No se puede dejar de reconocer que el fracaso de su política económica llevó al gobierno nacional a la derrota electoral que impidió la reelección del presidente Macri. Fue el aspecto más flojo de la gestión que termina, sumada a otros desaciertos que aportaron el rechazo mayoritario de la ciudadanía a la posibilidad de continuidad. Sobre ese fuerte descontento, el peronismo y el kirchnerismo tejieron una hábil unión que sedujo y los llevó legítimamente otra vez al poder.
Sin embargo, el 40 por ciento de votos que obtuvo el presidente Macri en octubre, mejorando notablemente el resultado de las primarias abiertas previas, fue un claro reconocimiento de una muy buena parte de la sociedad argentina a su estilo de ejercer la función pública. Y en ese aspecto, no se puede dejar de señalar aciertos significativos en política internacional.
En el ámbito de las relaciones exteriores se percibió desde el primer día de gobierno el cambio más visible introducido por la conducción que asumió en diciembre de 2015, en las antípodas de lo que se llevó a cabo en ese aspecto durante los 12 años de kirchnerismo.
En ese período se completó un fuerte aislamiento de nuestro país con respecto al mundo desarrollado que mucho desprestigió en general a la dirigencia argentina. Incluso, el default de la deuda externa declarado durante la brevísima presidencia provisional de Adolfo Rodríguez Saá, previa a la gestión también provisional de Eduardo Duhalde y luego de los Kirchner, fue el primer paso para el salto al vacío adoptado por la Argentina en lo concerniente a su relacionamiento con los países poderosos.
La intención del gobierno de Mauricio Macri de integrar definitivamente a la Argentina al mundo fue explícita y clara desde el primer momento. Por el contrario, durante los años del kirchnerismo la política exterior del país fue en sentido inverso y se preocupó fundamentalmente por vincularse con naciones como Venezuela, Cuba, Nicaragua y otras gobernadas por personajes dictatoriales o fuertemente orientados a políticas populistas y en algunos casos totalitarias.
Esa firme tendencia aislacionista de los gobiernos anteriores al que finaliza en pocos días su período, fue la que llevó a las grandes naciones desarrolladas a colocar a la Argentina prácticamente al borde del concierto internacional con más incidencia en el mundo moderno, incluyendo a los siempre enigmáticos casos de Rusia y China, que están incluidos entre las potencias poderosas en lo económico.
En esa línea, durante la actual administración nacional se potenció el vínculo con Brasil para fortalecer el Mercosur. Eso llevó, luego de una ardua labor de la Cancillería, a la concreción del anhelado acuerdo entre el bloque regional económico sudamericano y la Unión Europea.
Le corresponderá al nuevo gobierno terminar de fortalecer ese valorable vínculo, para que en pocos años más dé sus frutos con claridad en el plano comercial.
A partir del 10 de este mes debería corresponderle al presidente Alberto Fernández mantener la decisión argentina de situarse inserta entre las naciones que son potencias por su capacidad de relacionamiento y su inclinación a los beneficios de una economía abierta que proteja, sí, a las industrias locales pero que, fundamentalmente, dé garantías institucionales que aseguren credibilidad.
Por otra parte, el mantenimiento en el tiempo de acciones que sean reconocidas como beneficiosas para el país mostrará de una buena vez un gesto de madurez política que tanto necesitamos los argentinos y la tendencia a la concreción de políticas de Estado que trasciendan gestiones. El interés general sobre toda especulación temporaria.