Por Carlos S. La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Hay sólo dos momentos en los que es posible combatir la corrupción que invade a los países: antes y después. Chile, por ejemplo, una nación donde las instituciones suelen estar por encima de las personas, ataca la corrupción apenas la ve aparecer y es implacable con ella aún en sus ramificaciones más elementales.
La Italia del mani pulite o el Brasil del PT, en cambio, intentan luchar contra la corrupción cuando ella ya se ha apoderado entera del Estado y ha corroído en gran parte a la sociedad, de donde, no obstante, salen las fuerzas para intentar combatirla. Porque, con todos sus defectos, el pueblo, los pueblos siguen siendo lo mejor que tienen los países cuando las elites desertan.
La corrupción es como el cáncer, o se la previene cuando aún no es mortal o se la descubre cuando ya se ha apoderado de casi todo el cuerpo, porque su transitar lo hace en el mayor de los silencios para evitar su detección.
Sin embargo, Italia o Brasil convivieron largas décadas con la corrupción sin ignorar que ella anidaba cada vez más en sus entrañas. Lo mismo que la FIFA. Cuando en cualquiera de estos casos salta la podredumbre, pueden mostrarse cientos de libros o periodistas que de mil maneras advirtieron textualmente lo que estaba pasando, ante la indiferencia de los poderes públicos y de los negocios privados que creían lucrar indefinidamente con el estado de cosas.
Pero ocurre que en un momento dado la corrupción deja de ser funcional salvo para un puñado cada vez más pequeño de personas, mientras que las instituciones que la prohijaron o cuando menos miraron para otro lado, comienzan a sufrir también las consecuencias del caos institucionalizado por el cáncer de la corrupción. Entonces, como por arte de magia, el Estado y sus juzgados comienzan a actuar con una libertad que no tenían antes y deschavan a los mafiosos.
Fueron los mismos empresarios que lucraron con la tangentopoli en Italia los que apoyaron las decisiones de los jueces del mani pulite cuando vieron que tanta corrupción ya no le era funcional a sus negocios. Y no es que se hayan hecho buenos, es que ya estaban pagando por coimas más de lo que los coimeros le reportaban como beneficios por sus “labores”.
En la FIFA algo parecido debe estar pasando, más allá de que sería injusto dejar de lado la valentía de esa fiscal general de EEUU que decidió investigar, lo cual no casualmente ocurre bajo la administración progresista de un presidente demócrata.
Por eso no es de extrañar que Rusia, un país que quiere reconstruir los soviets recuperando la autocracia del comunismo pero sin comunismo, defienda la mafia de la FIFA e insinúe que EEUU le quiso dar un golpe de Estado a Blatter.
Pero lo que quizá sí extrañe un poco más es que algunos referentes del proyecto nac y pop del kirchnerismo, como un conocido piquetero o un reconocido banquero autotitulado de izquierdas se compren el mismo verso insinuando que detrás del escándalo de corrupción de la FIFA están las garras del imperio como si aún viviéramos en la guerra fría, olvidándose que Cuba y EEUU están cada día más amigos. Y no es casualidad el relativo silencio de los medios de comunicación oficialistas sobre el affaire mafiofutbolero internacional, aunque más no sea por los dudas.
Es que vivimos en un país FIFA, donde la corrupción se verifica desde y en todos lados, pero aún no ha saltado enteramente a la luz pública porque de algún modo sigue siendo funcional a la mayoría de los intereses públicos y privados que conviven con ella. Y mientras el negocio de la corrupción no comience a ser un mal negocio para muchos de los que lucran con él, ella se seguirá manteniendo inimputable, al menos en el nivel judicial que es desde donde, con apoyo político, se la debe desmadrar.
En otras palabras, la corrupción estalla cuando se indignan los buenos pero también una parte de sus cómplices, a los cuales el negocio ya empieza a traerle más complicaciones que beneficios y prefieren borrarse antes de que el mundo se les venga encima. La Argentina todavía no llegó a ese punto, en gran medida porque la respuesta del poder político frente a cualquier investigación es a todo o nada.
El gobierno nacional mantiene la iniciativa política de manera plena y por eso aún sostienen sus increíbles excusas de que cada averiguación judicial es un golpe de Estado destituyente, como Putin acusa a EEUU por el caso FIFA. Pero eso no quiere decir que la Argentina no sea un país FIFA, sólo que las brevan aún no están del todo maduras.
Sin embargo, en el tema estrictamente deportivo, Fútbol para todos sí que ya es una mini FIFA y el estallido de su corrupción apenas se puede disimular con parches cada vez más ostensibles. Lo que pasó en Boca es apenas la punta del iceberg de un contrato social entre políticos, dirigentes, hinchas y público que ya ha estallado por los aires aunque todavía no se sepa con total certeza donde van cayendo las esquirlas.
Fútbol para todos es mucho más que el Estado pagando los derechos televisivos para que el pueblo vea gratis fútbol, porque eso lo podría haber hecho con infinitamente menos dinero del que le aportó a la AFA desde 2009.
Fútbol para todos es la estatización de hecho del fútbol argentino pero manteniendo su administración en manos privadas, mejor dicho, en la gente de Grondona, o sea en la gente de Battler en la Argentina. Ese fue el pacto que se firmó, un subsidio monumental para que el sistema futbolístico corrupto sobreviviera a cambio de que el poder político pudiera ponerlo al servicio de sus ambiciones, tanto publicitarias como clientelares.
Sin embargo, las consecuencias de esa funesta alianza entre poder político y mafia futbolística no fueron neutras. El popular deporte, a pesar de recibir cada vez mayor cantidad de aportes estatales, fue empeorando en su calidad casi en directa proporción al aumento de dinero. Y la violencia que antes era un agregado externo del espectáculo ahora se transformó en el fútbol en sí mismo. La violencia y el sistema hoy son la misma cosa.
Así como la FIFA buscó ser un Estado por encima de los Estados liberado de todas las leyes nacionales y/o internacionales, el kirchnerismo para mantener su poder fuera del gobierno busca ser un Estado dentro del Estado, en el cual el fútbol será infiltrado con sus barras bravas clientelares y sus direcciones de clubes en manos de los principales políticos del gobierno.
Así seremos doblemente un país FIFA, copiando lo peor de la globalización. El “poder feudal” por abajo, con sus clubes, sus barras, sus cámporas, sus lázaros y sus justicieros legítimos y el “poder corporativo” por arriba defendiendo a la FIFA del imperio, aliándonos con Rusia contra EEUU, dejándonos colonizar por China, firmando memorándums de paz con Irán y venezuelizando todo lo que se pueda lo que aún queda de este sufrido país FIFA.