazos antes de tiempo y regresar a Mendoza. Pero, como la vida siempre da revanchas, entre febrero y julio de este año Ricky pedaleó más de 7.000 kilómetros en su bicicleta y unió Máncora (Perú, donde se ha instalado) con la Riviera Maya mexicana.
“Salimos tres de Máncora y nos encontrábamos con un cuarto en Ecuador, todos en bicicleta. Pero a Ecuador llegué solo. Y después seguí solo hasta Costa Rica, donde se me sumó otro loco de la bicicleta: Marcos (53). Me habían recomendado que pase a conocerlo, porque siempre recibía muy bien a los ciclistas que llegaban a Costa Rica. Y cuando fui, me dijo que quería seguir conmigo y se sumó.
Pensé que con 53 años iba a tener que esperarlo. ¡Y terminó siendo él quien me esperaba en las distintas paradas!”, contó el joven ya de regreso en Mendoza. Aquí se quedará hasta enero y su plan es volver a Perú por Chile -como no podía ser de otra forma- en bicicleta.
“Cada lugar no es solamente el lugar, sino lo que uno pueda hacer en él y disfrutarlo. Viajar acompañado siempre es otro viaje, otra experiencia. Y muchas veces los límites son mentales, hay que entender esto", reflexionó Ricky, quien durmió en cuarteles de bomberos, casas de solidarios desconocidos o directamente en esos hoteles de mil estrellas en los que se transforma la intemperie por la noche.
“El canal de Panamá lo tuve que cruzar en avión, así como también el tramo entre Medellín y Panamá. Este último iba a hacerlo en lancha, con la bici y todo, y ya había llegado hasta la costa, pero allí el mar es bastante picado. El día anterior se había dado vuelta una de las lanchas y habían muerto dos personas”, destacó, entre tantas anécdotas de la travesía.
Un viaje, mil historias
Ricky es de esos tipos optimistas y sociables, con quien apenas bastan unas pocas palabras para entrar en confianza. "Le compré la bici a una amiga finlandesa en Máncora. Se dio así, porque yo ya estaba pensando en irme a Lima y ver qué conseguía. Pero se me presentó la oportunidad y venía ya con las alforjas, la calza y hasta el impermeable", recordó.
Ya estaba la bici, el equipamiento y la voluntad: sólo restaba definir el itinerario: “Empezamos a armar el viaje con los mismos chicos con que nos habíamos ido en la combi. Con Joaco y Ale íbamos a salir desde Perú y nos íbamos a encontrar con Pablo en Guayaquil (Ecuador), pero por una u otra cosa, los dos que salieron conmigo se bajaron ahí nomás”.En Ecuador tampoco pudo concretar el encuentro con el tercer amigo, pero ello no frustró la travesía.
La subsistencia no le fue fácil, aunque fue clave la solidaridad de la gente. “Muchas personas me veían por la calle y se acercaban, me saludaban y me invitaban a dormir en sus casas. Ni siquiera te conocen y te invitan a sus casas cuando te ven a la buena de Dios. El instinto es clave a la hora de tomar ciertas decisiones. Un par de veces rechacé invitaciones a quedarme en ciertos lugares. No sé si acerté, pero me guié por el instinto”, resumió.
Para los gastos diarios -comida, mantenimiento de la bici o cualquier imprevisto, Ricardo llevaba postales y CDs con música argentina para vender.
“Paraba en los lugares, le ponía broches a las alforjas con las postales colgadas y la gente se acercaba. Vendía todo a aportes voluntarios”, explicó.
Ya en Costa Rica conoció a quien fue su acompañante en el último tramo del viaje: Marcos (o ‘Mackey’): “Pasamos para Nicaragua y de ahí cruzamos a Honduras por la Costa del Pacífico (150 kilómetros). En las alforjas yo llevaba la ropa esencial: cinco calzoncillos, tres remeras y las zapatillas de pedaleo. Y eso se va lavando y lavando”.
El Salvador, Guatemala y Bélice fueron los últimos dos países antes de pisar suelo mexicano. “Entré por Tulum, Playa del Carmen y ahí estuve parando en la casa de una amiga inglesa. Estuve un mes y medio dando vueltas por la Riviera Maya, rondando ruinas. Aprendí a hablar el idioma, porque viajando aprendés mucho. La zona de Cancún ya es distinto: si querés armar la carpa o lo que sea, te cobran. En otros lados te ofrecían la casa si querías”, cerró.
Anécdotas de aquí y de allá
A la anécdota sobre el “no cruce” a Panamá en lancha se suman otras que el propio Ricky enumeró. “Me picó el chikungunya (una enfermedad muy parecida al dengue en el Caribe, también transmitida por la picada de un mosquito). Me ayudó mucho haber ido con Mackey, quien me acompañó y ayudó con el suero.
Otra historia graciosa es que apenas salimos (camino a Ecuador) me quedé sin frenos. E iba pedaleando y, de repente, me separo de los demás. Joaco se apura, me alcanza y me dice: ‘¡Vas demasiado rápido, Ricky!’, y yo le dije ‘¡Hace como 20 minutos que voy sin frenos’'.
Me asusté un poco, hasta que pude subir a un montículo para frenar. Pero me asusté mucho. Y en Guatemala terminamos en el cumple de 15 de una chica, en medio de una comunidad aborigen. Y nos invitaron a participar del ritual. Nos enseñaron a bailar y yo terminé tirando algunos pasos de cumbia también”, agregó entre carcajadas.
“En Costa Rica me pidieron que dé una charla de motivación en una escuela de chicos con autismo. Y lo único que hice fue contar lo que estaba haciendo, pero te aseguro que terminé aprendiendo más yo”, sentenció.