Este reto tiene que ver con la puesta en marcha de un nuevo diseño curricular para la Educación Primaria de la provincia (RES. Nº3556-DGE-19). Este diseño curricular contempla a los niños como protagonistas de su aprendizaje y propone el trabajo con proyectos temáticos (educación vial, cultura del agua, emprendedurismo, educación emocional, ciudadanía digital…) que permitan llevar a cabo una educación integral y centrados en el desarrollo de capacidades vinculadas con los saberes de los distintos campos del conocimiento (lengua, matemática, ciencias naturales, educación física…).
Esta modalidad no es nueva en Mendoza, se han desarrollado experiencias previas en distintos centros educativos y los docentes han tenido la oportunidad de prepararse para este reto a través de distintas capacitaciones ofrecidas por la Dirección General de Escuelas.
Vista desde el patio de recreo, próxima al momento de su inauguración en 1934, de Manuel y Arturo Civit (Fuente: Dirección de Arquitectura de la Provincia de Mendoza, “Escuela Justo José de Urquiza, Villa de Maipú”, Revista de Arquitectura, n. 241, enero de 1941, p. 36).
No obstante, cabe preguntarse también por otro factor implicado en la experiencia educativa: el edificio escolar. Más allá de las condiciones necesarias que deben asegurarse relativas al mantenimiento básico de las escuelas (seguridad, salubridad, instalaciones adecuadas…), los espacios educativos tienen la capacidad de ser medio para facilitar y fomentar prácticas pedagógicas, es decir, ser un instrumento para el aprendizaje.
En el último siglo, con el nacimiento y desarrollo de las pedagogías activas -en las que el alumno deja de ser sujeto pasivo en la enseñanza para ser partícipe activo- la arquitectura se ha mostrado como un medio importante en este cambio de paradigma. Cabe señalar las posibilidades que ha demostrado la vinculación entre pedagogía y arquitectura en el último siglo y que son referencia en el diseño actual.
(Fuente: Nuestra Arquitectura, Buenos Aires, 1936, n. 85, p.302)
Uno de los cambios que experimentaron las escuelas en las primeras décadas del siglo XX, incorporado desde los campos de la pedagogía y el higienismo, fue la vinculación de los espacios de la escuela con su entorno. Se pasó de procurar aislar a los alumnos de las distracciones del exterior -con aulas de ventanas altas y mínimas- a valorar la enseñanza en un ambiente con vistas al exterior, de gran luminosidad y ventilación cruzada. Así, se extendieron edificios escolares de poca altura (uno o dos niveles), organizados en pabellones y rodeados por jardines. Contaban con un amplio patio de juegos para la recreación y, además, algunos tenían espacios abiertos propios para cada aula.
En las décadas centrales del siglo XX, se produjo una importante transformación del edificio escolar a nivel internacional vinculada a los cambios pedagógicos y la extensión de la escuela primaria. En un primer momento, predominó la extensión del modelo de "escuela unitaria", es decir, escuelas de una o pocas aulas, con alumnos de distintas edades en una misma sala. Esto llevó aparejado el estudio minucioso del aula que incorporó las demandas del ámbito educativo: se ampliaron sus dimensiones y se diferenciaron distintas áreas para posibilitar la realización de distintas actividades de manera simultanea. El mobiliario escolar también fue repensado y se atendió al color y a las texturas como elementos sugestivos.
Fuente: Alfred Roth, The New School, Girsberger Zürich, 1961, p. 134).
En una segunda instancia, se acudió al modelo de "escuela graduada" para la creación de nuevos puestos escolares: escuelas con aulas diferenciadas para los distintos grupos de edad y con programa complementario (salón de actos, biblioteca, comedor…). Esto exigió el estudio de edificios escolares de gran superficie bajo los nuevos parámetros educativos. Además, se sumaron aportes desde la sociología que señalaba la importancia de la escuela como el primer lugar de encuentro con la sociedad.
Así, se concibieron escuelas como pequeñas ciudades: con un espacio principal común, áreas de reunión en los corredores, aulas como unidad de referencia y espacios para trabajo individual. Algunas experiencias cuestionaron el límite del aula y propusieron una mayor continuidad entre sus espacios: se emplearon paneles móviles entre las aulas, se dispusieron grandes ventanales entre las aulas y los corredores, y los casos más radicales plantearon escuelas como un gran espacio continuo, sin división de aulas.
En la actualidad, el diseño del edificio escolar toma estas experiencias como referencia para consolidar la extensión de modelos educativos enmarcados en la pedagogía activa y, además, atiende otros retos actuales (sociales, culturales, tecnológicos, medioambientales…). Finlandia se consolida como referencia en los ámbitos especializados, no sólo en las prácticas educativas, sino también en sus propuestas edilicias. En Latinoamérica, las miradas se centran en el caso de Colombia que durante los últimos años ha llevado a cabo una importante construcción de nuevas escuelas y ha atendido no sólo a la cantidad sino también a la calidad de sus espacios educativos. En Argentina, puede destacarse el prototipo escolar de Mario Corea, Francisco Quijano y Gustavo Sapiña para Santa Fe, que actualiza el modelo de escuela pública y cuya flexibilidad ha permitido su adaptación a distintos lugares y niveles educativos.
No obstante, la transformación del espacio de la escuela que demandan las nuevas prácticas pedagógicas no depende sólo de la construcción de nuevos edificios. La arquitectura escolar lleva aparejada desde sus premisas la necesidad de futuras ampliaciones y adaptaciones a cambios demográficos, educativos y sociales. La actualización de los centros puede darse de manera eficaz mediante acciones de distinta magnitud: ampliación de nuevos espacios (aulas especiales…), intervenciones puntuales en sus aulas, adaptación de mobiliario y transformación de los espacios de recreo (renaturalización, materiales de juego…). Estas intervenciones puntuales se han revelado de gran potencial para acompañar cambios en las prácticas educativas y, además, su concreción posibilita fortalecer el vínculo de la comunidad escolar.
(Fuente: Herman Hertzberger, Space and Learning, 010 Publishers, Rotterdam, 2008, p. 73)
Es más, los edificios escolares existentes poseen como valor añadido su condición patrimonial. Estos edificios suponen un patrimonio vivo con valores históricos y arquitectónicos y son un referente para la comunidad. Además, se ha señalado la pertinencia de contemplar la dimensio?n ambiental del patrimonio edilicio, en relación a la necesidad de aprovechar las construcciones con posibilidad de vida útil. Así, el reto de adecuar el espacio escolar al nuevo diseño curricular se presenta también como una oportunidad para su resignificación como lugar de la memoria y de cohesión social, desde el presente y hacia al futuro como una herramienta de para el desarrollo.