Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
Tiempo atrás la palabra bizarro significaba valor, coraje, heroísmo. Así se menciona en nuestro himno cuando se habla de la bandera llena de orgullo y bizarría. Pero esa etimología proveniente de un término italiano con el pasar de los años fue siendo remplazada por otra proveniente de Inglaterra o Francia, donde el término bizarre significa "extraño", "extravagante", "anormal", "atípico". Dice el diccionario que nos convertimos en bizarros cuando no somos parte de lo común, de lo normal y somos objeto de burla, crítica o hasta admiración por lo "diferente" de nuestra forma de comportarnos o de actuar.
Hoy en la Argentina estamos viviendo unos momentos en los que algunos miembros de su fauna política se consideran bizarros en su vieja acepción, pero en realidad son bizarres en la acepción que es utilizada en el presente. Esta semana estos personajes han acechado por todos lados, han aparecido en todos los medios y ni siquiera sus imitaciones en los programas de humor los puede definir con tanto patetismo como se definen ellos mismos en sus actuaciones.
Los que así actúan son los que hoy expresan el cuadro desnudo y obsceno del poder perdido. Seres que quisieron hacernos creer que estaban protagonizando una épica revolucionaria pero hoy sólo se mueven entre tevés y tribunales para intentar salvarse de las acusaciones de corrupción que pululan por doquier.
La figura más espectacular de la semana fue la de Guillermo Moreno, que se apropió de un estudio de televisión pegando gritos, dando órdenes y echando invitados, suplantando a las conductoras del programa que no supieron qué hacer. El cuadro fue un perfecto sketch de humor pero a la vez nos mostró cómo este hombre trataba a las personas cuando tenía poder político. Tan ramplón, tan superficial y tan autoritario, hoy es objeto de risa pero ayer fue el depositario del terror.
Por allí también anda el conductor de 6,7,8, un tal Carlos Barragán, que mientras reclama al Estado cinco millones de pesos por no haberle renovado un contrato truchísimo en radio nacional, se cree Moisés multiplicado por dos y divulga 20 mandamientos para los militantes donde los asesora de qué modo resistir al “gorilaje” y, entre otras exquisiteces, lanza consejos como el siguiente:
Mandamiento 5: "No ahorrés en todo. Hay algo que seguramente te dará por las bolas perder. Detecta ese elemento, y mantenlo entre las cosas de tu hogar. En mi caso es el papel higiénico bastante suave. Pero cada compañero sabe lo que le jode más".
El cumpa decidió no ahorrar en aquello que más falta en su admirada república chavista: el papel higiénico. Y lo eleva a la categoría de mandamiento. Bizarrismo puro.
Por allí también anda Lázaro Báez haciendo entrevistas desde la cárcel para decir elípticamente a los jueces algo parecido a lo siguiente:
"Yo soy culpable pero no como el punto más alto de la corrupción sino como el más bajo, como un mero forro. Si ustedes me bajan de categoría yo me ofrezco a cantar todo lo que necesitan para acusar a mis inmediatos superiores".
De superior entidad es la figura de Aníbal Fernández que recorre canal tras canal diciendo que está trabajando para que a Macri le vaya mal, tratando de vengarse para que la sociedad olvide que en él se resume al piantavotos más grande que jamás tuvo el peronismo desde Herminio Iglesias. Si no fuera porque vivimos en una Argentina bizarra donde estos personajes todavía existen, podría pensarse que es el propio Macri quien les pide que sigan hablando, porque el presidente es el beneficiario directo de tanto cretinismo. Mientras Aníbal continúe apareciendo tenemos asegurado macrismo para rato.
Pero de todos los bizarrismos con que el poder desnudo muestra sus arrugas, quizá el más curioso e interesante sea lo que el abogado Daniel Kiper, especialista en Derecho Penal, aconseja por igual a Hebe de Bonafini como a Cristina Fernández de Kirchner para cada vez que deban enfrentarse a un tribunal por acusaciones de corrupción. Él lo denomina “estrategia de ruptura” y ha escrito una nota a cada una de ambas damas proponiéndoles lo mismo.
Afirma en avezado doctor que se ha inspirado en un libro ("De la strategiès judiciaire" de Jacques Vergès) que a la vez se inspiró en una carta de Lenin de 1905 en la que el líder revolucionario planteaba "que en la defensa de Elena Stásova y otros camaradas debe: 1º) desconocerse el derecho de la Corte a juzgar a los acusados y por ende negar toda forma de colaboración. 2º) Abstenerse de participar en los procedimientos judiciales, salvo para explicar que el tribunal carece de legitimidad. 3º) Utilizar el juicio como medio de agitación política".
Luego dice que no fue sólo Lenin sino además Sócrates y Luis XVI quienes también adoptaron la estrategia de ruptura. En vez de defenderse, ambos acusaron al que los acusaba. Claro que uno murió envenenado y el otro guillotinado, pero esos son detalles menores.
Finaliza el original y creativo autor, afirmando: "En estos procesos no es posible el diálogo entre la defensa y los jueces porque expresan valores políticos y culturales diferentes y los valores de uno son rechazados por el otro. El acusado no se defiende del hecho porque confronta al tribunal exponiendo sus propias ideas y principios, difunde su causa".
Vale decir, el doctor K explica con lujo de detalles las razones ideológicas por las cuales personas como Hebe y Cristina están más allá de la ley y, por ende, no es su deber obedecerla.
Sólo queda confrontar este inmenso palabrerío con lo que esta semana dijo el peruano José Carlos Ugaz Sánchez-Moreno, acusador de Fujimori y Presidente de Transparency International en una visita que nos acaba de realizar: "Tanto en Argentina como en Perú o África o cualquier parte del mundo, todo acusado de corrupción pública siempre dice que es un perseguido político". Es tan exacta la afirmación que casi podría considerarse un teorema.
Está en el lector elegir entre la opinión de Daniel Kiper, defensor revolucionario de Hebe y Cristina, y la de José Carlos Ugaz Sánchez-Moreno, quien puso preso a Fujimori. Son dos maneras de entender la realidad. La de Kiper y Hebe de Bonafini es la bizarra de los viejos tiempos: heroínas en lucha contra el sistema. La de Sánchez Moreno es la bizarre de los nuevos tiempos: simples chorros con puro bla bla bla seudo revolucionario.
Dos concepciones que, como muy bien dice Kiper, son inconciliables entre sí porque expresan valores políticos y culturales muy diferentes. Habrá que ver si la Argentina elige ser bizarra, bizarre o normal. En eso estamos y, a juzgar por lo que vimos esta semana, nada está del todo dicho.