Luis Abrego - labrego@losandes.com.ar
Por lo bajo, pero también en público, el radicalismo de Mendoza deja traslucir una cierta preocupación. Teme que la posibilidad de un triunfo electoral que lo devuelva al poder tras ocho años, se le diluya entre los dedos en la recta final.
Es que desde el 20 de abril, al día siguiente de las PASO hasta esta parte, ha visto cómo ese inmenso y particular Transformer que es el peronismo, no sólo ha recompuesto sus piezas -aún las más oxidadas y dañadas-, sino que también se puso de pie y aún da pelea.
La estrecha distancia de menos de cinco puntos que Cambia Mendoza (CM) obtuvo sobre la sumatoria de los tres candidatos que presentó en las PASO el Frente para la Victoria (FpV), prendió alertas tempranas que no tardaron en instalar un clima de incertidumbre en la oposición.
En ese sentido, el oficialismo ha tenido la habilidad de hacer los deberes con prolijidad, un mérito que todos atribuyen al candidato Adolfo Bermejo, quien se tomó su tiempo para reconstruir pacientemente todos los circuitos destruidos en el fervor de la interna.
Primero selló la paz con Guillermo Carmona (quien rápidamente olvidó sus críticas hacia el gobernador y al maipucino, al que consideraba “el candidato de Paco”), lo que le posibilitó reabrir el vínculo con la Casa Rosada y la mesa chica de Cristina Fernández. Algo similar ya había hecho Bermejo con Matías Roby y los sectores gremiales díscolos que acompañaron al médico traumatólogo en su aventura de las primarias.
En simultáneo, y superado el bochornoso incidente de la elección en Guaymallén, ya los propios intendentes del PJ y el gobierno provincial habían puesto las barbas en remojo para salir “a comerse la cancha”.
El pedido de licencia del vicegobernador Carlos Ciurca para enfrascarse en el proselitismo de Las Heras daba la idea de la gravedad de la situación y, como en toda organización verticalista, en el peronismo impera el rigor, pero también el ejemplo.
Con el gobernador, en cambio, se estableció un pacto más o menos tácito: la campaña para Bermejo, la gestión para Francisco Pérez. Éste fue el fino modo elegido para apartar al mandatario de humores cambiantes del delicado e imprescindible equilibrio preelectoral pero también para iniciar un lento camino de despegue de su cuestionada figura.
El cierre de listas nacionales del peronismo también fue en la misma dirección: la unidad, la armonía y la complementación. Casi como un remedo de algún mantra sciolista, esos que rezan sobre la “fe, la esperanza y el optimismo”, pero ahora bendecido por Cristina.
En ese sentido, las visitas de la Presidenta y la de Daniel Scioli hace unos días (además de la del otro presidenciable K, Florencio Randazzo -prevista para la próxima semana-), muestran el funcionamiento de una enorme maquinaria a la que casi con orgullo los peronistas y no tanto, denominan -sin más- “el aparato”.
Público, privado, da igual
Pero esto no es todo: ante la hipotética inminencia de la pérdida del poder, Mendoza ha visto en estos días al descubierto una gigantesca planta de ensamblaje donde el Estado en todos sus niveles (municipal, provincial y nacional) se articuló con una única obsesión: que Bermejo gane las elecciones.
Es así entonces como el candidato del PJ en Rivadavia aparece entregando subsidios del ministerio de Agroindustria para productores con sus cosechas afectadas; o que la Administración Tributaria Mendoza (ATM) se junte con intendentes en riesgo de perder sus municipios como Luis Lobos (Guaymallén) o Juan Carlos De Paolo (General Alvear) para entregar exenciones impositivas para jubilados y discapacitados.
Pero también se podría decir lo mismo de Ciurca usando recursos municipales para sortear lotes en Las Heras, o a Carlos López Puelles y Lobos pagando con dinero de las comunas sus propias campañas electorales en Luján y Guaymallén, como denuncia la oposición.
Todo ello sin contar, además, los numerosos programas y planes nacionales, los camiones de toda índole “en el territorio” y la inmensa exhibición de recursos (sin recato) pero con una clara intencionalidad política.
