La lucha para preservar el planeta viene precedida de muchos intentos y otros tantos fracasos. El trabajo lleva varios años de esfuerzo, cuando los científicos alertaron acerca de la disminución de la capa de ozono. Desde entonces se acrecentaron los estudios para establecer paliativos que permitieran su restitución y así surgió el Protocolo de Montreal, como parte del acuerdo de Viena, firmado en 1987 y que entró en vigencia en 1989, con varias revisiones posteriores.
El primer gran revés para llevar adelante la lucha contra el cambio climático, generado por el exceso de generación de gases de efecto invernadero, fue el protocolo de Kyoto, aprobado por al Naciones Unidas en 1997, que fue ratificado por 156 naciones, pero rechazado por los dos países que mayor nivel contaminación generan, EE.UU. y Australia.
Este protocolo establecía como objetivo reducir la emisión de gases de efecto invernadero en un 5,2% respecto de los niveles de 1990 para el año 2012.
Dicho objetivo fracasó y los países volvieron a la carga, a la luz de los estragos producidos, que ya eran visibles, por las consecuencias del cambio climático en distintas partes del mundo.
Así surge el Protocolo de París en 2015, firmado por todos los países, pero que EE.UU. abandona en 2017 a partir de la gestión del Presidente Donald Trump, que considera que el cambio climático es un invento sin sustento científico.
Argentina ha sido signataria de todos estos acuerdos y también del Protocolo de París y se han venido tomando algunas decisiones en tal sentido. De hecho, la causa argentina por la defensa del planeta fue uno de los argumentos que posibilitaron la presidencia para Argentina del G 20, donde el tema fue uno de los principales, más allá del desacuerdo de EE.UU.
El secretario de Ambiente, Sergio Bergman, afirmó que Argentina está totalmente comprometida para contribuir a los objetivos globales. En tal sentido afirmó que el país revisó sus objetivos para luchar contra el flagelo y apuesta no exceder la emisión neta de 483 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente en el año 2030.
No obstante, los últimos informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) alertan acerca de la necesidad urgente de reducir la emisión de gases de efecto invernadero y conseguir con rapidez el objetivo de limitar el crecimiento de la temperatura global a 1,5 grados, para lo cual exigen cambios rápidos, de amplio alcance y sin precedentes.
Los científicos plantean que los cambios deben producirse en los sectores de la energía, industrial, viviendas, transportes, así como en las ciudades y en el campo.
Los técnicos referencian las consecuencias vistas en los últimos años con episodios extremos como sequías seguidas de inundaciones y fuertes tormentas, antes desacostumbradas.
Esos técnicos observan que Argentina debe contribuir llevando a la práctica todos los planteos teóricos. En ese sentido creen que tiene que haber implementación, monitoreo y evaluación de las metas de París. En ese sentido creen que se deben "reducir los incentivos perversos que promueven o premian el uso no sustentado de los recursos naturales" y apuntan directamente a los incentivos para la explotación de Vaca Muerta, a los que consideran contrarios a los objetivos del Protocolo de París.
Argentina emprendió un camino tendiente a aumentar la generación de energías renovables y este es un camino positivo, pero debería insistirse en la búsqueda de caminos que contribuyan seriamente, desde todos los ángulos, a la reducción de la proporción de gases que se emiten desde nuestro país.
El cambio climático es una realidad instalada y más allá de atender a sus consecuencias hay que poner en marcha de forma acelerada los mecanismos para atenuar progresivamente los niveles de emisión hasta llevarlos a valores netos de emisión cero. Es el desafío del siglo para el país y para la humanidad.