Estas búsquedas se produjeron a nivel continental a inicios del siglo XX en distintos países americanos, desde Estados Unidos hasta el Cono Sur.
En nuestro país, estos planteos surgieron contemporáneamente a la conmemoración del Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910. En este período comenzó un proceso de reflexión acerca de la nación que implicó la elaboración de narraciones históricas que se articularon con las producciones artísticas. Tanto las artes como la arquitectura se interesaron en acompañar coherentemente estos relatos, reflexionando principalmente sobre los nuevos tiempos en relación a elementos plásticos locales, lo que produjo una actualización de la estética colonial que dio surgimiento al estilo neocolonial.
Estas manifestaciones fueron importantes porque indican que los intelectuales y artistas comprendieron lo hispanoamericano como auténtico, valioso y lo clasificaron como estilo, un estatus concedido anteriormente a expresiones europeas. Resultó una toma de conciencia acerca de los valores locales, tanto nacionales como continentales.
Sumada a la trascendencia en el plano simbólico y cultural, como características plásticas positivas, se destaca la conformación de una escala urbana amable, una calidad constructiva acorde a la tecnología disponible, la variedad y calidez de sus formas y la adaptabilidad a distintas maneras de habitar.
En Mendoza
La mayoría de los desarrollos teóricos relacionados con las ideas neocoloniales en la Argentina se gestaron en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires. El órgano de difusión utilizado para transmitir estas ideas fue la revista de Arquitectura de esta universidad, apoyada por el Centro de Estudiantes comandado por Raúl J. Álvarez. Este futuro arquitecto era hijo de Agustín Álvarez, destacado escritor y político local, y el 20 de enero de 1917 se convirtió en el primer mendocino graduado de arquitecto. Fue él quien trajo la iniciativa neocolonial en su regreso a Mendoza, en la década de 1920.
Unos años más tarde, durante la década de 1930, el estilo neocolonial en su variante californiana o mission style se incorporó de una forma profusa a los proyectos arquitectónicos locales. Esta variante se inspiraba en la arquitectura de la época colonial hispánica del sur de Norteamérica. Formalmente poseía muros blancos bolseados, tejas, arcos rebajados con dovelas de piedra y esquinas con contrafuertes. Es interesante destacar que si bien al californiano se lo relaciona con el período peronista (1946-55), en que se empleó masivamente, hay que retrotraer el inicio de su implementación a la década del 30.
Su utilización en la esfera privada fue muy difundida. Se construyeron con su impronta un número importante de viviendas suburbanas y urbanas. Además fue empleado en proyectos del ACA, en distintas instalaciones que servían de cobijo al viajero o le brindaban servicios.
Durante los años 30 se llevaron a cabo una gran cantidad de obras impulsadas por el Estado y relacionadas con el turismo. En este leguaje, por ejemplo se construyeron el hotel de Potrerillos y la hostería del dique Cipolleti.
También el Arco Desaguadero, puerta de entrada a la provincia, de la que se destacaba:
“[…] la original armonización de las fachadas de acuerdo con la topografía del lugar y el clima de la región, empleándose la piedra, el revoque rústico, la teja española, la madera para las balaustradas de balcones”. (La Libertad, 4 de diciembre de 1932: s/p).
El mismo había sido proyectado de acuerdo a las “sugestiones y deseos del gobernador Ricardo Videla”. Contaba con un arco de 8 por 9 metros, una bomba de nafta, oficinas de la policía, control sanitario, correos y hospedaje.
También se concretaron en estilo californiano diferentes obras relacionadas con la acción social, como las casas hogares en distintos puntos de la provincia.
En estas instituciones se procuraba la creación de condiciones humanas para el buen desarrollo infantil, para lo cual el lenguaje cálido del californiano resultaba adecuado “[…] se ha buscado el calor de un hogar común eliminando por completo, tanto en lo que en la organización general se refiere como al aspecto arquitectónico, toda insinuación o sugestión carcelaria” (Los Andes, 1 de enero de 1942: 5). Sumamos la Caja Obrera de Pensión a la Vejez e Invalidez y la Caja de Jubilaciones y Pensiones Civiles, ambas en el edificio de calles Patricias Mendocinas y Rivadavia.
Durante esta etapa, además, se llevó a cabo el Observatorio Meteorológico Regional, situado en la calle Thays del Parque General San Martín y proyectado por Rafael N. Orlandi, arquitecto de la Dirección General de Arquitectura.
Sumado a su sentido práctico y científico, se consideraba que este edificio otorgaba al Parque por su estética “[…] un nuevo motivo de ornato”. (Los Andes, 14 de octubre de 1940: 5)
Como se aprecia, el uso del californiano fue muy intenso en Mendoza. Su adopción también estuvo condicionada por asuntos técnicos y prácticos, ya que los materiales que requería eran factibles de ser conseguidos en la región: la madera, la piedra y el ladrillo eran producidos localmente.
Consideramos que la identificación de Mendoza con California, que llevó a que se empleara su influencia en arquitectura, se produjo porque ambas regiones compartían características climáticas y geográficas similares que, a su vez, habían propiciado el surgimiento de la industria vitivinícola.
Mendoza era, para algunos pensadores y literatos, “La California Argentina”. Así lo evidencian libros como el de Huret (Los Andes 9 de febrero de1913: s/p). Además, ambas regiones coincidían en los problemas sísmicos, pero esto no parecía haber afectado al país del norte, que se observaba como un modelo a imitar: “California, que fue destruida por un terremoto, es una maravilla incomparable desde el punto de vista de la arquitectura”. (La Libertad, 8 de agosto de 1936: 8).
Teniendo en cuenta estas consideraciones, no resulta tan sorprendente que se recurriera a los repertorios californianos para materializar una arquitectura con búsquedas nacionalistas. Entendemos que articular históricamente el pasado no significa conocerlo “tal como verdaderamente fue”, sino que es apoderarse de un recuerdo tal como éste relumbra en un instante de peligro.