En ese contexto también se inscribe, la homologación de una paritaria estatal hasta ahora imbatible en el país, con un incremento del 35% (que incluyó el pase a planta de miles de designaciones, algunas de sospechoso partidismo, realizadas durante el gobierno de Pérez -2012 a 2014-); pero también la no menos polémica aprobación del pliego del ex legislador y funcionario justicialista Julio Gómez como nuevo miembro de la Suprema Corte de Justicia.
“Así -dicen en el cornejismo- el PJ es un monstruo que controla los tres poderes y los tres niveles del Estado. Manejan el vínculo con la Nación pero también la Provincia y el resorte mínimo de un municipio. Los organismos descentralizados, la Legislatura y la Justicia. Todo lo puede. De allí que haberle ganado las PASO fue heroico…” se atajan. Y agregan: “Y como si les faltara algo, ahora tienen al FIT que vota con ellos en la Legislatura…”
Para mayor descripción, relatan incluso los padecimientos del PD en la Junta Electoral que tuvo que recurrir a un dictamen en la Justicia para poder pegar sus listas de legisladores del Tercer Distrito a la boleta de Cornejo gobernador.
Está claro que ese inmenso despliegue logró intimidar a la UCR y sus aliados ya que suponen que al menos en términos simbólicos, el PJ ha instalado la percepción pública que una nueva victoria del PJ es posible. Y porque además apelan a la historia reciente cuando las encuestas tampoco favorecían a Celso Jaque ni a Pérez y en el tramo final se terminaron imponiendo ante los radicales César Biffi y Roberto Iglesias, respectivamente. De hecho, Pérez siempre recuerda ese episodio cada vez que le piden opinión sobre los sondeos.
La versión local del PRI
Ese fantasma recorre de manera silenciosa por las cabezas de la dirigencia y la militancia cornejista. De hecho, el propio Cornejo esbozó, en algunas entrevistas y algún que otro debate, una queja en ese sentido.
Para caracterizar el fenómeno, y fiel a su formación de politólogo, el intendente de Godoy Cruz describió al PJ como “un partido-Estado”, una especie de omnímoda estructura que muta de su faz electoral a la de gobierno con sólo apretar un botón, y sin que nadie se ponga colorado, como si fuera un villano de dos caras.
Porque en definitiva, aseguran, es un mismo entramado de dirigentes que se valen de la administración del Estado para perpetuar al peronismo en el poder.
"Una especie de PRI mexicano" precisa Cornejo en relación al histórico Partido Revolucionario Institucional que, fundado en 1929, se mantuvo en el poder de manera hegemónica e ininterrumpida hasta 1989 y que recién en 2000 pudo consagrar en ese país la alternancia política con la victoria del entonces opositor Vicente Fox. Doce años después, incluso, volvió al poder con una coalición liderada por el actual presidente Enrique Peña Nieto.
Cornejo y muchos opositores temen que su artesanal y paciente construcción, con la que lograron encolumnar a todo el voto opositor local, termine perdiendo una pulseada desigual ante esa empacadora de gobiernos que gana elecciones para tener poder y, una vez allí, se concentra sólo en ganar el próximo comicio, casi como un ciego y eterno sinfín. Ejemplifican: "Bermejo ahora pregona recuperar el diálogo político, cuestiona la toma de deuda para gastos corrientes y hasta se anima a hablar de seguridad, pero como dirigente del PJ jamás se diferenció de lo que hicieron Jaque y Pérez en ocho años…"
A contramano de Cornejo, las encuestas parecen contradecir su preocupación republicana. Los análisis más pesimistas, esos que el Gobierno difunde como “empate técnico”, le auguran una victoria estrecha casi por la misma diferencia de las PASO. De allí en más, han circulado algunos trabajos de encuestadores nacionales que duplican y triplican esa diferencia hasta los 12 puntos, siempre a favor del opositor.
El sondeo de Martha Reale que hoy, en exclusiva, publica Los Andes, da al radical una diferencia favorable de un poco más de 8 puntos pero que, lejos de relajar los ánimos, hará que estos se tensen en uno y otro bando.
En todo caso, el final abierto será un test contra los nervios en el que lo único que no se pondrá en juego es la resignación.