Tuve el honor de ser convocado por la Dirección General de Escuelas (DGE) de Mendoza para brindar una conferencia titulada, "Crear conciencia para la prevención del daño cerebral y mejorar resultados".
A mis 90 años puedo decir que he encontrado la clave para poner en jaque al subdesarrollo de una nación. Me invitaron a que relate cómo logramos lo que ellos llaman el milagro chileno, y me fui convencido que si Conin Argentina es tomada como política de Estado, ustedes también tendrán el suyo. Existen muy buenos indicios para que aquello ocurra: es la primera vez en 25 años que nos escucha el Presidente y la ministra de Desarrollo Social nos convocó a firmar un convenio, que hoy afecta a 100 de nuestros centros, lo que permitirá incrementar sustancialmente la cantidad de niños y días de atención.
Sin embargo, el problema argentino es tan grave, que necesariamente debemos profundizar el trabajo en conjunto, porque la pobreza infantil alcanza a 48% de los infantes de 0 a 14 años. Como si fuese poco, cada 24 horas, 600 niños nacen en condición de miseria.
¿Cuáles son los conceptos qué deben guiar el accionar de la clase dirigente? La desnutrición impacta en la infancia, especialmente durante las primeras etapas de la vida. A las limitantes nutricionales se agrega la adversidad de la pobreza. El proceso no sólo afecta a los que sufren la desnutrición sino también a la sociedad entera. Ello sucede porque la desnutrición constituye una carga demasiado pesada para la sociedad, tanto por los costos involucrados en las muertes prematuras, como por los daños producidos en los que sobreviven. Todo ello lleva a una economía ineficiente, incapaz de competir en el actual mundo globalizado y competitivo. Mientras el mundo desarrollado avanza, el otro sólo ofrece desnutrición ya desde antes de nacer, pobreza y marginalidad de por vida.
Es por ello que combatir la desnutrición desde los primeros períodos de la vida es un compromiso irrenunciable para todos. El primer desafío es lograr la erradicación de la desnutrición que afecta a la infancia durante los primeros años de vida. Si ello se logra, es posible avanzar a una segunda etapa hasta lograr que se haga realidad la igualdad de oportunidades.
La tarea es ardua y lleva tiempo, al menos más de una generación.
Es importante recordar que Chile era hasta la década del setenta un país muy pobre, y así lo demostraban los indicadores económicos, sociales y educacionales. El porcentaje de población que vivía en condiciones de pobreza superaba el 60%, con un analfabetismo del 23% y una escolaridad promedio nacional de sólo dos años. Los indicadores de salud eran también muy precarios: el porcentaje de niños con bajo peso al nacer (menos de 2.5 kilos) era de 20%, debido a pobreza y malnutrición de la madre. En aquella época, más de 50% de las muertes se producían antes de los 15 años. Es decir, los que se morían eran niños y, por ello, las expectativas de vida al nacer era sólo de 39 años. Al cumplir los cinco años de edad, 63% de los sobrevivientes, presentaban daños exteriorizados en un retardo del crecimiento y menor desarrollo intelectual.
En aquella época (1960), a pesar de la extensión y gravedad de la desnutrición, su existencia no era reconocida como tal. Es así como no asombraba que falleciesen tantos niños antes de los 15 años. Fallecían por enfermedades infecciosas, bronco pulmonares en invierno y diarreas en verano. Aquí nadie padece de hambre, afirmaban hasta los expertos.
Incluso las autoridades sanitarias aseguraban que los niños chilenos eran constitucionalmente más pequeños y maduraban más tarde. En los hospitales pediátricos 80% de los niños hospitalizados por enfermedades infecciosas presentaban diversos grados de desnutrición, datos que por lo general no se registraban en su ficha clínica.
¿No les sucede lo mismo a ustedes queridos compatriotas argentinos en algunos de sus sitios más inhóspitos? ¿Cómo es posible que su tierra, la cual fue un faro para América Latina, hoy tenga 48% de sus niños en condición de pobreza? ¿Les habrá llegado el momento de combatir este flagelo en las 4.100 villas que cubren su territorio?
Mirando retrospectivamente, existía un mal oculto, que costó mucho ponerlo en evidencia. Es así como fueron necesarios varios años de investigación hasta llegar a conceptualizar lo que llamamos el mal oculto. Una identidad patológica que, a pesar de su elevada incidencia, para la mayoría pasaba desapercibida.
Sus síntomas eran erróneamente atribuidos a factores genéticos y sociales adversos, que se aceptaban como inherentes a la realidad social de los tiempos, y por ello no eran considerados en las estrategias de desarrollo económico y social. Se trataba de la desnutrición crónica sufrida en los primeros años de vida, que junto a la pobreza impactaban negativamente, provocando una elevada mortalidad temprana y daños posteriores en los sobrevivientes. Cuando más tarde fue posible implementar en Chile un programa nacional de prevención de la desnutrición infantil (1970-1990) logrando erradicarla, se inició un rápido desarrollo económico, de modo que, en el año 2013, disminuyó la mortalidad temprana (1.5% de las muertes antes de los 15 años de edad).
Previniendo el retraso del crecimiento en los menores de 7 años se superaron los niveles recomendados por OMS y, en consecuencia, se incrementó notablemente la expectativa de vida al nacer (81 años para la mujer y de 79 años para el hombre), disminuyó la pobreza a 10%, se alcanzó un ingreso per cápita de 20.000 dólares, se incrementó la escolaridad promedio a 13 años, mejoró el acceso a la educación media y aumentaron progresivamente los niveles de la educación superior.
En resumen, esta experiencia chilena, continuada hoy por Abel Albino y sus valiosos colaboradores, demuestra que es posible en una sociedad subdesarrollada lograr un recurso humano indemne desde los primeros períodos de la vida, y que no solo beneficie a los que pueden haber sido sujetos de desnutrición, sino a la sociedad entera.